Aclaración sobre “La Celebración Del Cadáver”, por Guillermo Baltar Prendez
Dicho texto es el resultado de mis observaciones sobre el estado del rock nacional, entre fines del pasado siglo y los primeros años de éste, siendo en su momento publicado por la Revista Digital 45.rpm.com. Por entonces, solía ir y venir con cierta frecuencia desde Madrid, lo cual me permitía tomar notas y conciencia, sobre los cambios sociales y culturales que estaban sucediendo en el país. Entre ellos los que se producían en torno al rock nacional, como parte de nuestra identidad y sus consideraciones a través de los medios de comunicación. El texto surgió como un proyecto de libro, que incluiría además diferentes reflexiones de artistas, extraídas de mis entrevistas hechas años anteriores, tanto para “La Semana” de El Día, como para el Semanario Jaque, y otras de cuño más reciente, realizadas en una breve estadía para la Revista Posdata. A estas se le sumaban un grupo de nuevas apreciaciones sobre la cultura nacional, realizadas especialmente para el proyecto, las cuales permanecen inéditas. La obra estaría secundada por las fotografías -en su gran mayoría desconocidas- de Marcel Loustau, con quién compartí un determinado tiempo dentro de Jaque a mediados de los 80’. Por diversos motivos y mi vuelta a Madrid, el proyecto de libro entró en stand by, para finalmente mutar en lo que fue la primera exposición de fotografías de rock dentro de un ámbito académico. “Sólo Fotografías” fue una exposición de más de 80 imágenes de Loustau, acompañadas por extractos del texto original del proyecto literario, realizada en la Galería Dina Pintos de la Universidad Católica del Uruguay (UCUDAL). Fui el curador de esa muestra, contando con el apoyo invalorable de Diego Barnabé, quien entonces estaba a cargo de las realizaciones culturales de dicha institución. Así como también por parte del Centro de Fotografía, que apoyó la concreción de la muestra.
Realizo esta aclaración, para que se entienda bajo qué “marco histórico” y en qué circunstancias fue escrito el texto. Por entonces, para algunos sonrientes y avispados comunicadores, el auge del rock parecía imparable. Para ponernos en contexto, eran los tiempos de los multitudinarios y exitosos “Pilsen Rock”. Es cierto que omito citar a determinados grupos, intérpretes o bandas. Los conocedores pueden intuir aquellas que he dejado de señalar. No por nada en particular, sólo porque vendrían a integrar parte de otro capítulo, si el libro hubiese seguido su marcha. Por tales motivos, algunas agrupaciones ya entrados los 90’, no aparecen citadas.
Mi visión actual sobre el rock y la cultura nacional en toda su dimensión, dista mucho de las mayorías de las opiniones favorables vertidas por diferentes periodistas, artistas, comunicadores, chef, parodistas y políticos en general, sean del género, color y partido que sean, quieran, crean o puedan.
La Celebración Del Cadáver
La generación de los ’80: ¿Dónde estabas tú?
En momentos de miseria intelectual -somos una sociedad mediocre, sujeta a la vulgaridad de los medios-, la mirada del retrovisor apuntando hacia los ’80, desnuda años de controversias y debates. Una ciudad que aún se interrogaba a sí misma y que a través de sus manifestaciones artísticas, había conseguido oxigenar el ambiente de la uniformidad castrense. No sólo la política, sino también la cultura se vieron inmersas en cuestionamientos, sobre sus directrices y funciones, como elementos esenciales para cimentar, construir o reconstruir los rasgos de la identidad. Por entonces, el cimbronazo plebiscitario pareció alentar una suerte de perspectiva distinta para el país. Se le había dicho no a la potestad militar. La rajadura expandió sus grietas y por ellas, comenzaron a aflorar nuevos atisbos de cambio. Sucedió entonces, que mucha gente comenzó “a hablar”. A entrar en una escena para la cual no habían sido llamadas. Se fue perdiendo el miedo a lo monolítico y una suerte de independencias de discursos, distribuyó sus contenidos por la ciudad. Muchas de aquellas apariciones comenzaron a moverse fuera de toda regla y de todo sistema.
No sólo el país vivía el comienzo de un nuevo proceso histórico, en términos estrictamente políticos, había también un novedoso “grupo generacional” comenzando a transitar por sus aceras. Su irrupción en la vida pública cambió y redefinió le imagen de la geografía ciudadana. Fue un temblor que llevó a muchos a replantear sus fundamentos de vida. Les indicó también la voracidad del tiempo. De que había perspectivas más amplias tras el manto censor de la dictadura y de la idea única de cultura y de mundo que poseía la izquierda. Certificó el sesgo burocrático del país, impuesto por los partidos tradicionales e introducidos en los funcionamientos de las políticas culturales. Así como, el difícil camino en las áreas de la comunicación para detentar un perfil crítico e independiente. Alertó que nada es permanente, dejando entrever la escasísima posibilidad de independencia -que hay en el Uruguay-, para hacer viable la existencia de políticas culturales alternativas. Instauró nuevas formas de relaciones y brindó, al planificado y estructurado espacio cultural de la época, una dinámica hasta entonces inusitada. Estableció cambios sustanciales, aunque estos no derivaran en una profundización de sus ideas. Aunque denostada o ignorada en los ’90, fue una generación bisagra y revulsiva, que se apartó del discurso previsto. En la actualidad, otros se han revestido y alimentado de sus logros. De aquellos, muchos partieron al exterior, han muerto o han sido olvidados.
Otros se han sometido a las leyes de la comodidad. Sumándose a la disciplina de los discursos dominantes. Los guetos culturales se han multiplicado y los logros de aquella ruptura se han domesticado en lenguajes y comportamientos aceptados. Lo trasgresor se ha convertido en estereotipos de diseño y las tendencias han suplantado los compromisos estéticos. Aunque sus influjos entraron en receso, comenzaron nuevamente a fluir a partir de los primeros años del 2000. Como tal, sus desconciertos y rupturas, intentaron abrir las puertas a un nuevo Uruguay post dictadura. Sus alcances aún no han sido valorados ni estudiados en profundidad.

Preparativos de Fiesta
Antes de que la generación joven de los ’80 irrumpiera, estaba prosperando en el ámbito cultural y entre sus agentes, un cierto clima de opinión propenso a la búsqueda e incorporación de otros lenguajes artísticos. Las políticas culturales de la resistencia, hacían que el ámbito cultural fuera poco propenso a los experimentos y acercamientos a determinadas vanguardias. El sesgo ideológico de la cultura fue predominante y si bien, actuó como un elemento valido y primordial, al menos en los primeros años, no supo evolucionar tal como la sociedad lo fue demandando, o al menos, una importante parte de ella. Se volvió hegemónica y se encerró en sí misma. Clausuró el espectro de las posibilidades y retrocedió en años, como si temiese el poder de los cambios. Ante la posibilidad del advenimiento democrático y el fin de la dictadura, hurgó en su pasado más reciente: los años ’60. Revulsivos y paradójicos en otras partes del mundo, inspiraron un modelo cultural, que pretendía la latinoamericanización del país. Ensalzando los méritos de Revolución Sandinista y teniendo como modelo los logros de la Revolución Cubana. Aupada por un nacionalismo feroz, cuando no por un americanismo, la visión de ésta actuó como un punto de inflexión en nuestra historia, promoviendo una visión localista y reduccionista de los procesos culturales que estaban en marcha. Lo exterior era considerado acultural, extraño. Las influencias comenzaron a ser llamadas foráneas, el rock (fermental en los ’60 y tan cercano a los movimientos de las reivindicaciones sociales y de los derechos humanos) y sus subproductos, era visto como un agente externo que promovía la penetración cultural del imperio americano. El control de los medios por parte de los censores del gobierno de facto, se acentuó mediando los ’70. Algunos programas sobrevivieron gracias a la inteligencia y los subterfugios expresivos que la urgencia de las prohibiciones obligó a generar. (El Discodromo Show de Rubén Castillo en Radio Sarandí fue uno de ellos).
Recién a comienzos de los ’80, se vislumbraron nuevas perspectivas por donde la información cultural, comenzó a tejer una suave madeja informativa. En este aspecto, la aparición de los semanarios constituyó una de las novedades de entonces, como vehículos de información política y cultural e instauraron un nuevo espacio donde ejercitar y desarrollar el pensamiento. Bajo ese clima, la cultura uruguaya inició un incierto camino de búsqueda y controversias.
El fenómeno del canto popular no fue sólo un hecho casual. Quiero decir, su trascendencia fue mucho más allá de su elemento disparador, la resistencia cultural. El canto popular se consolidó en múltiples manifestaciones que generaron un decir y también una diversidad de búsquedas desde el punto de vista compositivo e interpretativo. El espectro popular se fue ampliando cada vez más e incorporó en sí mismo una multiplicidad de géneros y tendencias.
Llegado el fin del período dictatorial, éste también entró en un receso. Los tiempos corrían, pero los procesos de decantación de sus producciones fueron lentos. Si bien el espacio literario estuvo prácticamente dominado por el influjo de la “generación del 45”, fueron apareciendo voces disímiles que en los ’80 se plasmarían a través de nuevas editoriales y en nuevas formas de entablar el discurso periodístico. Otro aspecto positivo fue la llegada de artistas e intelectuales que hasta entonces se encontraban en el extranjero. Esta correspondencia de ideas, generó un marco de opinión mucho más amplio y discordante con la acartonada visión que la cultura tenía a través de la acción militante.
El exilio y los insilios desembocaron en visiones contrapuestas de la realidad y de cómo debía concebirse los hechos culturales. Esas rupturas existieron en todos los aspectos del quehacer artístico. En la plástica también hubo una tendencia demonizadora. Sin embargo, algunas vanguardias europeas (Duchamps, Buys…) volvían a recuperar su peso. Mercedes Sayagués desde sus artículos en Opinar dinamizó y promovió esos grupos de artistas, entre ellos Hugo Cardozo, Eduardo Kepekián, Daniel Escardó. Las tendencias del arte minimal y las concepciones posmodernistas, se fueron introduciendo de a poco. Artistas como Guillermo Fernández y Hugo Longa, por citar sólo dos, crearon escuela y grupos como Octaedro y Los Otros abrieron caminos en cuanto a técnicas y conceptos. La dinámica de los acontecimientos hacía que determinadas urgencias se fueran plasmando en la búsqueda de una identidad más actualizada y menos férrea. Hubo una revaloración del arte conceptual y de la acción a través de las performances e instalaciones. Poco a poco comenzaban a replantearse los conceptos gráficos, aunque su desarrollo no se hizo sistemático hasta muchos años después. El videoarte y la video danza daba sus primeros pasos (Álvarez Cozzi, Aguerre, Acosta Bentos…) y era prácticamente ignorado como lenguaje artístico, por una crítica que no visualizaba la posibilidad de sus alcances. La renovación también llegó al ámbito de la fotografía. En esos años surgieron nuevos fotógrafos, que introdujeron nuevos lenguajes expresivos y establecieron nuevas formas de lectura visual. (Mario Schettini, Alfonso de Béjar, Álvaro Zinno, Roberto Fernández Ibáñez, Marcelo Insaurralde, entre otros…). La escasa y precaria actividad fílmica -heredera de Handler y Ulive-, continuaba ahondando una línea de documento social, donde se destacó el grupo Hacedor. La irrupción del posmodernismo como motor filosófico, no sólo auspició una cierta perspectiva de libertad intelectual. Su desconcierto, cuando no su ignorancia, generó un proceso de liviandad que desembocaría en el desmantelamiento casi total de la actividad crítica. Mario Benedetti volvía desde España, generando controversias sobre la estatura de su obra y la vigencia de su lenguaje. En los círculos académicos comenzó a revalorarse el papel, las obras y los resultados de las vanguardias nacionales del 900. Mientras que Juan Carlos Onetti, desde Madrid, certificada la perpetuidad de su diáspora.
¿Qué sucedió entonces con el rock, con sus intérpretes y sus agentes culturales?

Juegos de Poder
“las horas que van pasando, hoy como ayer, terminan conmigo y con los demás”.
Los Traidores
Este punto de inflexión es clave para entender porqué el movimiento cultural de los ’80, no fue sólo un movimiento signado por una movida joven y porqué, éste tuvo el respaldo o la complicidad de ciertos sectores y agentes culturales ya establecidos y generacionalmente mayores, que se vieron de improviso, también representados por sus actitudes y sus razonamientos discordantes con el empecinado entorno que vivía el país. Los años ’80 fueron fundamentales para cerciorarnos de que estábamos vivos, y en ese aspecto aportaron un empuje renovador. Fue una ruptura en nuestro cansino paisaje, agotado por el sometimiento a una cierta idea de lo que el Uruguay debía ser. Aquellos jóvenes provenían de las primeras generaciones que realizaron sus estudios escolares y liceales bajo las reglas impuestas por el CONAE. Que había sufrido represiones e intentos de despersonalización, fraguadas desde los impuestos cortes de pelos y largos de faldas, o las detenciones injustificadas, hasta las llamadas clases de Educación Moral y Cívica que con sus textos había impulsado Wilson Craviotto (los Craviotextos). Algunos de esos chicos también provenían de familias que pertenecían a partidos de la izquierda o que simpatizaban con ellos. Tanto en lo musical, como en el ámbito de la plástica, la escritura y el periodismo. La juventud volvía a expresarse a través de sus lenguajes y sus códigos.
Sin antecedentes directos con las primeras generaciones del rock nacional, aquel movimiento surgido bajo el influjo de Los Estómagos, nació en el extrarradio capitalino. En la ciudad de Pando, la historia es sabida. Tras una primera actuación en un festival en el Teatro del Anglo, toman contacto con quién seria su cómplice artístico en esos años iniciativos. El aporte de Gonzalo López (Gonchi) fue sustancial. Llegado de un Madrid que bullía en su “movida”, supo generar alrededor de la banda un contexto propicio, en el que sus integrantes pudieran asentar sus lazos de identidad con la realidad nacional. El uso del lenguaje y las temáticas abordadas, hacían que el resultado artístico, fuera un producto claramente uruguayo.
Entre 1980/84 era prácticamente imposible para un grupo de rock, encontrar sitios en donde poder tocar. La desconfianza, la poca seguridad de una compensación económica por ventas de entradas, el casi monopolio de la mayoría de las salas montevideanas y clubes a manos de las manifestaciones del canto popular o cercanos a él y los “candombailes”, hacían que la difusión de sus propuestas se limitaran a sitios inadecuados, con instalaciones precarias y fuera del espacio tradicional del circuito cultural. De esta manera, la primera actuación de la banda se realiza en el Centro de Protección de Choferes de Pando. Entre luces inexistentes y amplificación precaria, Los Estómagos debutan ante no más de veinte personas. Gabriel Peluffo, Gustavo Parodi, Fabián Hernández y Gustavo Mariott comenzaban a hacer historia.
Los primeros carteles de la banda, eran fotocopias con un diseño que imitaba con técnica de collage y tipografía a letras recortadas, la estética de los afiches punk de los ’70 y en donde “Gonchi” había introducido a letras pequeñas una sugerente frase: Pando: ¿ciudad industrial? En la capital realizan sus primeras actuaciones en el Club Ferrocarril. El Templo del Gato, el pub Graffiti, el Lazy Ranch, fueron luego unos de los primeros lugares en cobijar a los nuevos grupos del rock nacional. Paralelamente, músicos ligados al canto popular, comenzaron a escuchar a The Police. La banda británica, a través de Sting, asumía internacionalmente su compromiso político en la defensa de los derechos humanos. Su musicalidad y mensaje instauró una zona de aceptación, e influyó notoriamente, tanto en la obra de algunos jóvenes como en la de sus mayores. La aparición de Baldío (donde la cabeza visible era Fernando Cabrera) significó en parte, la adopción de esas estéticas a la vez que mantenía su pulso identificatorio con la corriente del canto popular y el destello luminoso de la galaxia de la beatlemanía. “Estás acabado, Joe”, “Canciones de amor” o “Llanto de mujer”, son también himnos de esos días.
Ninguna actividad artística estuvo ajena a los cambios y las innovaciones. Sucedió en la plástica, en la literatura, en la danza, el teatro y la música. Ediciones de UNO fue para los poetas y escritores una alternativa a las editoriales tradicionales. Las lecturas y performances de UNO, se realizaron en sus comienzos en espacios extra literarios. Espacios casi clandestinos como cooperativas de viviendas, peñas estudiantiles o encuentros sindicales. Luego éstos se fueron ampliando y llegaron tanto a los espacios de rock, como a los del canto popular o los ámbitos académicos. Aspectos que marcaron su singularidad y pluralidad en cuanto a la amplitud de su ideología cultural. Rompieron el esquematismo de la gráfica editorial, renovaron las propuestas de diseño e incorporaron trabajos de diferentes plásticos de la época. A fines de los ’80 apareció Vintén Editor, bajo el impulso de Sarandy Cabrera. Ambas son esenciales para entender buena parte del proceso cultural de esos años. Así como la revista Poética de Álvaro Miranda y Maldoror de Carlos Pellegrino. Años atrás, la Pagina Literaria de Tribuna Salteña dirigida por Leonardo Garet, los Cuadernos de Granaldea y las publicaciones de la Feria del Libro y Grabados, habían oficiado como espacios posibles para la difusión de nuevos autores
El ejercicio creativo se vio también alentado por la apertura informativa y por la llegada de muchos de los que estaban viviendo en el exterior. Montevideo era una ciudad con energía. Las radios y las FM volvían a adquirir importancia difusora. El auge de los semanarios consolidó nuevas voces y diferentes formas de hacer y entender la actividad periodística. Fue una primavera periodística donde surgieron nuevos agentes de la comunicación. Las pautas del nuevo periodismo fueron cada vez más utilizadas, incorporando elementos literarios a su lenguaje, desarrollando nuevos rumbos expresivos y críticos. Entre ellos “Caras y más Caras” en Radiomundo, que instauró un nuevo espectro comunicacional. En él confluían la transgresión inteligente y el sesgo cultural como idea primordial, realizado a través del desenfado, marcando una época e inaugurando un vehículo entre los jóvenes. También la irreverencia del “Subterráneo” de Eldorado FM, donde Daniel Figares dejaba entrever su inteligencia y Petinatti su voraz hambre mediática. Una emisora desde la cual, Carlos Dumpiérrez refundó el panorama radiofónico en el aspecto musical. En CX 26 Emisora del SODRE, “Meridiano Juvenil” (quién fuera durante años el único programa en emitir diariamente música rock), acomete una renovación en sus estilos y comienza a difundir nuevos intérpretes del rock internacional y también nacional. Rockola Promotores de Romancho Berro, aparece como una nueva opción de producción e inaugura ciclos de recitales en diferentes salas de Montevideo e interior. Desde el Palacio de la Música, Alfonso Carbone se convirtió en uno de los difusores claves del rock de los ’80. Junto a sus colaboradores (Ricardo Dandraya, Jorge Avegno, Daniel Prosdócimo, Raúl Forlan, Sergio Pérez), tanto desde la FM del Palacio o en sus programas en el entonces Canal 5 (Alternativa y Video Clips), instauró en torno a él, una base de operaciones desde donde poder proyectarlo. La grabación del disco Graffiti y su presentación en el Teatro de Verano fue el lanzamiento formal de aquellos primeros grupos de rock nacional. (Para algunos también su defunción).
Estos hechos y particularidades desembocaron también en la aparición de fanzines, revistas subterráneas, performances e instalaciones, actividad graffitera como nueva repuesta mural en contraposición a las pintadas y slogans políticos, cambios abruptos en la estética personal y en el uso del lenguaje y los comportamientos. El fanzine GAS (Generación Ausente y Solitaria), que se repartía los sábados en la Feria de Villa Biárritz, fue el portavoz de la segunda camada de los ’80 e inauguró un circuito alternativo. Jóvenes que surgían bajo el influjo de la incertidumbre de la nueva democracia, sin más lazos directos con el Uruguay que había sido, que el entorno familiar o cierta proximidad afectiva. La desconstrucción del imaginario estaba en marcha. Revistas como La Oreja Cortada, confluía con otras más jóvenes como Abrelabios, Kable a Tierra, Suicidio Colectivo y Kamuflaje entre otras. La aparición de suplementos dedicados al fenómeno también fue un aspecto singular y contribuyo a su difusión, aunque estuviesen en su mayoría, enfocados desde un punto de vista comercial. Así como una cierta competencia entre las dos grandes compañías de bebidas gaseosas, por hacerse con las posibilidades del mercado. (Hecho que finalmente -y con el tiempo-, terminó llevándose una cerveza, La Pilsen). La irrupción de una nueva estética traducida en nuevos peinados, caravanas y cambios en la vestimenta. La proliferación de los colores o el uso sistemático del negro en aquellas estéticas dark. Rasgo que inconscientemente los empatía con el oscuro existencialista (o anarco) que a partir de los últimos años de los ’50 se proyectó en todo los ’60, en los ámbitos próximos a las vanguardias. Así como también una mayor comprensión y apertura a las diferentes búsquedas, gustos y apetencias sexuales. En ese camino coincidieron con una parte importante de sus antecesores. Así surgió esa confluencias de caminos, en donde paradojalmente, dos generaciones, y quizás tres, se vieron involucradas, donde el debate y los posicionamientos eran sistemáticos y donde la proliferación de mesas redondas sobre la cultura, era cosa de todos los días. Más allá de sus alcances, éstos hicieron repensar el imaginario a la vez de cuestionarlo. Instauraron nuevas formas de comunicación, desarrollaron y profundizaron nuevos lenguajes y códigos de relaciones. El Uruguay estaba aún lejos de los procesos y cambios hegemónicos que la globalización traería consigo. Se instauraron o consolidaron espacios donde la actividad cultural se democratizó. De carácter aperturistas dieron cabida a múltiples manifestaciones, en sus diferentes conceptos y tendencias. La Feria del Libro de Nancy Bacelo y el Teatro del Notariado bajo su dirección, fueron lugares siempre abiertos a estas manifestaciones. La Biblioteca Nacional bajo la dirección de Enrique Fierro, promovió ciclos de lecturas, debates y recitales poéticos y dio el marco necesario para el acercamiento de nuevas voces latinoamericanas. La llegada de Néstor Perlongher fue uno de sus puntos álgidos, donde un público ávido y necesitado de nuevas poéticas se vio reconocido.
El regreso de músicos excepcionales, como los hermanos Fattoruso, Rúben Rada, el propio Roos y Jorge Nasser, propiciaron los reencuentros y exploraciones de los ritmos propios y de fusión. La Cinemateca Uruguaya se adhirió a esas políticas aperturistas y sus programaciones fueron ganando en diversidad. Su papel como institución integradora de la cultura en esos años, junto al Teatro Circular, fue tan esencial como lo había sido en los ’70. Esos espacios de libertad también se dieron en las instituciones culturales extranjeras. Fundamentales en los años más oscuros de la dictadura. La cultura a través de exposiciones, conciertos, cursos y workshops, se acrecentaba en ellos. El instituto Goethe donde la tarea fundamental del NMN (Núcleo de Música Nueva), situó por años su centro de operaciones. El ANGLO y la Alianza Francesa -entonces en la calle Soriano-. En este último, su Ciclo de Canto Popular catapultó a los ’80, voces como la de Fernando Cabrera, Rúben Olivera, Maslíah o al propio Eduardo Darnauchans, entre otros. Allí mismo Jorge Lazaroff, ya en su versión solista, comenzó a instaurar su discurso innovador. Generando una transgresión estética que por ser única, nadie a podido retomar. Desde allí, Teatro Uno fue el difusor primordial del “teatro del absurdo” de Beckett. También la crueldad de Artaud o las obras de Vian e Ionesco, junto a otras propias. Entre ellas “Haciendo Capote” y “Salsipuedes”. Luego el Teatro Tablas de Restuccia, donde Ahuchaín estrenó sus primeras obras y generó una renovación en el lenguaje de la escena nacional. Grupos como La Comedia Peñarol y el Ku Klux Clown aportarían hacia fines de los ’80, una veta de humor y reflexión que aún no ha sido retomada. El Teatro Circular también abrió sus puertas y la cultura popular y el rock (o la modernidad) comenzaron a transitar, gracias al primer concierto de la Tabaré Riverock Banda.
El ciclo de conciertos y performances del “Cabaret Voltaire” que en sus presentaciones de 1986 y 1987, en la Alianza Francesa y en el Teatro del Anglo, instaurarían el primer espacio independiente de la cultura emergente. El primer “Montevideo Rock” de 1986, donde se comprobó que el rock podía llegar a ser masivo y que su poder de convocatoria iba en aumento. En 1988 se realiza “Arte en la Lona” en Palermo Boxing Club. El cuadrilátero como escenario. Metáfora del pugilato cultural y sus knock out, donde confluyeron diferentes generaciones necesitadas de canalizar sus búsquedas, inquietudes y descontentos. Este evento constituyó la base argumental del documental de Guillermo Casanova, “Mamá era punk”. Un esfuerzo por captar las certezas e incertidumbres de esa franja de jóvenes. Finalmente “El Circo”, que se desarrolló en el Parque Batlle junto a la Pista de Atletismo, cerró el año con un sin número de presentaciones plurales, a lo largo de todo el mes de diciembre. Una prolongación de la actividad artística que el pub “Laskina” venía haciendo. Lugar donde los Redonditos de Ricota tocaron por primera vez en Uruguay, a pesar de su estrechísimo escenario. También debemos recordar la muestra de “Titanes en el Ring” realizada en el Centro de Exposiciones de la IMM. Un homenaje a Martín Karadajián y su troupe de payasos luchadores. Héroes de toda una generación, revisitados por Renzo Teflón (Los Tontos), Álvaro Ahuchahín y otros amigos. Espacios de libertad artística, surgidos tras el impulso renovador de Tomas Lowy como responsable del Departamento de Cultura de la IMM, y que tuvo como punto de partida, la celebración de un concierto de varios grupos y solistas en el parque de Villa Biárritz. El “Comuna Fiesta” de 1984 tras la asunción del Partido Colorado al poder.

La Celebración Del Cadáver (Segunda Parte)
Guillermo Baltar Prendez
Noches de tormenta
“Otra vez las voces se callaron, todo vuelve a la normalidad…
Seguridad, seguridad, para que quiero la seguridad”
Los Estómagos
Todo lo cercano al rock o a las nuevas formas de manifestación artística, comenzó a ser inspeccionado bajo el influjo de una poderosa lupa censora. Se las asimilaba a los tópicos, no ya de agentes del imperio, sino a estandartes de la droga y la violencia. Algo que se fue acentuando desde 1986 luego de que tanto la izquierda como la Administración Colorada intentaran un acercamiento al fenómeno. Basta recordar las políticas ignorantes y fascistas que durante años mantuvo el entonces Consejo del Niño, como así también el desconocimiento del Ministerio de Cultura bajo la Dirección de la Dra. Adela Reta, que llegó incluso a manifestar públicamente que el “punk” era un mal a erradicar”. Promoviendo de una u otra manera, una sistemática represión policial manifestada en los últimos años de los ’80, cuando las razzias estaban a la orden del día y los locales para realizar conciertos o performances volvían a ser cada vez más escasos y limitados. Debemos recordar la muerte de Guillermo Machado (24/7/1988) luego de haber sido detenido en una razzia y pasar toda la noche en una comisaría, o el procesamiento del cantante del grupo Clandestino tras uno de sus conciertos en el Festival Parque Rock-do (18/5/1988). Condenado por injurias y agravios al parlamento y a la policía, bajo el influjo de una legislación vigente. Así como también a integrantes de la red de Teatro Barrial por satirizar la acción policial. El aparato represivo de la dictadura aún estaba en pie pero no ya dirigido a los militantes políticos, ahora el enemigo eran los sujetos que concurrían a los conciertos de rock o portaban estéticas que los identificaban con él. La persecución se expandió hacia los colectivos de diversidad sexual. Las incursiones policiales también se realizaban en bares o establecimientos donde comenzaba a nuclearse miembros de la comunidad gay. El acoso a los grupos homosexuales fue constante. Las políticas conservadoras volvían a retomar ímpetu inusitado, bajo la administración de Sanguinetti. Las razzias y los abusos policiales fueron frecuentes amparados por la administración colorada. La acción arbitraria de la Brigada de Narcóticos con una política represiva y abusiva y con unas leyes que nunca diferenciaban al consumidor del traficante, daban pie a la indefensión ciudadana. Estos desmanes llevaron a la instauración de un Movimiento Antirazzias impulsado desde el Foro Juvenil e IELSUR. Al poco tiempo se unirían otras organizaciones y se conformaría una nueva Coordinadora Antirrazias. La mayor parte de la prensa, en un alarde sensacionalista, condenaba todos aquellos hechos vinculados al rock. El tema “Razzia” de Guerrilla Urbana se convirtió en un reflejo de esos hechos: “Yo siempre pienso lo que no debo pensar / y es por eso que me van a re-educar / Esta noche no salgas a la calle / esta noche porque hay razzia”.
En agosto de 1986 el ridículo y la soberbia estrenan obra. El entonces Intendente Jorge Elizalde, censura la exposición de dibujos del artista plástico Oscar Larroca por considerarla pornográfica. La muestra había sido aprobada por el Departamento de Cultura de la Intendencia y se iba a llevar a cabo en el Centro de Exposiciones del Palacio Municipal. Curiosamente, la única oposición llegó desde el Ministerio de Cultura a través de su ministra, la Dr. Adela Reta. Los partidos políticos callaron o apoyaron la medida de Elizalde. La acción cultural aún tenía respuestas. Algunos de sus “terroristas” cubrieron al David de la explanada municipal con ropa interior y pusieron corpiño a una de las figuras femeninas del monumento a El Gaucho. En el primer Montevideo Rock, el Intendente al entregar a Guerrilla Urbana el primer premio de bandas noveles, debió retirarse ante la caída de una lluvia de piedras y monedas.
A fines de 1987 el movimiento artístico gestado en torno al rock comienza a decaer y a sufrir todo tipo de persecución. Su marginalización se hace evidente. La sociedad ya había involucionado tras la aprobación de la Ley de Caducidad. El sistema educativo del Estado -vapuleado por el gobierno militar- comienza su descenso a los infiernos. Con reformas y presupuestos inadecuados e ineficientes. La irrupción de la universidad privada comienza a dividir la calidad de la enseñanza y las posibilidades de sus egresados. Las corrientes neoliberales comienzan a fragmentar el tejido social. En el plano internacional la “perestroika” de Gorbachov anticiparía el fin de la Unión Soviética y el fracaso del socialismo real.
Desde 1988 la persecución contra el rock y sus entornos se generaliza. Se lo reprime sistemáticamente. La sociedad vuelve a su pasado de estatismo y sesgo burocrático. Se radicaliza su conservadurismo y pierde el impulso renovador de los años precedentes. Los agentes culturales no supieron potenciar sus mensajes y la crisis creativa se ahondó entre éstos. Existió inmadurez e inexperiencia de sus protagonistas. Productos de la desorientación y los cambios, no supieron modificar el discurso, ni generar un espacio propicio en la opinión pública. De la asimilación del fenómeno por los medios se pasó a su indiferencia. El comienzo de la uniformidad mediática estaba gestándose. Comenzó a despuntar una nueva “sociedad del espectáculo”. Muchos de aquellos músicos, periodistas y artistas, comenzaron a dividir sus intereses. Para algunos el medio se fue haciendo cada vez más estrecho. Emigraron o fueron asimilados por el ámbito tradicional del espacio laboral o administrativo, cuando no del desempleo. Otros acataron las políticas de asimilación y comenzaron a buscar la aceptación y el reconocimiento de la cultura “establecida”. Muchos de los jóvenes de la segunda camada de los ’80 provenían de entornos de clases medias en desbandada y clases medias altas. Algunos vivieron el influjo de la efervescencia ochentera, como una mera reivindicación de la iracundia adolescente. El hecho cultural en sí dejó de ser sustantivo. El disfraz de la modernidad les permitió vivir el sueño de una juventud irreverente. Expulsados del universo eléctrico de las guitarras, irrumpieron en los ámbitos de las nuevas tecnologías. También en los publicitarios y económicos, en los mediáticos y académicos, y fueron constituyendo una especie de avanzada que delinearían en parte, las nuevas estratificaciones sociales y económicas del país.
Bombardeado por todos lados, la inconsistencia de aquel ímpetu renovador comenzó a aflorar. Aquel movimiento, aquel estado de opinión, nacido a influjos del rock fue perdiendo poco a poco el impulso motivador. La disgregación fue paulatina, así como también lo fue la pérdida de su carácter. Dejó de ser combativo y murió tal como nació, a la vera de Los Estómagos. Si Los Traidores con su Montevideo Agoniza realizaron la crónica exacta de la desorientación de esos años, de la melancolía y las expectativas acotadas de su generación, dando al rock nacional algunas de sus más brillantes canciones (“Flores en mi tumba”, “La lluvia cae sobre Montevideo”). Fueron Los Estómagos quienes mantuvieron en alto la bandera de la dignidad y de la acción. Su primer disco y el último tienen esa correlación, ese marcado inconformismo. Con No Habrá Condenado Que Aguante”, la banda certificó el fin de la utopía adolescente y también la de aquellos mayores, condenados por siempre a vivir fuera de tiempo. Prisioneros eternos del desfasaje psicológico y temporal que la dictadura creo. A la desazón de “Invierno”, la melancolía tardía de “Los seres vivientes”, o la irreverencia de “Fuera de control” (de Tango Que Me Hiciste Mal), se llega a la pesadumbre y la interrogación como constante de la existencia nacional. Qué son sino: “Errantes”, “Seguridad”, “Mucho alcohol y borrachera”. Un disco eléctrico porque aún la furia era eléctrica. Un puñado de brillantes canciones que sentenciaban el fin de ese breve sueño ochentero. Si “Te vas” es la despedida, “Avril” es el réquiem por una época, basta con escucharla y saber que la ilusión se perdía indefectiblemente, así como la inocencia del sueño transgresor.

El fin de los héroes
“la limosna estatal, no nos pudo transformar”
Los Estómagos
La sociedad se volvió rígida y conservadora. Plana de pensamiento. Atemorizada ante la posibilidad de sumar pérdidas en lo económico y social. El impulso liberalizador de la democracia fue perdiendo fuelle, y la catarsis colectiva duró no más que un breve período. Luego se ha visto, tras las impunidades y las condenas recientes por la violación de los derechos humanos, que las heridas aún perviven. La izquierda trazó estrategias políticas pero no culturales. No obstante, asimiló a muchos de aquellos protagonistas dada la escasa posibilidad de opciones. Una vez más la sociedad no acompañó los cambios culturales y estos devinieron en meros productos abandonados. Parte de ella vivió ajena a esas transformaciones y hasta años más tarde no asimiló sus cambios. Esos sectores más conservadores se vieron representados por estéticas mucho más próximas a la idiosincrasia nacional o al costumbrismo. En la actualidad, el rock es acogido como un discurso propio de la juventud. Para un país atrasado, acoger el fenómeno roquero cuarenta años después (y que intelectualmente aún no ha aportado ninguna persona relevante. Alguien de la estatura de Gieco, Nebbia, Spinetta, Páez o Solari -por poner un ejemplo vecino-, salvo que en él incluyamos a Eduardo Darnauchans (nuestro genuino e irrepetible Leonard Cohen), Fernando Cabrera, y los textos de Roberto Musso y Sebastián Teysera) resulta pueril cuando no estúpido, en boca de comunicadores celebrar la masividad de sus conciertos. Tras su futbolización, su influjo como actividad transgresora y generadora de ideas ha perdido su poder sustancial. Se vive el festejo, la realidad de un posible entorno que hasta ahora pervive porque suma dividendos. Se asume el simulacro posmoderno en las adyacencias del lunfardo plancha. Desde cierta perspectiva, la actualidad nos dice que el verdadero punk es el plancha. Es éste quien genera rechazo y asco. Para Lennon el sueño había acabado en los ’60 y Los Ricoteros decretaron su final, cuando las turbas se volvieron indeseables. A través de la MTV, la irrupción vía Miami de los “géneros latinos, (al los cuales El Cuarteto De Nos ridiculizó), las ingenierías de tendencias y la manipulación mediática, el ímpetu del pensamiento y la acción instigadora han sido excomulgadas. Hay excepciones (Martín Buscaglia, Vela Puerca, Motosierra, Los Buenos Muchachos…), pero estas han sido siempre una constante nacional. En su conjunto son manifestaciones escasas, aunque algunas sean extremadamente valiosas. Dudo que dentro de diez años muchas de estas pervivan, así como dudo de la capacidad del público para generar un ámbito cultural, un circuito en torno a determinados patrones culturales y no sólo a la ingesta alcohólica. La Universidad fue perdiendo su injerencia como centro generador de ideas y principios, lo cual no es un dato menor. No hay grupos de art-rock (salvo El Cuarteto, nuestro único grupo de art-rock. ¿Lo serán Los Sinatras?) y la pasividad parece ser la tónica que hoy asemeja a las diferentes generaciones. La displicencia del país, ha hecho que los discursos vitales tiendan siempre a disolverse. Aquella irrupción juvenil de Los Estómagos en el espacio humorístico “Telecataplum” que emitía el Canal 12, cantando «La barométrica», fue el irrumpir público de la modernidad que por entones se avecinaba. El Uruguay que quería ser contra el que otros querían que fuera. La realidad dice que este Uruguay no es una cosa ni la otra.
Guillermo Baltar Prendez
(*) “La Celebración del Cadáver” pertenece a la serie de artículos, documentos, recopilación de entrevistas y fotografías inéditas del libro “1984-1989. Bailando en la oscuridad” Cinco Años de rock nacional, en el que trabajan el periodista Guillermo Baltar Prendez y el fotógrafo Marcel Loustau.
Nota: Las fotos utilizadas para reproducir el artículo en este portal, son del catálogo de Sólo Rock, a excepción de la foto de portada cuyo autor desconocemos.
