Gustavo Aguilera nos da un nutrido paseo por la integración de distintas vertientes culturales, todas vinculadas al rock.

En el caldero siempre en ebullición del rock emergente de nuestro país, de forma constante surgen propuestas interesantes. Diferentes derroteros y situaciones, a veces internas y otras de contexto, son las que permiten vida y desarrollo a cada proyecto. Esta gran cantidad de bandas, transitan en la búsqueda del equilibrio que permita la supervivencia primero y en segunda instancia, la llegada a la consolidación de su proceso: formación, desarrollo musical, salir a tocar, grabar y difundir su trabajo. Hace un tiempo surgió de ese entorno el grupo El Asilo De La Bestia. Hace muy poco lanzó su primer trabajo discográfico: Despertar. Tienen en su haber también un EP editado anteriormente que se llama EPidemia.

Si tomamos los ejemplos de la nota anterior, podemos decir que acá en nuestros pagos, el rock y la música en general tienen grandes momentos y enormes artistas. A fines de los años cincuenta y principios de los sesenta, hubo un gran desarrollo del rock como música que vino a romper con enormes atavismos y costumbres, a la vez que logró incorporar mucha música uruguaya en su proceso. Pensemos como ejemplo en el candombe beat, en la movida de Tótem, El Kinto y en propuestas más centralizadas en el rock, desde Los Shakers, Los Mockers o Los Delfines, hasta Psiglo, Opa o Siddartha, ya entrados los setenta.

Me he preguntado muchas veces qué hace que una canción se convierta en un clásico, que un disco se convierta en esencial e imperecedero. Qué hace que una banda o un solista se convierta en un signo de sus tiempos. Y no me refiero a la fama o el estrellato; ni a la música construida en laboratorios de complacencia y desidia organizada. Me refiero a esa música que sobrevive al olvido a empuje de su propia fuerza, de su necesidad de decir cosas que no se pueden dejar atrás. Esos sonidos que invaden silencios escabulléndose de la multitud, pero grabándose en lo más profundo de su sensibilidad, de su memoria colectiva.

La cultura nos interpela, siempre lo hace en la medida que despierta o conecta a quien se acerque al hecho cultural y lo que éste transmite. Ya sea observar una pintura, ver una foto, una obra de teatro o una película, leer un libro, un cómic o escuchar una canción o un disco etc., etc., etc., hay un factor en el espectador que hace que la experiencia sea variable: sus motivaciones y el tiempo.

Hace un buen tiempo, que en todo lugar donde se reúna gente vinculada al rock es tema frecuente hablar del estado de la música actual. Así que en Redes Comunicantes nos metemos en ese tema, a ver si surge algo. ¡Que los jóvenes de ahora escuchan basura, que esto no es música, que parece mentira esto o aquello, que es una vergüenza esto otro, que el rock ha muerto y ponete el poncho que está fresquito!

La escritura es un largo y pausado camino lleno de aprendizajes y sensaciones encontradas. A finales de la década del ’80 con unos amigos en el liceo 26 y de forma totalmente amateur e influenciados por el espíritu de la época, nos animamos a editar una revista subte. Así di los primeros pasos en esto de escribir sobre cultura y hacer las primeras entrevistas. Eso me llevó en 1990 a ingresar en la vieja UTU de periodismo. Terminado el curso y después de varios años de golpear puertas en algún medio de prensa, en el año ’93, me aceptaron una nota. Fue en la revista Graffiti, una prestigiosa revista cultural de aquellos años. No cabía en mí de alegría. Fue mi primer trabajo impreso.

Hace poco llegó a mis manos un EP de cinco canciones de una banda nueva, un proyecto que surgió en plena pandemia, en el marco de ese clima enrarecido y opresivo que todavía no terminamos de sacudirnos de encima. El disco lleva el nombre de la banda, Rito Eléctrico, y está compuesta por Jonas Silva (compositor, vocalista y guitarrista), Diego Das Gasvar (teclados, sintetizadores y “ruiditos”), Uther Faig (bajo) y Diego Pérez (batería). Con esa formación es que graban este trabajo con la asistencia en el proceso de grabación de Rafael “Funfu” Dos Santos, y en temas vinculados a la batería, con la presencia de Irvin Carvallo. Cuenta además con varios invitados.

Hoy en Redes Comunicantes empezamos un espacio diferente. Un espacio dedicado a comentar libros de rock. Creo que todo buen escucha o cultor del rock merece estar bien informado. Una canción, un disco, la obra de un artista o una banda, tiene un contexto y habitualmente una buena historia detrás, que nos permite dimensionar en su justa medida el valor de este trabajo. En estos momentos hay una gran diversidad de libros dedicados a la música rock que son excelentes y aportan un montón de información que acompaña y enriquece la comprensión y el disfrute de casi todo lo que uno elige escuchar. Muchos de estos libros son además una mirada social o histórica sobre un tiempo y un lugar.

Hace unos días salí del cine después de ver al Dr. Strange en su última película y, sin lugar a dudas, uno de los personajes más relevantes y del que no pude despegarme fue su música: épica, mágica, divertida, llena de guiños y mucho rock. Sabía que eso podía suceder, porque el compositor de la banda sonora era Danny Elfman, toda una garantía. Y un personaje en sí mismo, digno de pasar por el espacio de Redes Comunicantes.