Una opinión calificada desde la óptica de su rol de músico y de profesor de historia. Una visión diferente sobre el rock.

La historia del rock está decididamente emparentada con ciertas figuras cuyas idolatrías generadas las han puesto en un lugar cuasi mesiánico y a la vez de mártir, cuyos lazos con las masas han sido en algunos casos tan fuertes que las mismas resultaron imposibles de sustituir y esa es, de alguna forma, una causa del fenómeno anteriormente descrito, aunque suene contradictorio. Esa concepción romántica de aferrarse a algo, ya sea una persona o a una idea que ya no existe materialmente, lleva a ese conservadurismo del que se hacía mención, pero también al afán de generar mártires embanderados en la causa del rock y que de algún modo para el imaginario colectivo, murieron por ella. ¿Y qué cosa más conmovedora y honesta puede existir que morir por una causa que a uno le es propia?

Largos debates y acaloradas discusiones se vienen produciendo desde un tiempo a esta parte sobre todo desde el ámbito musical en torno a una pregunta que resulta cada vez más recurrente y más difícil de esquivar, incluso hasta para el más visceral de los negacionistas, y es referida a si el rock ha muerto o está en vías de inexorable extinción… Sin ánimo de encontrar una verdad absoluta ni definitiva al tema, este artículo pretende, por el contrario, arrojar luz y profundizar desde el análisis como herramienta, las posibles aristas que el tópico presenta, ya que posiblemente no exista esa respuesta definitiva que clausure la discusión, pues se trata de una situación multicausal, de factores múltiples cuyo análisis despertará probablemente más interrogantes que certezas, pero al menos se intentará humildemente abrir un poco el espectro en donde es preciso visualizar que la clave se halla en entender qué está sucediendo para que el rock esté en esta suerte de condición disminuida, más que predecir su futuro o fecha de caducidad.