Historias, anécdotas y entrevistas de Hugo Gutiérrez, baterista de la histórica banda uruguaya de punk rock, La Sangre de Verónika.

Los domingos de feria no podés dejar de visitar la librería más distinguida de Tristán Narvaja. Si traspasás su puerta arcada, seguramente, encontrarás a Marcelo Marchese y Juan Casanova detrás del mostrador, escuchando a Nick Drake. Esa particular música sumado al lucernario, espejos, enredaderas, máscaras, primeras ediciones y demás antigüedades, hacen de Babilonia Libros un lugar único en la ciudad. Los turistas y sus celulares lo tienen bien claro.

El 22 de marzo pasado, se cumplieron 60 años del lanzamiento, en UK, del primer álbum de Los Beatles. La clásica foto de portada, en las escaleras de EMI Offices House, fue tomada por Angus McBean, quien dos años antes había fotografiado en el mismo lugar a Joshua “Joe” Loss, famoso músico inglés de la década del ’40. Este disco debería ser considerado como la mayor evidencia de que Paul falleció hace mucho tiempo.

“Tengo los zapatos rotos de tanto caminar, que rebajen el boleto para poder estudiar” sonaba de fondo cuando Marchese, desde el piso, se aferró a uno de los estribos logrando que el granadero, junto a su sable, cayera sobre la nariz aguileña de “Iron Maiden”, provocando una catarata de sangre que salpicó a una veintena de manifestantes. De esta manera, los tres huevos de Marchese le habían salvado el pellejo a la rubia de 5to Humanístico que tanto le gustaba.

“Te produzco y publico el disco con la condición de que yo toque la guitarra”, le dijo Watt a Iggy en un solitario bar de Miami que desafiaba el estricto confinamiento. “OK, vamos a incendiar la pradera”, no demoró en responder Iggy, saboreando una deliciosa taza de café cubano.

El mundo digital fomentó la estupidez y la ignorancia. La inteligencia, al igual que el formato analógico, es lenta pues necesita mayor tiempo de procesamiento. La ignorancia, en cambio, es sumamente veloz, se reproduce de manera exponencial y aleatoria. Es así como la inmediatez satisface las necesidades más frívolas y primitivas. La premura y la urgencia no contemplan las emociones más profundas, apenas chapotean en la trivial superficie.

El azar quiso que aquella tarde previa al fin de semana largo de Carnaval terminara atendiendo, en el primer piso de Impasa, a Mario Benedetti. Por ese entonces, me desempeñaba como fisioterapeuta de policlínica, pero ese día, debido a la falta de pacientes en la misma, la supervisora del servicio me asignó el tratamiento fisioterápico de Mario, a quien le estaban por dar el alta. Es en esa habitación que conozco a Ariel Silva, su fiel y eficiente secretario. Justamente, es por intermedio de Ariel que, años después, me hago cargo de la rehabilitación de Guillermo Chifflet, quien estaba limitado en sus movimientos. La debilidad muscular, consecuencia de una prótesis de cadera, su avanzada edad y sus 1,95 de altura, lo tenían aislado en un apartamento, lejos de su activa vida social.

Regresábamos de una maratónica tarde sabatina de fútbol playa, el bravucón Jorset había terminado incrustado de cabeza en un castillo de arena, luego de comerse un caño apoteósico, en donde la pelota tan sólo se había trasladado 15 centímetros sobre el sábulo. Nos encontrábamos subiendo la pendiente asfaltada, construida para el tránsito de las embarcaciones desde y hacia los garages del Club de Pesca de Cuchilla Alta, cuando lo vimos: un afiche promocionaba que Los Estómagos tocarían, esa noche, antes del clásico baile organizado por Italo Colafranceschi. Dejé de comentar el gol del triunfo y les dije a mis compañeros de equipo: “no nos podemos perder esto”. Era el segundo fin de semana de enero de 1986.

Sobrevivir a 40 días de un criminal lockdown británico, en la más absoluta soledad, sería imposible sin música. Quizás, podría empezar por los ojos más lindos que haya conocido, recibiendo, de mis manos, ese disco de Dylan o por las noches de lluvia enlutando un Soho desierto. Son las cosas más simples las únicas capaces de salvar una vida. Esas que nos pertenecen a todos. Sólo hace falta observar con detenimiento, sin prisa. La parafernalia estorba, sobre todo cuando los recuerdos se transforman en tu prisión.

Se estima que más de 300 mil personas visitan cada sábado la feria de Portobello en Londres. Una gélida mañana sabatina, me encontró caminando por esa cinematográfica calle. Resulta que iba en fila sobre la izquierda, respetando la normativa de tránsito inglesa, cuando sobre la mano derecha veo bajar a Don Letts, director de cine, músico y DJ responsable de muchas de las imágenes icónicas de los artistas de punk y reggae. Fue inevitable cruzarlo de frente, venía con su clásica gorra Tam y auriculares. Inmediatamente cambié de senda y lo intercepté en el puesto de vinilos que ya había visitado. Luego de sorprenderse al mencionar mi nacionalidad, me recomendó algunos discos y seguimos la charla sobre su programa de radio en el pub de la esquina, debido al frío reinante.