Las historias y comentarios del dueño histórico de las disquerías El Cid y Crossroads. Poniéndole rock and roll al Uruguay.

Como muchos de uds. imaginarán, en Sólo Rock tenemos un grupo de Whatsapp donde participan la mayoría de los columnistas. Ahí intercambiamos opiniones, información, datos y varios etcéteras más, como pasa en la mayoría de estos grupos virtuales. Un tiempo antes de que Néstor Imbriani falleciera, el 8 de junio más precisamente, se dio una charla disparada por unos comentarios de Ramón Aloguín (“Uruguay ha penalizado todo aquello que fuese diferente. Y la música no es una excepción”) sobre un artículo que escribiera Ingrig Luna sobre géneros como el electro dark, industrial, electrónica y gótica. La participación de Néstor fue tan clara y brillante que todos estuvimos de acuerdo en que sus audios deberían transformarse en columna. Quedamos en trabajarla desde Sólo Rock junto con él, pero el tiempo no nos ayudó a hacerlo en vida de Néstor. De cualquier manera, entendemos que es importante compartir los pensamientos de Néstor con nuestros lectores, de forma escrita como lo hacemos habitualmente, pero también con esos audios suyos que son un testimonio viviente de la calidad de un grande como lo fue Néstor.

Hoy Sólo Rock no publica ningún artículo, sólo algunas líneas para Néstor Imbriani, quien partió de este mundo el 18 de agosto pasado. Deja un enorme vacío en todos quienes lo conocimos, llevándose con él miles de anécdotas e historias del rock nacional e internacional.

Ya dije que las actividades de un disquero en los noventas están impregnadas de dolos, jugarretas, gambetas al sistema y demás trapisondas. Ni más ni menos que la empresa «líder» e histórica de la plaza, que se las arregló en tiempos de dictadura (con los «muchachos» que vinieron a «salvar» la democracia), para mantenerse abierta con una quiebra sobre sus espaldas, operando con ilegalidades de gran porte y estafando a sus clientes con productos de bajísima calidad.

Digamos que en los días de Crossroads, hubo un momento en el que todo funcionaba como si se tratara de un plan preconcebido y que la «empresa» había adquirido un grado de madurez comercial que se notaba hacia afuera por la variedad de recursos y curros para conseguir discos que provenían de lugares que no podés imaginarte. Pero esta historia no es acerca de «piques», «contactos» y trapisondas varias. Es acerca de LA PASIÓN. Esa cosa que se siente cuando te cae la ficha de que «tenés que conseguir» ese disco. O la poco estudiada patología del comprador serial (de vinilos, cds o lo que sea).

Los ochenta se iban terminando y el viejo local de El Cid en el que empezó todo este rollo demencial (hacía ya como 8 años), avisaba que había que mudarse con la música a otra parte. Los dueños del local lo querían para instalar su joyería, así que salí a buscar un nuevo sitio donde trasladar ese pequeño universo que se había generado en torno a unos vinilos y a los locos que respirábamos de esas emanaciones sonoras, y a mí que estaba tratando de enderezar mi economía familiar con un proyecto que cualquier persona equilibrada hubiera desechado al toque. Lo que empezó en una feria de los sábados, con un caja llena de lps para zafar del desempleo y llevar un poco de aliento a casa, fue mutando en un emprendimiento que envolvió mis días en una aventura de vida y pasión por los discos que se derramó sobre las siguientes dos décadas.