Digamos que en los días de Crossroads, hubo un momento en el que todo funcionaba como si se tratara de un plan preconcebido y que la «empresa» había adquirido un grado de madurez comercial que se notaba hacia afuera por la variedad de recursos y curros para conseguir discos que provenían de lugares que no podés imaginarte. Pero esta historia no es acerca de «piques», «contactos» y trapisondas varias. Es acerca de LA PASIÓN. Esa cosa que se siente cuando te cae la ficha de que «tenés que conseguir» ese disco. O la poco estudiada patología del comprador serial (de vinilos, cds o lo que sea).
1- TERAPIA ROCKERA
Una tarde cae el Negro (no voy a nombrarte, pero si te toca leer esto, sabrás que hablo de vos), y mientras espera a que lo atienda, apoya sus codos en uno de los canastos donde van los discos Long Play. Se toma la cabeza con las palmas tapándole los ojos. Y ahí se queda.
Cuando comprueba que la puerta se cierra detrás del cliente saliente, hace una pausa y me mira, y sin decir agua va, caza un vinilo de la batea (¿Pixies?, no creo que pueda recordarlo con seguridad) y se acerca al mostrador y lo deja allí en clara señal de «me llevo esto». Y vuelve a su posición de codos apoyados, cara tapada etc…
Y ahí se queda, pero esta vez su voz temblorosa me asalta con una pregunta…
– “Che,decime…”.
Y ahora gira hacia mí y me está mirando fijamente y gesticulando con las manos.
– “Decime vos… Comprar discos… Necesitar oir música nueva cada tres o cuatro días… NECESITAR venir cada semana para llevarte algo…”, y aquí me parece que se quiebra, pero lo larga:
– “¿Es… una ENFERMEDAD, O QUÉ?…”.
Uh… touché… estoy en aprietos, yo viví AÑOS sintiendo eso y me tomó demasiado tiempo moderar mis ansias. Pobre Negro. Tengo que decirle ALGO (te veo sufrir, loco). Y voy y le encajo:
– “¿Qué carajo querés que te diga? Todos pasamos por eso, y no sé qué decirte”.
Ese TODOS suena muy cretino, es un consolador emocional onda «es de lo más común, todo el mundo siente estas cosas»… ¿TODO EL MUNDO? Ni yo me lo creo. Tengo que cortar este clima, nos está haciendo mierda a los dos.
– “Negro… ¿pagás ahora o…?”- le digo mientras embolso el disco.
– “No, pará… anotalo y te pago el viernes”.
Apenas sale, entra el pibe de los sándwiches.
– “Sólo me quedan de pavita” – dice, exhibiendo el canastito casi vacío.
– “Gracias, pero hoy no”.
¿Quién puta quiere comer después de esto?
2 – LO PRIMERO ES LO PRIMERO
Llega el Gaby, disfrazado de civil. Un chico de los que suelen venir, primera viola en una banda grande del METAL, de las que PESAN, ¿me entendés?… Aquí está, señores… ¡ataviado con traje y corbata! ¿SE PUEDE CREER? (creo que me va a dar algo…). Al menos la melena sigue ahí, larga cabellera enrulada… rock ‘n’ roll…
Estoy pensando que debe tener (o tuvo) algún compromiso social, todo esto mientras él revisa rápidamente la batea del metal y saca el Scum de Napalm Death, edición brasuca y pregunta:
– “¿Cuánto?”.
Mientras guardo el disco en una bolsa y busco el vuelto pienso si estará bien chusmear acerca del porqué se vistió así… pero el Gaby está apurado y suelta la sopa:
– “¡Vengo del Registro Civil!… ¡ME CASÉ! ¡Así que ando al palo, escapado! ¡Mejor me voy YA!”.
Hay rockeros y rockeros… este es de los que no renuncian a su esencia.
Tres décadas después, el Gaby y yo recordamos esta historia. Él ya no tiene su tremenda cabellera, pero tiene otra banda… y yo quedé con un millón de canas. Ése el precio, chiques, aunque al menos yo trate de engañarme con eso de «demasiado viejo para el rock ‘n’ roll, demasiado joven para morir».
El Gaby, mil proyectos en la cabeza, mil facetas. Radio, producción musical, todo eso y más. Y yo acá, como en orsay… Antes de irse me deja una frase
– “Mi pelo, mi pareja y muchas cosas más se perdieron en el tiempo… ¡¡PERO TODAVÍA TENGO ESE DISCO!!”.
3 – DATE UNA VUELTA EL MARTES
Este caballero era el que le daba a las teclas en una banda de rock allá por los setentas. No estoy seguro pero parece ser que no grabaron mucho material; eso sí, pegaron fuerte con un hit del que no tengo memoria. ¿Alguien recuerda a este cristiano? Los muchachos de la barra de Crossroads dicen que «ni idea» cada vez que lo ven…
Ahora está acá, en la disquería. Viene por tercera o cuarta vez a buscar un par de cds que tiene encargados de una remesa que debió llegar hace rato de Europa. El proveedor se muestra esquivo cuando lo llamo para reclamar; «me llegan en el siguiente avión» es la muletilla más común, pero hay otras y claro, no voy a aburrir. La cosa es que los discos NO LLEGAN y la hinchada está empezando a perder los estribos y la paciencia empieza a escasear. Pero yo no debería quejarme, estas tragedias ocurren todo el tiempo si sos un dealer de música que entra discos de queruza al país.
Así que aquí estamos los dos. Frente a frente, como en un duelo de peli barata del far west, en esta media tarde de poca circulación de gente y transporte. Alguien va a morir esta tarde y nadie lo notará.
Me mira como resignado aunque intenta ocultar su verdadero estado de ánimo (¡odio!) y dice:
– “Uff… ¡Así que hay que seguir esperando, eh?
El fastidio coloreado en las mejillas y palpable en su respiración… las fosas nasales ensanchadas… mamita.
Espero no sonar como el pusilánime que evito parecer en este instante.
– “Mmsí… llamé ayer de tarde al «importador», y si no pasa nada raro estarían llegando en tres o cuatro días”.
Los parroquianos habitués al boliche conocen mis lugares comunes: – “Date una vuelta el martes, o llamame” (ese es más laureado). Y entonces, llega la estocada final. Ya arrimándose a la puerta para irse, sentencia con controlada furia
– “VOS NO ENTENDÉS lo que significa estar esperando y esperando que te llegue un disco”.
Pienso para mí «¡Si sabré lo que significa!». Alguna vez me tocó de ese lado del mostrador, y es una penuria mayor, una desgracia… ustedes ya lo saben.
Sus últimas palabras, como un manojo de puñales antes del portazo triunfal: – “La música es ALIMENTO PARA EL ALMA, cuando entiendas esto vas a preocuparte mas por tus clientes…”.
Néstor Imbriani
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