La Cuchilla Desafilada

Regresábamos de una maratónica tarde sabatina de fútbol playa, el bravucón Jorset había terminado incrustado de cabeza en un castillo de arena, luego de comerse un caño apoteósico, en donde la pelota tan sólo se había trasladado 15 centímetros sobre el sábulo. Nos encontrábamos subiendo la pendiente asfaltada, construida para el tránsito de las embarcaciones desde y hacia los garages del Club de Pesca de Cuchilla Alta, cuando lo vimos: un afiche promocionaba que Los Estómagos tocarían, esa noche, antes del clásico baile organizado por Italo Colafranceschi. Dejé de comentar el gol del triunfo y les dije a mis compañeros de equipo: “no nos podemos perder esto”. Era el segundo fin de semana de enero de 1986.

Fue así, como esa noche, la ansiedad, nos hizo ser los primeros en ingresar a la rústica instalación, construida a orillas del mar, para ubicarnos delante de un improvisado escenario al ras del piso. Era la época de Romancho Berro Contrataciones. Romancho, ex-baterista de The Killers (mítica banda uruguaya de los años ’60), quien había regresado del exilio para formar B de Luxe, moderno grupo que, en 1984, registró un simple editado por el otrora sello discográfico de La Batuta.

Hacía cinco meses que Baroncini había debutado como batero de Los Estómagos, en el Bohemios, presentando el Tango Que Me Hiciste Mal… (único álbum grabado por Gustavo Mariott tras los parches). Venían de dos shows multitudinarios: el Comunafiesta en Villa Biárritz y la presentación del Graffiti en el Teatro de Verano. “El Gallego” y “El Abuelo” nunca los habían visto en vivo. Pablo “El New Wave” y yo, teníamos unos cuantos recitales encima.

Pese a los típicos problemas de sonido de aquella década y las limitaciones del local, dieron un show demoledor, hasta los involuntarios acoples de un majestuoso Parodi estaban afinados, los oscuros fraseos de bajo de “Hueso” Hernández junto a sus espasmódicos movimientos te hipnotizaban, sumado a que cada vocal y consonante que salían de la boca de Peluffo, eran creíbles. Los armónicos pares estimulaban la secreción de endorfinas y los impares, te apuñalaban el pecho.

Fotos: Rodolfo Fuentes

Al término de su actuación, se retiraron en el ómnibus que los trasladaba, “El Gallego” y “El Abuelo” permanecieron en estado catatónico durante toda la noche. Típica secuela post-show que había sabido experimentar tres años antes. Con Pablo “El New Wave” comentamos la inclusión de “Semillas”, tema inédito por aquel entonces, al set list, ante la mirada perdida de nuestros amigos debutantes. Pablo “El New Wave” era allegado a la barra de Partagás, seguidores a ultranza de Los de Persia. De todas formas, sus favoritos del Graffiti, eran ADN por el tono de voz y dicción de Juan Berhau, quien lo hacía recordar a su ex- compañero de colegio londinense, vocalista de Nietzsche’s Lovers, ignota banda post punk de principios de los ’80s.

Como relaté en otra oportunidad, Pablo era hijo de exiliados políticos, por lo tanto, geográficamente habíamos crecido en lugares bien distintos pero en circunstancias similares, cosa que facilitó nuestra gran amistad. Juntos, presenciamos el nacimiento y el ocaso del rock uruguayo de los años ochentas, con todo lo que eso conlleva. Daría cualquier cosa por aterrizar, al menos un instante, en aquellos turbulentos años para revivir los salvajes golpes de púa sobre las cuatro cuerdas del Giannini (de Musical Miranda) perfectamente sincronizados con el singular Chorus que camuflaba la cacofónica guitarra pandense. Pero por sobre todo, me gustaría evitar el trágico desenlace de mi fiel compañero de andanzas y de paso, volver a confiar en las palabras de aquel iracundo cantante.

Lic. Hugo Gutiérrez