Gallego Dominguín

Cuando me pidieron que escribiera un artículo sobre la figura del “Gallego” Dominguín enseguida me di cuenta que al hacerlo me sumergiría en mi infancia; más aún, sería como hacer un repaso de mi vida. ¿Con cuántas personas te puede ocurrir algo así?

Todo comenzó a la edad de 5 años en “Pando, Ciudad Industrial”, más precisamente, en el aula del Maestro Eugenio. No habíamos empezado la escuela y ya nos encontrábamos coleccionando las calcomanías que nos entregaban por ser los primeros en terminar la tarea. Mientras tanto, en las calles desaparecía gente que los noticieros no buscaban. Con Dominguín compartí todo el ciclo escolar como compañero de banco terminando en 1983 en el patio del Liceo Brause degustando los refuerzos (con pan tortuga) de la cantina. En el mismo lugar, unos años atrás, Gustavo Parodi y Fabián Hernández se habían conocido.

Todo transcurría con absoluta normalidad: miles de personas atrapadas en un infierno silencioso con la sensación de que el tiempo se había detenido. Hasta que llegó el sábado 6 de agosto de 1983 en donde nada volvería a ser igual. Esa soleada tarde concurrimos a la kermesse organizada en el Centro Protección de Choferes local, por el grupo de viaje del 6to año A de Derecho. En las semanas previas algunos afiches en las paredes pandenses habían promocionado un baile liceal musicalizado por la discoteca Tambaco, sumado a la actuación de «una banda distinta». Por esa época, las únicas 4 FM que poblaban el éter sólo se dignaban a pasar la música disco que tanto le gustaba al peluquero Aldo. La amistad con mi vecino Esteban “Cabeza” Lafargue me hizo descubrir precozmente a The Vultures (embrión de Los Estómagos) lo que motivó mi asistencia al baile, esa gélida noche de invierno, hecho que cambiaría mi vida para siempre.

A mitad de julio de 1984, por problemas familiares, abandono Pando y por ende al Gallego. Nuestros esporádicos encuentros se limitarían a la convergencia en algún show capitalino, pero, a pesar de todo, siempre nos unió algo más que un pupitre.

Hoy en día (con 50 años), El Gallego, desde su legendaria marca «Rocker City», se transformó en un referente de la cultura-rock uruguaya, pasión que compartimos desde los fermentales ’80s. El destino quiso que todas las semanas se emita “8:08, la columna que atrasa” (mi sección en la mítica revista-blog Sólo Rock) en su audición radial (Del Molino FM 89.3).

Como podrán apreciar, 45 años después, seguimos codo a codo desafiando el inexorable trajinar del tiempo. Sobrevivientes de un mundo displicente que secuestra la juventud y amarga la vejez mientras aplaudimos nuestro encarcelamiento.

Hugo Gutiérrez