Sepelio en Cordón

El viernes 25 de agosto de 1989, Montevideo amaneció conmocionada por un cruento operativo policial, realizado en Maroñas, en donde fallecieron cuatro policías junto a otros seis que resultaron heridos. Seguían los pasos de la banda de los Benavides, que venían de cometer sonadas rapiñas, sumado a tres asaltos de magnitud a bancos capitalinos.

Al golpear la puerta en la finca ubicada en Morelli 4247, los agentes fueron atendidos por una menor, y luego de haber ingresado para cumplir con la orden de allanamiento, sorprendidos por los delincuentes (que poseían armas de grueso calibre) se produjo un fuerte intercambio de disparos con el luctuoso saldo señalado.

En la gélida noche de ese 25 de agosto, Los Estómagos se despedían de su público en un Cine Cordón repleto. Por la tarde, en el ensayo de Libertad Condicional, recibimos la visita de uno de los plomos de Los Estómagos, quien era compañero de Pablo Rodríguez (nuestro bajista) en el equipo de fútbol de salón del Platense. «En media hora hacen la prueba de sonido, vamos» nos dijo. Nos separaban escasas cuadras del Cine Cordón. Al llegar a la sala, ya estaban sobre el escenario chequeando los agudos con uno de los temas que integra su último disco: «Seguridad» (para nosotros seguía siendo «Mi Soledad»). El set-list elegido para su despedida recorrió toda su carrera, ejecutaron  26 canciones, arrancaron el show con «Una Ola» (luego de la emisión del Himno Nacional completo con juego de luces incluido a cargo de Pedro Dalton y Peluffo chico) y finalizaron, en un segundo bis, con «No hay Clemencia». Hay una imagen que me persiguió durante años: Gustavo Parodi en el micrófono de Fabián «Hueso» Hernández  haciendo los coros de «Te Vas»; 4 meses después, ese recuerdo cobró otra dimensión.

Lo cierto es que, ni los cuatro policías abatidos, ni los hermanos atracadores, ni siquiera la hija de Benavidez (de 12 años), quien quedó en el medio del fuego cruzado, tenían pensado asistir esa noche al Cine Cordón.

A la salida del recital, un mar de vidrios rotos (producto de incidentes que se suscitaron fuera del establecimiento) sustituyó a las coronas de flores. Era imposible imaginar otro final, la generación ausente y solitaria mordió la lona para nunca más levantarse. El Cine Cordón corrió con la misma suerte (al igual que el resto de las salas cinematográficas del centro de Montevideo). 30 años después, el único local comercial de la zona que resiste estoicamente el paso del tiempo es el Bar Papiros, donde empezamos el luto. Como en toda pérdida, no hubo brindis, sólo lágrimas en los ojos que llamaron la atención de uno de los mozos: «¿Qué les pasa, muchachos? ¿Está caliente la cerveza?», preguntó, perplejo.

En esa mesa de bar nació la sensación de que ya estaba todo inventado, que de ahora en más nada nos podría sorprender. En los últimos meses de la década del ’80, cada vez se arriesgaba menos, la originalidad y la cuota de peligro habían caducado; el orden cronológico de la discografía estomacal era un buen ejemplo de eso. La retromanía había infiltrado la cultura rock de manera definitiva.

Nuestras expectativas quedarían reducidas a una batidora europea que, 3 años más tarde, desembarcaría en el Puerto de Montevideo y a una etiqueta inventada, por un crítico musical, 20 años atrás: grunge (hijo no reconocido del punk adoptado por MTV). Esa noche es considerada la fecha de defunción del Movimiento Graffiti, dado que el resto de las bandas, incluidas en el mítico compilado, ya se habían separado.

Un alumno del turno matutino del IAVA, con quien compartía aula, lo tenía bien claro. En la tarde del lunes, cuando entré al salón de clases, el pizarrón rezaba: 25 de agosto de 1989, Duelo Nacional: separación de Los Estómagos.

El brazalete negro en mi brazo izquierdo lo certificaba.

Hugo Gutiérrez

FINALMENTE EL COMENTARIO DE SÓLO ROCK DE LA ÉPOCA.