Los Festivales y Sus Nombres

Alrededor del mundo se suceden los festivales de rock. Grandes escenarios donde desfilan varias bandas ante miles de personas. Transmisiones en directo o grabadas para el eterno recuerdo. Los estadios y los espacios al aire libre se llenan de gente ávida de ver a su banda, en el mejor de los casos. Existe la costumbre de nombrar un festival y luego repetir la experiencia bajo el mismo nombre, basándose en el éxito de convocatoria inicial (el factor más importante para el organizador) o quizás evocando la mística o apelando a la nostalgia. Pero es imposible la repetición: cada experiencia es única.

A nivel internacional son muchos los ejemplos de lo citado. Algunos que rayan en lo ridículo, como el Rock en Río que no se realiza en Río (Rock en Río Lisboa o Rock in Río Madrid) pero que pretende evocar al festival original realizado en esa ciudad en el año 1985. A nivel local y en la actualidad, tenemos al Cosquín Rock, apéndice rockero del mítico festival de folclore de esa ciudad Argentina, que se realiza… en Montevideo.

Hay casos en que la repetición bajo el mismo nombre es como una burla, que puede interpretarse hasta como un insulto. Fuera de fronteras, el caso más significativo quizás sea Woodstock. El festival original y único en muchos sentidos realizado en 1969, fue representativo de esa época y nunca podrá ser repetido por esa razón. Por más que le pongan el mismo nombre a inventos posteriores, que podrán ser hasta quizás mejores, pero que nunca serán Woodstock.

Dentro de fronteras, y salvando las grandes distancias, nuestro Montevideo Rock original de 1986 entra dentro de esa misma categoría. Un festival único por el momento en que se dio, con sus características particulares y que nunca va a poder emularse. El Montevideo Rock II del año 1988, por ejemplo, fue totalmente otra cosa. Nuevamente podrá opinarse que estuvo mejor o peor, pero no debería haberse llamado de la misma manera. Los nombres, en estos casos, terminan siendo más representativos de lo que en un inicio se pensó. Y por más que haya estado en la cabeza de algún productor, una vez que se suelta al mundo, pasa a ser de la gente y radica en las experiencias individuales vividas. Para estos casos, parece ser (en realidad lo es) que lo importante no es lo que pasó en cada caso, sino buscar importantes concurrencias para hacerlo económicamente rendidor.

Entonces, ¿en qué lugar queda la música? ¿Cuál es el sentido de llamar con el mismo nombre a festivales que no tienen nada que ver entre sí? Más allá de la respuesta obvia, al rock no le aporta nada. No hay ningún beneficio ni para la música ni para el músico en conservar y repetir el nombre de un festival. Ni siquiera el supuesto poder de convocatoria del nombre, porque los convocantes (y que esto quede muy claro) son los grupos.

Se entiende que nadie organizará un festival para perder dinero, pero da un poco de bronquita cuando lo comercial de todo este asunto ni siquiera respeta experiencias o sentimientos de quienes tuvieron la suerte de participar en eventos únicos. También se entiende que para los organizadores, cada uno de nosotros somos el precio de la entrada que pagamos, y que en pos de “dar la posibilidad a que las bandas toquen frente a miles de personas”, los festivales no se realicen gratis y apelen a diversos recursos convocantes. Pero por lo menos me gustaría ver un poco más de respeto en este tema.

Ariel Scarpa