
En la década del setenta, en Pando, existía una hermosa tradición: al rudimentario desfile de Carnaval se le sumaba un concurso de vidrieras, en donde participaban la mayoría de los comerciantes de la otrora Ciudad Industrial. En un mundo sin internet, Yango decía que las vidrieras comerciales eran el cine de los pobres, por lo que solía contratar una vidrierista capitalina para que decorara el enorme ventanal de su tienda.
Recuerdo un año en donde mis padres hicieron una reforma en su local comercial, con el objetivo de ampliar el escaparate que daba a la avenida principal. Fue en esa instancia cuando le incorporaron parlantes a la remodelada vidriera logrando que sonara ininterrumpidamente FM Del Plata, una de las tres emisoras privadas de frecuencia modulada que existían en aquellos años. De más está decir, que el dueño de la emisora nunca se enteró, las cosas en los ochenta funcionaban de otra manera. Fue así como la esquina conformada por Avenida Artigas y Zorrilla de San Martín pasó a estar musicalizada las 24 horas del día, motivo por el cual la gente se trasladaba a esa parada para esperar el ómnibus.

Justamente, fue debajo del cartel nomenclador de esas calles donde Esteban “Cabeza” Lafargue me cantó a capela “Una aplanadora me atropelló”, una de las primeras canciones punks del Río de la Plata, tema firmado por el binomio Parodi – Hernández, en ese momento, integrantes de The Vultures. Transcurría enero de 1981, todavía resonaban los ecos de la victoria del NO y en el Estadio Centenario se estaba por disputar la digitada final del Mundialito criollo. Días después, Esteban me pasó un cassette con los dos primeros álbumes de Ramones para que disfrutara en mi moderno radiograbador Pioneer, siendo responsable de mi acercamiento precoz al punk rock. A la semana siguiente sonaba, en el plateado parlante, una copia del Never Mind The Bollocks, también suministrado por mi dealer musical. Con el tiempo supe que esas cintas eran de Parodi, que se las daba a Esteban para que se familiarizara con los nuevos sonidos, debido a la formación clásica del, por aquel entonces, único baterista de la zona. Pasaron los meses y pese al desagrado del carpintero Juan, seguía pateando, durante horas, mi pelota 5 aros contra el muro que daba al patio de la casa de los Pratto, de donde, los fines de semana, se escuchaba un sonido similar a las canciones que tenía grabadas en aquellos TDK.

The Vultures 1981 – Teatro Anglo

En marzo de 1983, con “El Gallego” Dominguín iniciamos secundaria en el liceo Brause. En el patio de dicho centro de estudio público, unos años atrás, se habían conocido Parodi y Hernández, hecho que cambió para siempre el curso de la música popular uruguaya y nuestras vidas. Éramos los dos únicos alumnos varones que no habíamos repetido el año, cosa que nos dejaba en desventaja física. Dominguín, debido a su “afección respiratoria”, logró exonerar Educación Física. Yo no tuve esa suerte. Ese semestre me acostumbré a soportar reiterados destratos de parte de un “profesor de gimnasia” con grado de Sargento, quien nos intimidaba con rígida disciplina militar. A las siete de la mañana, me resultaba imposible trepar a pulso y escuadra las cucañas que todavía se conservan en la Plaza de Deportes de Pando. Lo que más odiaba era formar fila y marcar el paso, en Dictadura se imponía el orden cerrado. Mis habilidades en el fútbol salvaron mi pellejo. Cuando el Sargento fue nombrado técnico de la Selección de Fútbol del Liceo Brause, realizó un llamado a aspirantes en la cancha de Atlanta. Luego de convencerlo para que me probara, en mi primer contacto con el balón dejé al tosco zaguero repetidor, después de un caño de antología, enganchado en el alambrado lateral del field. El lungo defensa necesitó asistencia para retornar al campo de juego. Esa mañana evité el examen de Educación Física, puesto que, a partir de ahí, mi calificación, misteriosamente, se duplicó, aún sin poder subir el palo ensebado. Fue así, como pasé a formar parte del seleccionado liceal y siendo el player más chico, con mi gol de tres dedos, ganamos la final del Campeonato Intercolegial del Este, hecho que me trajo varios privilegios, entre ellos, la inmunidad absoluta.

De esta manera, llegamos a la jornada del sábado 6 de agosto de 1983. Por la tarde, en el Centro Protección de Choferes de Pando se realizó una kermesse a beneficio del grupo de viaje del sexto de Derecho del Brause, y por la noche un baile con el mismo objetivo. Esa jornada pasó a la historia por el debut de una “banda distinta”, como advertía el afiche: Los Estómagos. Asistí a la verbena en el predio en donde años después se construiría la piscina del club. Entre porciones de tortas y pizzas me encontré, a la noche, con mis compañeros de equipo para celebrar el flamante título logrado. Todo transcurría con total normalidad hasta que cuatro muchachos, de muy raro aspecto, subieron a un improvisado escenario montado en el salón de fiestas. Al primer acorde lo supe, ese era el sonido que salía de la casa de los Pratto, cosa que terminé de confirmar cuando interpretaron “La aplanadora” (junto a “La barométrica” y “No me rompas”, una gran versión de un clásico de los Skids, fueron los temas de The Vultures que permanecieron en el primer repertorio de Los Estómagos).
Mi área cerebral occipital le ponía imagen a esas canciones que hacía meses venían arañando el aire y los cabezales del estéreo japonés. Ese proceso me dejó en estado catatónico, quedaba demostrado, una vez más, que la vanguardia vernácula nació en Pando, opacando a la capital. Después de finalizado el show, permanecí inmóvil sobre la lustrosa cerámica de la pista de baile, apenas percibí algunas corridas a mi alrededor. Al otro día me enteré que el tosco zaguero repetidor había enterrado de cabeza, en el retrete, a un integrante de la barra del Viejo Pancho, quienes habían viajado exclusivamente para ver al debutante grupo punk.

Para que el círculo se cierre, esta columna debe terminar como empezó. La importancia de Lafargue es reconocida por los mismísimos Parodi y Hernández. Tanto es así que si no fuera por Lafargue, nos hubiésemos perdido uno de los mejores compositores de la música uruguaya. Dado que fue Esteban quien alentó a Parodi a insistir en la ejecución y aprendizaje de la guitarra eléctrica. Este año, Esteban Lafargue fue entrevistado por Dominguín en FM Del Molino; para mi asombro el conductor radial le mencionó los cassettes que me entregaba en la céntrica esquina pandense, cosa que hizo emocionar, al aire, al entrevistado: “¡¡Huguito!! ¡Hace más de 40 años que no lo veo!”. En Montevideo, estaba escuchando, en vivo, el programa cuando se me humedecieron los ojos. Según un antiguo proverbio bíblico, los ojos son las ventanas del alma; al igual que las vidrieras, a veces se decoran, a veces se musicalizan y otras veces se empañan, pero, pese a las vicisitudes, todos los días tienen premio.
Lic. Hugo Gutiérrez

