¿Para La Juventud El Rock Está Muerto?

Hace un buen tiempo, que en todo lugar donde se reúna gente vinculada al rock es tema frecuente hablar del estado de la música actual. Así que en Redes Comunicantes nos metemos en ese tema, a ver si surge algo. ¡Que los jóvenes de ahora escuchan basura, que esto no es música, que parece mentira esto o aquello, que es una vergüenza esto otro, que el rock ha muerto y ponete el poncho que está fresquito!

Como corresponde a estos tiempos, cada vez más binarios por reflejo que otra cosa, salen al cruce comentarios de aquellos que se paran en la vereda de enfrente y tratan a quienes sostienen esto de dinosaurios, fundamentalistas, reaccionarios… viejos de mierda, en definitiva. Ahí entra en juego el factor edad. Otro mito es que ya no hay roqueros que crucen la barrera de los 30 años, aproximadamente. ¡Horror, la juventud le ha dado la espalda al rock y esto es el acabose, el fin de la historia! Entonces surge el tema de la educación, de la cultura, de las multinacionales en la sombra y al servicio del poder mundial (eso no está en tela de juicio, pero aplicado a la música me parece mucho). Todo sugerido, en muchos casos en conversaciones de wasap, las cuales carecen de tono, pero hacen sentir que algo apocalíptico y sin retorno está sucediendo. Dirían los más extremistas: ¡Que venga el meteorito ya!

Momento de pausa.

Si miramos detenidamente la historia de la música, desde que existen las grabaciones podemos decir que se cumple un cierto proceso, o ciclo, de desarrollo de los diferentes géneros musicales y que no difieren mucho entre sí. Pensemos en el blues, el jazz o el tango, para no ir tan lejos. Estos géneros musicales, podría decirse que vivieron su momento de apogeo en la primera mitad del siglo XX y siguen vigentes al día de hoy. Nacieron antes de que arrancara el siglo, surgieron en todos los casos en los guetos y en los lugares de más bajo extracto social y donde la música cubría diferentes funciones y necesidades.

El tango nace en los puertos, de la cruza de europeos recién bajados de los barcos con la gente del arrabal, se bailaba entre hombres al principio, en tugurios de mala muerte. Poco a poco se fue estableciendo entre la gente y se convirtió en la música preferida por varias generaciones en el Río de la Plata. Gardel, Discépolo, Troilo, entre otros nombres, lo catapultaron a la fama y el prestigio absoluto; su época dorada duró más de cincuenta años. Luego vinieron otros, Piazzolla por ejemplo, y lo reinventaron y sufrió períodos de estancamiento, pérdida, nuevas lecturas y aggiornamentos y al día de hoy es una música viva, presente en todas las edades y estratos sociales; como ejemplo, los nietos de Piazzolla: Bajo Fondo.

Lo mismo puede decirse del proceso del jazz, que nació en el corazón de los esclavos y llegó a los salones de baile más encumbrados (donde esos mismos esclavos, en ese momento supuestamente libres, no tenían cabida). A ese vaciamiento del alma del jazz le hicieron frente nombres como Charlie Parker, John Coltrane o, tiempo después, Miles Davis. El jazz evolucionó, incorporando nuevos instrumentos, ritmos y perspectivas. Al día de hoy sigue gozando de buena salud y tiene adeptos en todas las generaciones. Quizás no sea la música que más parece escucharse en las redes, ni forma parte de la obsesión de las listas del siglo XXI. ¿Pero eso importa? ¿Qué aportan esos resultados a la música en sí misma? ¿Elegimos la música que escuchamos por lo que nos aporta, o porque es una forma de sentirse parte de algo en la sociedad?

En resumen, podría decirse que los géneros musicales pasan por un proceso promedio de unos veinte o treinta años para consolidarse como tal, viven una etapa de apogeo que promedia un tiempo similar o algunos años más. Luego deja de ser visible en el pináculo de popularidad, pero mantiene un público variado que le permite generar diferentes trayectos, pasando por etapas de decadencia o nuevos despertares. Podría equipararse a las vicisitudes en la vida de una persona.

Si miráramos al rock desde esa perspectiva y le ponemos fecha de nacimiento en 1955, podemos decir que el rock es hoy un señor de unos sesenta y siete años. Nació de la necesidad de una generación de independizarse de sus padres. El rock and roll surge como la voz y el deseo de una cultura propia, por parte de una caterva de baby boomers, hijos de la Segunda Guerra Mundial. La primera etapa del rock, podría decirse que consistió en la búsqueda de un lenguaje y un ritmo propios para bailar y divertirse. Las revistas de la época le vaticinaban poca duración, los más indignados no podían creer que la juventud escuchara algo así, que no tuviera vergüenza ni recato, que pisoteara la moral y las buenas costumbres. Aparte de la alarma que surgía en los padres, por el miedo a que sus hijos se descarrilaran y cayeran en poder de esa música demoníaca, lasciva y ruidosa. Apología del desacato, la lujuria, la violencia, el mal gusto y otras cosas que no recuerdo. ¿Les suena?

A mediados de la década del ’60 y de la mano de gente como Bob Dylan, los Beatles o los Stones, el rock se dio cuenta que representaba una expresión contracultural en sí misma y el negocio se dio cuenta que tenía un espacio de consumo a desarrollar de manera exponencial. Así, en una pulseada constante, el rock pasa de ser un pasatiempo sin futuro a ser un símbolo de rebeldía y a la vez una expresión artística que apostaba fuerte por subir escalones para ser aceptado como una forma de arte y ser respetado como tal. Podría decirse que, en un lapso de diez a quince años, se esparció como reguero de pólvora y representó de alguna manera una de las primeras expresiones de la globalización que se avecinaba. Vivió un apogeo sin precedentes de más de treinta años en donde el paraguas del rock cobijó a una cantidad de subgéneros o nuevos géneros nacidos en su seno, que se multiplicaron de forma exponencial. Desde sus vertientes más pop, a las más radicales, sus conexiones con la electrónica, lo industrial o el hip-hop, entre otros. Pero no se detuvo; retromanía mediante, se mantuvo encumbrado entre las referencias de la gente a través de distintas bandas, solistas y proyectos. Y siguió ramificándose hasta cruzar todas sus fronteras.

¡Pero el rock ha muerto, ya los jóvenes no lo escuchan, escuchan unas porquerías espantosas, ordinarias, y bla, bla, bla!

¿Esta actitud no se parece mucho a la que tenían las generaciones anteriores respecto a sus hijos? ¿Para qué queremos que los jóvenes escuchen y disfruten lo mismo que nosotros? ¿Qué les dijiste a tus padres cuando ellos quisieron hacer lo mismo contigo? ¿Cuánto hay de cíclico en esto? ¿La música, para las generaciones más jóvenes cumple un rol social, o es mero entretenimiento? Seguramente se den ambos casos en variados grupos de jóvenes con diversas miradas sobre la música. En una conversación de wasap alguien que se llama Germán contó al respecto: El otro día una muchacha que conozco me comentó, porque va a ver en vivo shows de música de moda, y fue gráfica: «me gusta porque me genera comodidad, no hay sorpresas, no hay emociones fuertes, y si voy al baño me da la sensación de que no me perdí ninguna canción», eso dicho por una persona que garpa entradas caras.

En todas las épocas y con todos los géneros musicales, siempre hubo gente que no considera a la música algo vital, sino algo que simplemente acompaña el entorno y el momento. Un bien de consumo y prestigio; en la otra punta de la madeja, para otros es un estandarte de vida. Es inmenso el matiz de intensidades que la música genera en las personas. E inmensa la manera en que se puede valorar.

Los días que todo esto anduvo dando vueltas en mi cabeza hasta que se acomodó para convertirse en esta nota, estuve escuchando nuevos trabajos del eterno Iggy Pop o la ya clásica banda Porcupine Tree, el californiano Fantastic Negrito (que en diciembre de 2022 dio tremendo recital en Montevideo), la banda texana Polyphia (su último disco rompe con todos los preconceptos posibles y hacen una música del carajo), los polacos de Riverside o los argentinos Acorazado Potemkin. También de nuestros pagos, escuché a Lucia Severino, bandas como Estadoculto, Capitán Tormenta, o Spuntone & Mendaro, entre otros. En Mongolia la banda The Hu hace rock usando instrumentos y cantos tradicionales, tiene en su canal de YouTube más de un millón y medio de suscriptores y sus videos cuentan más de 164 millones de vistas; para tener en cuenta. Claro está que esto no sale en los canales de mayor difusión, no genera polémicas, ni mediciones sobre el éxito y la moda tan importantes para ser alguien en las redes que tanto obsesionan. El tema está en ¿qué esperamos de la música, qué le pedimos o necesitamos de ella?

Soy un viejo de cincuenta y cinco años, con un gusto formado y un camino transcurrido. A esta altura del partido, si la música que escucho es masiva o no, me tiene sin cuidado. El eje para mí es aprovechar las inmensas herramientas que existen para buscar, seguir sorprendiéndome y conociendo propuestas en equidistantes puntos del globo. Que cada uno escuche la música que pueda y quiera escuchar, debería ser la premisa. Dejemos que la juventud haga su propio camino y pelee sus propias batallas, que elijan los ritmos que más los representen para eso. El rock, como nos decían nuestros padres con el tango: los espera a la vuelta de la esquina. Lo esencial es entender que la música que está viva, es aquella que nos moviliza y nos conmueve, no importa la edad que se tenga o el contexto en el que se viva. Lo demás, más allá de la etiqueta que se le ponga, es arena de otro costal.

¿El rock está muerto para los jóvenes? ¡Mire Ud. qué horrible! Demasiados agoreros andan sueltos, desde la lejana década del ’50 del siglo pasado, como para que así sea.

Gustavo Aguilera