Una opinión calificada desde la óptica de su rol de músico y de profesor de historia. Una visión diferente sobre el rock.
No es la finalidad de este articulo hacer un ejercicio de revisión de cómo evolucionó el arte en su papel de vehículo transformador o espejo de la sociedad materializando sus demandas más urgentes y visibilizándolas mediante la crítica y la reflexión, pero sí contextualizar a la obra en cuestión (Wish You Were Here) como claro ejemplo de ello.
Prólogo: Desde hace mucho tiempo las artes, sobre todo las masivas como la música o el cine, han sido sustentadas por estilos, vanguardias y distintas rotulaciones que, de algún modo, han ido a contramano de su desterritorialidad esencial por la cual expresiones como el rock han sido históricamente caracterizadas por modalidades como el de los considerados artistas “de culto”, que redefinen ese carácter desterritorial y heterogéneo por una territorialidad espacial y una homogeneidad cimentada en la adhesión y la cohesión identitaria.
Hace poco más de un mes de iniciado este artículo la escena musical se ha visto sacudida con una noticia, que si bien a muchos no les ha sorprendido, causó impacto en una parte importante de una generación que esperaba ávida por esa confirmación. Más precisamente a 30 años de su memorable debut discográfico, la banda británica Oasis anunciaba de manera oficial en sus redes que retornaría a los escenarios luego de 15 años desde su separación, o mejor dicho, de la ruptura entre sus dos miembros “estables” y fundadores, los hermanos Noel y Liam Gallagher.
En tiempos de indefinición, de incertidumbre semántica, de exploración y cierto desfondamiento intelectual, el rock se ve inmerso en dicha confusión y sufre al menos una crisis identitaria, naufragando en la tempestad de los acontecimientos vertiginosos, en el mar de las dudas camufladas a veces de certezas, escudadas en la diversidad tolerante y complaciente que puede resultar más excluyente y fragmentaria que lo que se promueve en lo discursivo, donde sólo parece haber un lugar para la oda de la diversión, lo ecléctico se devora a lo disruptivo y la inmediatez desterritorializa la dimensión entre cultura y entretenimiento.
La historia del rock está decididamente emparentada con ciertas figuras cuyas idolatrías generadas las han puesto en un lugar cuasi mesiánico y a la vez de mártir, cuyos lazos con las masas han sido en algunos casos tan fuertes que las mismas resultaron imposibles de sustituir y esa es, de alguna forma, una causa del fenómeno anteriormente descrito, aunque suene contradictorio. Esa concepción romántica de aferrarse a algo, ya sea una persona o a una idea que ya no existe materialmente, lleva a ese conservadurismo del que se hacía mención, pero también al afán de generar mártires embanderados en la causa del rock y que de algún modo para el imaginario colectivo, murieron por ella. ¿Y qué cosa más conmovedora y honesta puede existir que morir por una causa que a uno le es propia?
Largos debates y acaloradas discusiones se vienen produciendo desde un tiempo a esta parte sobre todo desde el ámbito musical en torno a una pregunta que resulta cada vez más recurrente y más difícil de esquivar, incluso hasta para el más visceral de los negacionistas, y es referida a si el rock ha muerto o está en vías de inexorable extinción… Sin ánimo de encontrar una verdad absoluta ni definitiva al tema, este artículo pretende, por el contrario, arrojar luz y profundizar desde el análisis como herramienta, las posibles aristas que el tópico presenta, ya que posiblemente no exista esa respuesta definitiva que clausure la discusión, pues se trata de una situación multicausal, de factores múltiples cuyo análisis despertará probablemente más interrogantes que certezas, pero al menos se intentará humildemente abrir un poco el espectro en donde es preciso visualizar que la clave se halla en entender qué está sucediendo para que el rock esté en esta suerte de condición disminuida, más que predecir su futuro o fecha de caducidad.