Porque todo tiene un principio: Peter Hammill en Buenos Aires
La escritura es un largo y pausado camino lleno de aprendizajes y sensaciones encontradas. A finales de la década del ’80 con unos amigos en el liceo 26 y de forma totalmente amateur e influenciados por el espíritu de la época, nos animamos a editar una revista subte. Así di los primeros pasos en esto de escribir sobre cultura y hacer las primeras entrevistas. Eso me llevó en 1990 a ingresar en la vieja UTU de periodismo. Terminado el curso y después de varios años de golpear puertas en algún medio de prensa, en el año ’93, me aceptaron una nota. Fue en la revista Graffiti, una prestigiosa revista cultural de aquellos años. No cabía en mí de alegría. Fue mi primer trabajo impreso.
Hoy Redes Comunicantes, mi columna escrita y canal de YouTube, son una realidad que llevó años de ensayo y error, de contrastar ideas, pensamientos, posibilidades y resultados. Este año se cumplen 30 años de aquella primera publicación profesional, un camino lleno de satisfacciones. Por eso, en este espacio a modo de festejo, recuerdo (y algo de rescate) de ese primer paso dado con mucha convicción, comparto una parte de aquellos primeros garabatos, sin correcciones actuales, como salió en su momento con sus aciertos y errores: Peter Hammill en Buenos Aires: La energía del generador maldito.
Encabezado de la nota
PH en directo. Auditorio de Belgrano 12 de junio
El auditórium de Belgrano es un teatro, perteneciente a un colegio religioso. Y hacia allí se dirigieron los feligreses integrantes de la Nueva Iglesia del Ruido. “The noise” es justamente el nombre del último trabajo de este incansable peregrino mitad ángel, mitad demonio. Que es en realidad “un gentil hombre inglés que responde al nombre de Peter Joseph Andrew”. Peter Hammill, comenzó allá por 1967, siendo la energía lírica del generador maldito de la historia del rock. Van Der Graaf Generator. Grupo que en su época supo calzar como anillo al dedo dentro de la bolsa etiquetada como “Rock progresivo”. Diez discos surgieron de la errante, pero fructífera carrera del generador. Mientras que Hammill en 22 años de carrera solista lleva editados 25 L.P.s con la rara virtud de ser cada uno de ellos una joya en sí mismo. Pero dejémonos de preámbulos y vayamos al grano.
El directo: Siendo las 22:00 horas entrábamos al recinto sagrado, un acomodador bien trajeadito, nos guiaba hasta nuestra platea numerada (para cabalistas: fila 11 asiento 19) y nos entregaba un programa titulado: “La leyenda de Pedro el errante (sólo para conversos)”. En el escenario un telón rojo aterciopelado estaba abierto de par en par; otro servía de escenografía recortando siluetas oscuras y brillosas que surgían de los amplificadores, la batería, el bajo y una de las guitarras. A las 22:30 entran en escena Nic Potter (bajo) intermitente compañero de PH desde los tiempos de VDGG, Manny Elías (batería), Stuart Gordon (guitarra, violín, coros) y Peter en guitarra y voz.
Aplausos de parado desde todos los rincones del auditorio. Se apagan las luces. Y el Ruido se hace real, tangible. Las luces del escenario explotan al unísono con el primer latido lacerante que surge del redoblante y del charleston. Una nota del bajo queda colgada hasta el infinito y los acerados riffs de la viola de Hammill se entremezclan con los cristalinos acordes de la otra guitarra.
“Una patada para matar el beso” (A kick to kill the Kiss) es el tema que rompe el frío de la húmeda y lluviosa noche.
PH es demasiado flaco. Creo que Iggy Pop o Peter Murphy en sus peores épocas eran gordos comparados con este enjuto señor, que daba vueltas en círculos eléctricos mientras desplegaba todo el Ruido al que hace alusión en su último trabajo. Lo singular del caso es que debido a su flacura y a su ropa holgada, parecía deslizarse en escena. Tema a tema la sorpresa iba en aumento. En el tercer tema Stuart Gordon dejó su guitarra y tomó el violín que estaba conectado a tres pedales colocados en semicírculo y a corta distancia uno del otro. Eran como cajas de Pandora bajo sus pies, sonando como un reverberante teclado o como un saxo desenfrenado al mejor estilo David Jackson, y cubriendo en vivo la ausencia de estos instrumentos presentes en el disco. Las piezas del mecanismo de relojería que era el grupo llegaron al máximo de su expresión logrando una alquimia pura; llenando el ambiente de oro sónico. En ese momento terminaron para los que estábamos ahí las posibilidades de salvación, ya no había forma de escapar y PH lo sabía. Guiaba estos desbordes controlados con su sonrisa maliciosa y su mirada lacónica que servían de antesala a sus giros que lo dejaban de espalda al público cuando los solos eran más frenéticos. (El lugar estaba invadido de una extraña mezcla de sonidos que podían perfectamente pertenecer a los momentos más experimentales de Adrian Belew o los más matemáticos de Robert Fripp). Sobre toda esa parafernalia sónica (que nunca llegaba a herir los sentidos) y el increíble clima que daban las luces, navegaba su particular voz, que desplegaba suaves melodías o que por momentos rasgaba las canciones con su potencia como si fuera un Tom Waits salvaje y enloquecido, apoyado por pequeños silencios instrumentales y un sonido perfecto que permitía apreciar todos los arreglos preparados para la ocasión. El público pedía temas viejos y algún clásico de la Van Der, fueron sólo cuatro los viejos momentos que se permitió Peter sin ninguna otra concesión.
No puede esperarse otra cosa de alguien que sólo mira hacia adelante con la intención de avanzar y crear siempre algo distinto, algo superable, no en vano este ilustre “desconocido” a servido de influencia para grandes nombres del rock, como David Bowie, John Lydon o Peter Gabriel por nombrar sólo algunos. Y claro está que esto quedó bien demostrado en las dos horas y cuarto que duró el recital (incluyendo bises). Luego el silencio. Y aún después del último acorde mis oídos siguen encerrados en esa agridulce trampa sonora, escuchando las palabras del ángel-demonio recitándonos su misa: “Amé el Ruido, respiro eléctrico, el ruido llenó el vacío, rugió en la nada (…). Amé el Ruido, aunque ahora se haya ido, algunos gloriosos ecos del Ruido aún permanecen”.
30 años de esta primera nota, hoy Van Der Graaf Generator, con varias interrupciones en su carrera, lleva casi 20 discos y Peter Hammill lleva la friolera de 60 obras editadas y sigue como un “ilustre desconocido” del rock.
Reencontrarse con aquellas primeras palabras hoy da un poco de vergüenza, pero también algarabía. Hace unos meses atrás, en otras columnas publicadas en este espacio hablo de este artista tan vital como inclasificable.
La música no sólo nos acompaña desde el recuerdo, también nos permite ver quién fuimos y cómo llegamos a ser lo que somos en muchos aspectos de la vida.
Gustavo Aguilera