Comienza un nuevo año, y aunque es sólo un tema de calendario, todos nos reseteamos en la esperanza de cambios positivos. El rock nacional no está exento de esta experiencia y cada uno de los que lo vivimos desde algún rincón, ponemos una cuota de optimismo para los próximos doce meses.
Esta actitud positiva es un buen puntapié inicial y está fundamentalmente apuntalada por el crecimiento que, a pesar de todas las restricciones, el rock nacional ha tenido. Porque no sólo se han multiplicado las bandas sino que también lo han hecho los toques, a pesar del virus con el cual intentan regular nuestras vidas en los últimos dos años y el antidemocrático pase verde. La energía contenida por tocar en vivo ha hecho que este fin de 2021 estuviera plagado de shows, los cuales fueron más que bienvenidos
También hubo muchas ediciones de canciones, EPs, CDs, vinilos y discos digitales, acompañados en muchos casos de sus correspondientes videos. Basta ver lo que fue nuestra Agenda Rock todas las semanas, o dirigirse a nuestra playlist 2021 en Spotify, o visitar nuestra Videoteca para dar una mirada y una escucha a todo el material editado.
Por otro lado, han crecido los programas de radio que difunden rock nacional, ganando nuevos espacios con su más que fundamental propuesta de acercarnos la música y sus protagonistas, ampliando aún más el espectro. También los podcasts han aportado lo suyo.
Para este año no se puede esperar otra cosa que más de lo mismo en cuanto a estos crecimientos. Va quedando en el debe la llegada a otro público, básicamente la gente joven. Ahí está el mayor desafío para el rock, no sólo a nivel nacional.
¿Por qué el rock ha perdido su preponderancia? Tomado como una actitud, el rock ha sido una de las herramientas para mostrar inconformidad. Hoy por hoy, la juventud en general es conformista con el placer adormecedor ensayado durante años por los centros de poder y que ha logrado domar a millones. Hoy no es necesario gritar la furia como antes, ¿para qué? Quienes están en condiciones en que deberían pensar sobre sus derechos y reclamar, también están adormecidos en su miseria. Cada día nos alejamos más de acceder al control, siquiera, de nuestras propias vidas.
Exponentes rockeros aún quedan, por supuesto, y también surgen nuevos valores, pero en una proporción preocupante desde el punto de vista de la manifestación del inconformismo. ¿Cuántos nuevos rockeros hay hoy dispuestos a gritar su desesperación? Seguramente algunos, y pocos posibles escuchas que se sientan representados.
También el rock ha servido como instrumento para la diversión o para mostrar cómo se puede rockear haciendo alarde de una música elaborada, donde el ejecutante demuestre su virtuosismo. Pues parece que ninguno de estos elementos tienen el mismo peso que en décadas anteriores, siendo la diversión lo que aún sigue vigente, pero que se canaliza por otros estilos musicales bastante alejados de una propuesta rockera.
Desde este punto de vista, la alternativa es clara en el sentido de que falta salir a conquistar nuevos espacios para captar público. Es un desafío grande pero alcanzable en la medida en que las bandas trabajen en una estudiada difusión de la música que realizan como parte fundamental de su propia supervivencia como bandas. La difusión y el apoyo se han vuelto herramientas decisivas y esenciales en algún punto, y hay que sacarle provecho en el más amplio sentido.
Hay mucho para hacer aún en la misma dirección de lo ya hecho y en intentar nuevas propuestas creativas que muevan más el ambiente y que sean atrayentes para el público que ignora lo que producen las bandas. El rock ya no está parado en la propuesta de cambiar al mundo, pero quizás ahí es donde hay que apuntar, en que no permitamos que el mundo cambie al rock.
Ariel Scarpa