Handle With Care

Manipulador y manipulado, ambos  personajes son execrables. El primero es un estratega maquiavélico y el segundo, un imbécil de considerables proporciones. Un error muy común consiste en pensar que los separa una distancia oceánica. Todo lo contrario, conforman una hermosa relación simbiótica, sin uno no existe el otro, la retroalimentación positiva en su máxima expresión. Ambos cumplen un rol fundamental en una máquina lo suficientemente aceitada como para levantar sospechas. Es tan perfecta su moderación que no hace ruido, es casi imperceptible, producto de la cantidad industrial de vaselina administrada en sus ranuras celosamente engranadas. Una gran estafa, la más discreta de todas las mentiras. Un engaño con ribetes cinematográficos en donde la mierda del especulador se mezcla con la pus del pelotudo.

Lo curioso es que, con el paso del tiempo, el manipulado se termina mimetizando con el manipulador, generándose una enorme confusión: por primera vez, el sometido cree tener real control de la situación. Se suma así, una nueva fraternidad patológica que ninguna de las partes logra concientizar. De todas formas, el resultado final siempre es el mismo: la reptil frialdad del manipulador es estimulada por el cobarde adormecimiento del manipulado. El involucramiento es tal, que se genera un daño mutuo permanente y por lo tanto, irreversible. No se debe considerar lúcido al manipulador por aprovecharse vilmente de la confianza que el ingenuo manipulado depositó en él. Confianza que, obviamente, no merecía pues profanó con total descaro. El síndrome del ventrílocuo, pocas cosas en el mundo son tan espeluznantes y nocivas.

El añejo y sutil arte de la manipulación, secreto como todo fraude, anónimo como toda miseria y detestable como toda injusticia.

Hugo Gutiérrez