Es conocido por todos que este año 2020 ha sido un año muy difícil. La terrible pandemia que asota al mundo, me refiero en esta oportunidad al COVID-19 y no al reggaeton, aunque ambas matan a miles de personas, ha influido de muy mala manera sobre nuestra vidas. Hemos pasado meses encerrados, sin salir a trabajar, a las escuelas o lugares de esparcimiento. Luego de analizada la situación y con protocolos de por medio, de a poco fuimos retomando nuestra cotidianeidad con ciertas limitantes.
Algo bueno que ha ocurrido es que la agenda cultural pudo regresar y así de esta forma algunos pocos hemos podido disfrutar, por ejemplo, del toque como el del pasado miércoles 9 en Sala Lazaroff, brindado por nuestra banda nacional Tamalandra.
Martín Moreira en guitarra, Cristhian Marino en bajo y coros, Javier Sánchez en la voz, Diego González en batería y Santiago Sahagian en guitarra, dieron un espectáculo de un excelente nivel, el cual nos brindó a los espectadores un sin fin de sensaciones dentro de las cuales rescato una muy importante y difícil de lograr, como es hacer que el público se abstraiga aunque sea por sólo una hora de show, del mundo enfermo que nos rodea entre pandemias, vacunas, encierros y toda clase de otras tantas aberraciones peligrosas para la integridad del ser humano.
Musicalmente se podría definir a Tamalandra como unos muy buenos ejecutantes de un rock alternativo en una versión a la uruguaya. Con fusión de distintas fuentes y sonidos, la banda te pasea desde temas lentos de medio tiempo hasta movidos rocks con claros riffs de mucha velocidad, los cuales son ejecutados por cualquiera de los guitarristas. Como grupo, hacen un mix perfecto entre muy buenos músicos, interpretaciones bien pulidas e ideas claras de lo que quieren plasmar sobre las tablas. Está bien definida la tarea y el granito de arena que aporta cada uno a la hora del espectáculo, haciendo que para aquellos que los tenemos de frente sea una propuesta a la vez que diversa, también muy entretenida, dado que es variopinta la actuación por parte de cada uno de los integrantes.
Individualmente, por supuesto que depende de la personalidad de cada uno de los músicos el cómo se enfrente y muestre ante su público. Así por ejemplo, ambos guitarristas son excepcionales intérpretes de sus instrumentos, quienes además se alternan en la tareas entre guitarra rítmica y líder, dado que en ocasiones es Martín quien interpreta el riff de la canción mientras que en otras es Santiago quien nos ofrece los solos de las canciones, siendo a su vez, el encargado de los efectos y distorsiones con un sinfín de pedaleras que dejan atónito hasta a Steve Vai. Son ambos tranquilos sobre el escenario, ninguno es de la escuela de Angus Young, Eddie Van Halen o Pete Townshend, pero no por no moverse dejan de ser espectaculares, ya que lo que ofrecen son buenas notas, arpegios, escalas, punteos, slides, riffs y solos, siendo esto lo más relevante en un espectáculo musical, dado que varios músicos que saltan y peludean tanto, quisieran al estilo Santiago y Martín saber interpretar algo de lo que ellos ofrecen.
De similar característica es la actitud de Diego, encargado de la batería. Allá atrás está él marcando el ritmo y siendo la base y el sostén en los temas. Su opción es no resaltar en cuestiones extramusicales para atenerse a tocar bien, hacer de forma correcta su trabajo para que redunde en la calidad musical del espectáculo en su conjunto y no que se limite a su esfera individual.
Por su parte, en la otra trinchera de actitudes están Cristhian y Javier, el bajista y el vocalista de la banda respectivamente. El primero de ellos está dirigiendo la batuta de todo lo que sucede sobre las tablas desde el inicio del concierto. Desde el principio del show, fue quien dio la bienvenida, comentó el hecho de que es su primer concierto usando lentes y a su vez, entre tema y tema, daba un pequeño introito sobre la canción que iban a tocar, aclarando en muchas oportunidades a qué hacía referencia cada uno de los temas. De similar características es Javier, a quien le cabe muy bien el calificativo de “frontman”, con una personalidad muy versátil para adecuarse a los distintos momentos del espectáculo. Así ya sea él solo tocando con su guitarra una canción lenta, o con la banda o de medio tiempo o las finales de un ritmo mas rápido y rockero, tiene medidos sus pasos, sus gestos y caras para no desencajar de la tonalidad de sus compañeros y a su vez, para enganchar al público, ya sea para que cante, coree o acompañe el ritmo con aplausos.
El show abarcó el repertorio completo que hasta ahora tiene compuesto la banda, dando comienzo con el tema “Reina de la ciudad”, que trata acerca del amor de una mujer que ya no lo tiene, lo extraña, pero que paradójicamente le dejó secuelas marcadas a flor de piel. Un pilar fundamental para el grupo a la hora de componer son las letras de las canciones. Todas las canciones de Tamalandra refieren a una situación en particular que le haya ocurrido a algún integrante de la banda o acerca de algún tema que les preocupe, sea éste personal, familiar, del barrio, el país o internacional.
Finalizado el tema, Cristhian menciona el papelón de estos últimos días cometido por el Gucci. Estuvo muy bien Cristhian en separarse aclarando y poniendo en su lugar la perspectiva correcta del tema.
A continuación tocaron uno de los temas que más gratamente me sorprendió, como fue “Distinto al que te mira”, que trata sobre la discriminación al diferente, lo duro que es para el distinto por el simple hecho de ser juzgado o etiquetado de alguna forma que resulta en un menosprecio o descalificación.
Nuevamente Cristhian presenta un nuevo tema llamado “12 de febrero”, el cual nos relata la ausencia de quien para él fue su mentor, su guía y quien talló en él la personalidad de la cual disfruta, que es su abuelo, quien desde hace unos años ya no lo tiene más.
Otro momento álgido de la noche fue cuando la banda invitó a subir al escenario a Micaela, quien pasaría a interpretar una versión del tema “Zombie”, del segundo álbum de estudio de setiembre de 1994, No Need to Argue, de la banda Irlandesa The Cranberries.
La letra es en tono de protesta sobre el conflicto de Irlanda del Norte en contra del Reino Unido y particularmente sobre el hecho de la muerte de dos niños por la explosión de una bomba. En este mismo sentido lo utilizó Tamalandra en su impecable versión ejecutada esa noche, pero haciendo particular referencia al magnicidio perpetuado por Turquía en contra del pueblo Armenio, en donde murieron más de un millón de ciudadanos de este último país.
Luego que fuese interpretado en forma impecable el tema por parte del grupo en su totalidad, debemos destacar la labor de Miacela, para quien cualquier calificativo le queda pequeño dado que su magnifico tono de voz y forma de cantar, o bien nos hace dudar de la muerte de Dolores O’Riordan, o bien debemos creer en su reencarnación en una versión oriental. A su vez, y en tono con el estilo de Tamalandra, Micaela se la jugó con un pequeño pero muy emotivo discurso de muy sentidas palabras sobre el terrorismo de ese evento que le provocó la emoción hasta las lágrimas, lo cual fue acompañado por el sentir de los presentes. Asimismo, el guitarrista de la banda, Santiago Sahagian quien es de origen armenio, siente y conlleva en su diario vivir el sufrimiento de sus antepasados, por lo que al finalizar el tema se enarboló orgullosamente con el pabellón armenio, y levantando su frente también lo hizo con su puño derecho cerrado, en claro mensaje de lucha y resistencia.
Sobre el final ya las revoluciones se pusieron a mil con temas como por ejemplo “Sabés”, que trata sobre la insistencia y constante búsqueda de aquello que anhelamos para nuestras vidas para sacarnos a flote y vencer la monotonía y la rutina que te hunden en la arena.
Por si fuera poco, hicieron su cover del tema “Antes y después” de Ciro y Los Persas, tema originalmente publicado en el disco Espejos, el primero como solista tras la separación del exitoso grupo Los Piojos, en donde la banda se soltó aún más y contagió al público una euforia que hizo que varios cantáramos acompasando a la banda.
Sobre el cierre, el tema “Loba de ojos rojos”, donde Javier invitó a subir a escena al hijo del guitarrista Martín, de no más de 10 años de edad, quien con su ukelele intentó emular el trabajo de su padre, por lo que resulta en un gesto muy emotivo que el adulto le inculque el buen camino del rock para ya saber que la semilla está germinando y así entonces quedarnos tranquilos que habrán futuras generaciones de esta buena calidad de músicos.
En definitiva, un espectáculo sumamente grato para varios de los sentidos en juego y en donde el esfuerzo por la buena calidad musical, con temática profunda en la lírica, un gran desempeño sobre las tablas y un enorme carisma por parte de todos los integrantes, hacen de Tamalandra un mix de excelencia artística en su conjunto que hacen cuasi imposible que pierdas la oportunidad de ver, escuchar, disfrutar, pensar y emocionarte con su propuesta.
Tomás Cámara