Hoy (siempre contando con vuestra paciencia) voy a comenzar escribiendo sobre otras de mis pasiones: la cocina y el fútbol.
Vamos por la primera de las nombradas. Cuando yo era niño (5 años en 1970), la economía uruguaya (y quienes estaban a cargo de gestionarla desde el Gobierno) eran un completo desastre.
Se intentó frenar la inflación y a la vez sujetar artificialmente el precio del dólar utilizando herramientas a contra natura (tal y como tristemente acaban de hacer en la Argentina este mismo mes de septiembre de 2020).
La ley N° 13.720 del 16 de diciembre de 1968 creó la Comisión de Productividad, Precios e Ingresos (COPRIN) cuya finalidad era articular medidas encaminadas a contrarrestar la alta inflación, promover niveles óptimos en la producción y lograr una equitativa distribución del ingreso.
En la práctica, la COPRIN:
- Formulaba categorías de actividades;
- Fijaba periódicamente las remuneraciones mínimas y máximas para cada categoría salarial;
- Ajustaba las normas de los convenios colectivos y laudos de consejos de salarios;
- Fijaba precios máximos a los bienes y servicios considerados esenciales o convenientes para el consumo popular;
- Actuaba como órgano de consulta del Poder Ejecutivo en asuntos relativos a productividad, precios, ingresos o cuestiones laborales;
- Actuaba como órgano de conciliación en situaciones conflictivas de carácter laboral.
No me extenderé en esto, pero quienes vivimos este período, así fuese como niños, recordamos el fracaso que fue la COPRIN. Fracaso porque ni la inflación, ni la producción ni la redistribución de la riqueza se controlan / logran por esta vía. ¿En qué cabeza cabe?
A día de hoy me recuerdo perfectamente de las colas. Porque cuando fijas precios por real decreto lo único que provocas es escasez. No digo que las causas de esta escasez sean siempre loables y éticas (a menudo no lo son), pero en la práctica estas medidas es lo único que provocan; ESCASEZ.
Todo eran colas: la cola de la leche, la cola del querosén, la del pan, y un muuuuuuy largo etcétera. Pero, a base de puro talento, las madres y abuelas y hermanas, con nada, creaban belleza en forma de comida.
Y digo madres y abuelas no como manifestación machista. En 1970 el ser humano varón no pisaba una cocina más que para reclamar si estaba hecha ya la comida, que tenía hambre. Ni el derechista más conservador, ni el izquierdista más renovador. Excepciones las habrá habido, pues siempre las hay. Pero otra vez eran muuuuuuuuuy poquitas.
Las flautas de pan duro se transformaban en un delicioso budín de pan. La carne que había sobrado se transformaba en albóndigas. Y de un poco de harina y aceite salían unas tortas fritas que alegraban nuestro estómago en una lluviosa tarde de invierno. Vaya deuda tenemos con las madres, hermanas y abuelas de la época; todos, pero especialmente los varones.
Crear belleza con nada. Sólo con las ganas.
Salto al futbol.
En el Defensor campeón de 1976 había un jugador que no tenía visión en un ojo. Tenía el ojo, pero no le funcionaba. La anécdota que os cuento la he leído en internet y la contó otro miembro del plantel; pero no nombraré a ninguno de los dos. Si la persona en cuestión desea decirlo que lo haga él; y caso contrario está en todo su derecho de no hacerlo.
El plantel de Defensor de 1976 fue magistralmente configurado por el Prof. José Ricardo de León (¡¡¡Y conste que yo soy hincha de Bella Vista!!!!).
Casi todos los puestos tenían suplentes de categoría: si se lesionaban Jauregui o Salomón, estaba Ricardo Conde. Para el Tato Ortiz estaba Gregorio Pérez (sí el entrenador del quinquenio de Peñarol). Para Luis Cubilla estaba Rudy Rodríguez, y para Alberto Santelli estaba Pedro Álvarez.
Pero en los laterales la cosa no estaba tan clara. Los titulares eran Líber Arispe por derecha y Beethoven Javier por izquierda. Un día uno de estos se lesiona y el Profesor de León pone al futbolista en cuestión; quien desgraciadamente no logra hacer un buen partido.
Al lunes siguiente el Profesor habla con él, y le dice: “Una pena el partido de ayer, pero no se desanime, Fulanito, seguimos adelante”. Entonces es cuando el futbolista le responde: “Pero Profe, ¡¡como me pone por ese lado!! Allí me falla el ojo y al puntero no lo veo venir”.
El Profesor invirtió a los laterales (pues se dio cuenta de su error, ya que sabía de la circunstancia física de dicho jugador) y tema resuelto; y el resto es historia. Primer campeón que no fuese Peñarol ni Nacional. Y la vuelta olímpica dada hacia la izquierda por primera vez en todo el mundo.
Creando belleza (o un título) con las ganas cubriendo lo que pudiese faltar en herramientas (o en físico, o en lo económico).
Y aquí es cuando finalmente llego al tema de la música. El baterista original de Muddy Waters en 1955 no era Fred Below (que fue quien a menudo grabó) o Francis Clay (quien tocó en Newport en 1960). Era Elgin Evans (también conocido por su nombre verdadero, Elga Edmonds). A Leonard Chess no le gustaba como tocaba, pues no lo hacía como los solventes baterías de jazz o blues de la época. Evans se había criado en el campo, en donde el blues se tocaba (literalmente) con lo que había.
Una guitarra a menudo era un lujo. Se tocaba con un alambre atado a un poste y a una lata que se utilizaba tirando y aflojando para variar las notas. Ese fue el primer instrumento, por ejemplo, de Buddy Guy, dicho por él mismo.
El bajo era un palo de escoba, también con un alambre atado a una tina metálica de lavar la ropa (ver tapa de Willie & the Poor Boys, de Creedence Clearwater Revival).
O se imitaba una tuba soplando en una jarra o bidón de plástico; y ése era el bajo.
¿Batería? Ni la había ni se la esperaba. Se usaba la tabla de lavar, o se golpeaba un palo de escoba contra el suelo de madera (haciendo de bombo) y se golpeaban dos batidores de huevos sobre una silla para hacer el redoblante.
Y es con esos instrumentos que se creó una música que cambió el curso de la historia.
Pues el día que Elgin Evans pudo permitirse una batería (que es la que se ve en la foto), la tocaba como quien toca cualquiera de los instrumentos de percusión anteriormente mencionados (que fue con lo que aprendió). Por eso no era un baterista formal. Pero por eso también le gustaba a Muddy Waters; quien le mantuvo en su banda, pese a que Leonard Chess no le dejase grabar.
Mirad la batería: bombo y redoblante. Tom toms no hay. Hay un charleston y dos platos de los cuales uno esta ostensiblemente doblado. Y no dejéis de mirar su sonrisa. Su sonrisa de quiero hacerlo porque sí. Aunque no me dejen grabar por ser el baterista “malo”.
Cuando Jimmy Rogers deja el combo de Muddy Waters, se lleva con él a Elgin Evans; y ¿cuál fue el tema más famoso de la carrera de Jimmy Rogers? El “Walking by myself” que ha tocado todo el mundo; siendo la versión de Gary Moore una de las más famosas (y que seguro os es familiar). Y se grabó con esa misma batería (pues no había dinero para otra).
No se conservan muchas más fotos de Elgin Evans. Su legado es lo que tocó en algunos temas de Muddy Waters (cuando finalmente Waters convenció a Leonard Chess), de Jimmy Rogers, de J.B. Lenoir y ya en los 60s con el mandolinista Johnny Young en compañía de Walter Horton en armónica, hasta su muerte con 62 años en 1966.
Y pensar que a veces creemos que sin esta guitarra, tal o cual amplificador, y según qué pedales, pues no podemos tocar.
Pues miremos hacia allí. A ciencia cierta, todo ese equipo no siempre hace falta. De hecho, a menudo no la hace. Y no, tu disco no siempre sonará mejor porque uses todo ese equipo. Es lo que los fabricantes quieren que creamos… No se nos olvide.
Dejo links a algunos temas en que toca Elgin Evans.
Un abrazo.
Ramón Aloguín