Los Pepes

En Uruguay las barras de esquina son un signo característico. Sin embargo existió una barra atípica en la Ciudad Vieja que se convirtió en punto de referencia y columna vertebral de la Coordinadora Anti Razzias y de otros movimientos juveniles. Se trata de un caso singular en Uruguay y quizás en América Latina, puesto que logró trascender, sin proponérselo, su carácter local.

El punto de partida de Los Pepes es la fuerte identidad barrial y territorial de alrededor de diez jóvenes que se reunían en Pérez Castellanos y Reconquista desde fines de la década del ’70. El grupo (que posteriormente creó el SURME) tenía un apego al barrio enorme, sólo traspasaban la Ciudadela para cumpleaños de algún familiar o por eventos muy especiales.»Como el barrio no hay», era una frase común a todos. Definían al barrio como un gran «útero materno» donde se vivía cierto estado de «paz». La «vagina» era la puerta de la Ciudadela, límite entre el regazo y el mundo que los coaccionaba.

La falta de espacios fue lo que los empujó a reunirse en la esquina, «un lugar increíble, más libre». Ser Pepe era un estilo de vida. Compartían la utopía de la libertad, se brindaban al barrio ayudando a los vecinos necesitados. El grupo llegaba así a tener una gran cohesión, unidad entre sus miembros que tomaban las decisiones de forma colectiva. Con el tiempo formarían un club de fútbol para los niños del barrio, el Junior, además de volcarse en el apoyo a los desalojados de la Ciudad Vieja. Ninguno se había salvado de las razzias y era habitual que los padres tuvieran que ir a buscarlos a la Seccional Primera. «El primer acto de rebeldía fue votar NO en el ’80, porque en dictadura nos corrían de todos lados, todas las barras eran perseguidas y al sentarte en la esquina había que estar preparado para rajar».

Este conjunto de rasgos, que diferenciaban a Los Pepes de otras barras, les permitieron convertirse en elemento dinamizador de la movilización social contra las razzias.

La formación del SURME (Sindicato Único Revolucionario Muchachos de la Esquina) fue la intersección entre este grupo de jóvenes con «cultura de esquina» y otros grupos que provenían de la militancia gremial, el rock y las movidas subterráneas.

El SURME, nació «casi en broma». El grupo se reunía en «el boliche del gallego Luís», en Pérez Castellanos y Sarandí. Ocupaban una mesa y en ocasiones pedían un café para ocho. Fue durante el invierno de 1987 cuando el dueño del bar les dijo que si no consumían debían irse. «Salimos a la calle y dijimos que no nos podíamos ir así nomás, y ahí de golpe decidimos hacerle una campaña en contra; le hicimos una pintada contra las milanesas caras y empezamos a ir todos los días a hacerle una caceroleada en la puerta». Esa noche decidieron formar un sindicato. «La primera idea fue ponerle Sindicato Único Muchachos de la Esquina, pero alguien dijo que había que agregarle lo de Revolucionario. Estuvimos todos de acuerdo: Sindicato Único Revolucionario Muchachos de la Esquina».

Durante un tiempo el SURME se dedicó a hacerle la vida imposible al dueño del bar que los había echado. El 29 de setiembre de 1988 la historia del SURME cambió de forma radical.

Al anochecer un grupo de jóvenes de una barra cercana, Las Termas, tuvo una fuerte discusión con el dueño de un almacén, » El Chino», quien agredió a uno de los muchachos. En respuesta, el joven le rompió el vidrio del local. Llegaron cuatro patrulleros y una camioneta, hubo una exagerada represión policial. Cinco jóvenes entre 15 y 21 años fueron llevados a la Seccional Primera y una chica fue trasladada al Hospital Maciel.

Esa misma noche la barra de las Termas y los del SURME fueron a la puerta de la comisaría a esperar la salida de los detenidos. Al llegar, la policía los reprimió salvajemente. Dos de los muchachos del incidente con el Chino fueron procesados bajo el cargo de «daños y atentados» y remitidos durante un mes al Penal de Libertad.

«La noche del Chino nace el SURME militante, no el de la broma. Era la primera vez que resistíamos un operativo. Fue algo espontáneo, se corrió la bola y cayó gente con latas de pintura y empezamos a hacer pintadas firmadas SURME y ahí empezaron las fotos y las entrevistas en la prensa».

Consultados acerca de qué era el «SURME militante», la respuesta fue bien gráfica: «Éramos como una sandía vacía. El SURME era un gran cascarón, algo que parecía fuerte y grande pero lo rompías y adentro no había nada, porque nuestra organización era la desorganización. Esa era nuestra forma de funcionar, imprevista, todo se realizaba de golpe, se nos ocurría una locura y la hacíamos». Lo inmediato y repentino, lo no programado, es una de las características que el SURME, y la cultura de la calle, imprimirían al movimiento juvenil. Algo muy relacionado con la idea de vivir el presente, de rehuir los planes formales.

A partir de los sucesos del Chino, el SURME comenzó a coordinar una serie de barras de la Ciudad Vieja: Las Termas, Las Palermas, Las Mafaldas (estas dos barras eran de mujeres), La Esnaqui y otras, que comenzaron a reunirse en la Plaza Zabala.

 

La «cultura de esquina», circunscrita hasta ese momento a los ambientes marginales, empezó a vincularse con sectores culturalmente disímiles pero afines, que vivían problemas similares aportando una buena dosis de frescura y espontaneidad. Ese estilo «desorganizado» pero eficaz, la fuerza de una cultura inspirada en las asperezas de la vida cotidiana, aspectos que suscitaron admiración entre quienes provenían desencantados de la militancia política y gremial.

Los «Fogones contra el embole» surgieron en la Ciudad Vieja en 1987 y se extendieron al resto de los barrios y a la puerta de los liceos ocupados. Integrantes del SURME recuerdan: «nos juntábamos en Pérez Castellanos y la Rambla, cada uno traía algo para cocinar un guiso en una olla que una vecina nos había regalado. Empezamos 20 tipos pero cuando se estaba formando la Coordinadora llegamos a ser 100, venía gente de otros barrios. Los grandes proyectos salieron de los fogones».

Unas cuantas redes juveniles se volcaron al esfuerzo por el voto verde, sobre todo en la etapa final. Las barras de esquina de la Ciudad Vieja, las revistas subterráneas, los grupos de rock y el teatro barrial, adoptaron modalidades específicas vinculadas a sus propias experiencias. El SURME y la Red de Teatro Barrial, con el apoyo de El Abrojo, se incorporaron a la campaña por el voto verde con actividades paralelas a las de la Comisión Nacional. Los grupos mencionados, junto al Serpaj (que celebraba el 40 aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos) pasearon la obra teatral «No me tuerzan los derechos» por decenas de barrios y localidades del interior. El afiche anunciaba que durante la obra se escucharía «candombe, murga y rock». Cada representación era una suerte de festejo callejero y se puso en escena en más de cien oportunidades. Poco antes del plebiscito, a principios de marzo de 1989, el SURME convocó en la Plaza Zabala un encuentro de teatro callejero. Para proveerse de vestuario realizaban barriadas pidiendo ropa usada y toda la Ciudad Vieja podía verlos por las noches en la plaza, ensayando y disfrutando del aire libre. Al encuentro, que duró todo un día, asistieron grupos del interior y de varios barrios de Montevideo, hubo teatro pero también candombe, se escuchó rock y murga pero, sobre todo, la gente participó bailando y discutiendo las obras que presenciaba. En suma, la campaña por el voto verde habilitó contactos, fusiones y mezclas, sin que las bandas perdieran su identidad e iniciativa.

La Plaza Zabala era el lugar de reunión de la Coordinadora Anti Razzias. Un caos en movimiento, una suerte de magma efervescente e impredecible. Radicales en lo social y en lo político, pero inorgánicos. Desorganizados según los parámetros de las organizaciones políticas y sindicales conocidas hasta ese momento, pero tremendamente efectivos. Una efectividad que emanaba de la espontaneidad y la sencillez de las propuestas y acciones que encaraba. El puño cerrado con el dedo mayor abierto era el símbolo, desafiante y de burla, de la Coordinadora. Un emblema capaz de incomodar, por igual, a militantes de todos los sectores.

El grupo inicial ya se venía reuniendo en torno al SURME en la misma Plaza Zabala. En la primera reunión después del plebiscito, hacia fines de abril, quedó constituida la Coordinadora Anti-Razzias. Era una idea que el SURME venía barajando desde el episodio del «Chino» pero que esperaron al fin de la campaña por el voto verde para ponerla en práctica. Al instante hubo grupos de apoyo en los barrios: La Teja, Cerro, Nuevo París, Parque Posadas, Atahualpa, Sayago, también se contó con el apoyo de algunas revistas «subte», agrupaciones liceales, teatro barrial y mucha gente suelta.

El 23 de junio, pese a la prohibición policial, más de cuatro mil jóvenes recorrieron el tramo entre la Plaza de los Bomberos y la Plaza Libertad. Fue «la primera marcha que se recuerda que en el lugar del discurso termina con una obra de teatro». No hubo banderas de partidos, la Coordinadora no permitía que en sus marchas se portaran colores partidarios. La segunda actividad se realizó con una marcha de antorchas desde la Plaza Lafone hasta el Cerro, donde se formarían, a fuego, las letras «No más razzias».

En la convocatoria podía leerse: «Para que ser joven no sea delito, juntémonos entre los iguales. El presente es nuestro».

Luego de nueve días de agonía, se divulgó la muerte del joven Guillermo Machado, detenido por la seccional 15ª mientras conversaba con su novia. De la seccional pasó directamente al CTI del Pasteur, en estado de coma. La movilización del 25 de julio fue masiva, organizada por la Coordinadora Anti Razzias, única organización que venía trabajando en el tema. La indignación, convertida en avalancha, provocó la renuncia del Ministro del Interior, Antonio Marchesano, y la justicia procesó al subcomisario de la seccional 15ª por los delitos de abuso de funciones y privación de libertad. Más importante aún, la Jefatura de Policía de Montevideo decidió suspender las razzias «temporalmente y en forma experimental».

Apenas dos meses más tarde, la Coordinadora convocó su acción más ambiciosa: el campamento de Libertad, durante tres días, bajo el lema «Libertad: la otra historia». La actividad se encaró como festejo por el fin de las razzias y en su preparación y difusión se utilizaron formas alternativas de comunicación: recitales, fogones, bailes, guitarreadas, performances, teatro callejero, graffitis, etc. El campamento duró tres días, del 13 al 15 de octubre. Concurrieron algo más de cuatro mil personas, se contabilizaron unas 300 carpas y no faltó nada: mimo, teatro, exposiciones de dibujos, charlas sobre drogas y sexualidad, música, poesía, etc. Se instaló un gran escenario, hubo una carpa de sanidad a cargo de estudiantes de Medicina, venta de alimentos y bebidas y funcionó una radio pirata, la CX21 Radio Tirando a Rebelde, que transmitió con parlantes ubicados en diferentes lugares del campamento. El movimiento AntiRazzias fue precursor también en el tema de las radios libres.

Libertad fue la última actividad importante de la Coordinadora Anti Razzias.

Varios que participaron en el movimiento anti-Razzias coinciden en el papel jugado por el SURME; «ellos se pusieron la Coordinadora al hombro». Una constante fue el rechazo a los partidos políticos: «Habíamos ganado un espacio propio para los jóvenes y lo sabíamos. No permitimos que nadie sacara provecho electoral». Asumieron que se trataba de una propuesta desde y para los jóvenes. «No queríamos asumir la lucha con el gesto duro, porque entonces seríamos iguales a los represores. La asumimos con alegría, como éramos nosotros». Cuestión en la que fueron tan coherentes que acostumbraban responder cantando frente al acoso policial.

Terminó el año y la novel organización dejó de funcionar, desapareciendo de forma casi imperceptible como había nacido. Sin embargo, su breve experiencia, que duró apenas siete meses, cambió la historia del movimiento juvenil para siempre.

Hugo Gutiérrez