Recuerdo el momento exacto en que Renzo Teflón me preguntó: «¿Conocés a Mark Fisher?». Estábamos trabajando en un texto que iba a formar parte de su tercer disco solista: Fotofobia.
En estos momentos, acabo de leer «Ghosts of my life» (tercer y último libro, en vida, del mejor analista socio-cultural británico, creador del mítico blog «k-punk») título inspirado en un tema de una de mis bandas favoritas: Japan.
Fisher, además de realizar el más acertado diagnóstico del dilema sociocultural que padecemos, entregándonos un despiadado retrato de nuestras miserias, ofrece el antídoto: la revitalización de una esfera pública que asuma las raíces de la infelicidad producto de una pandemia de angustia mental ocasionada por: el trabajo precario, la burocracia, el consumismo, los mecanismos de control social, la mercantilización de la educación, la globalización, la pérdida de identidad, el estrés, etc. Antídoto que, de aplicarse, hubiera contrarrestado los lapidarios efectos de un salvaje síndrome depresivo causante de su suicidio en 2017.
En este libro sigue desarrollando su genial concepto de «realismo capitalista» como el vil marco ideológico en el cual estamos inmersos. Utilizando claros y contundentes ejemplos de la política, el cine, la literatura y principalmente la música, Fisher demuestra de qué manera esta estructura permea todas las áreas de la experiencia contemporánea, nublando el horizonte y obturando la capacidad de imaginar un nuevo escenario cultural y político.
Una de las grandes virtudes de Fisher es, en lo que a música refiere, identificar un punto de inflexión en el último mes de la década del ’80. Según él, hasta ahí llegó la originalidad, el riesgo, el factor sorpresa y sobre todo, la virulencia. A partir de ese entonces, surgió la sensación de que ya estaba todo inventado. Éramos conscientes de que ya no veríamos otro púber David Bowie en la BBC alterando la mesa familiar, a pesar del fabuloso esfuerzo de vestuaristas, peluqueros y maquilladoras. La «retromanía paustearizada» (desprovista de toda carga viral) infiltró la cultura rock, iniciándose, de esa manera, un proceso de putrefacción compositiva global con el respectivo vaciamiento de todo contenido que pudiera ocasionar el mínimo peligro. Apto para un público rectilíneo uniforme y cada vez más inmóvil. La disidencia y la actitud, inherentes al rock desde el primer Elvis, paradójicamente en este contexto, quedarían en el olvido.
«Deberías leerlo, supera ampliamente a Marcus y a Reynolds juntos».
Una vez más, Renzo tenía razón.
Hugo Gutiérrez