Escupiendo el Asado

Hoy en día, a nadie sorprende que en un festejo de carácter político u oficial se contrate a una banda de rock, considerando ese género musical como parte sustancial de la cultura. Tampoco llamaría la atención que el Estado, desde su Ministerio de Educación y Cultura, organizara o difundiera festivales con grupos de rock en sus grillas, auspiciados por empresas multinacionales con sus respectivos logos tras un escenario montado en un espacio público.

Pero hace tres décadas y media, con la reapertura democrática en Uruguay, eso no era común. Por aquellos años, luego de 12 años de profundo estancamiento, en el país se vivió una pintoresca efervescencia a todo nivel, para la que muchos no estaban preparados. Producto del consejo de varios asesores culturales en el insoportable calor de una parrilla techada se apuró el mal llamado “rock post-dictadura” (casi todos los grupos de la Generación Graffiti en los últimos años del gobierno de facto ya habían debutado en vivo e incluso circulaban versiones demo de sus clásicos temas). La Intendencia capitalina, a cargo del, inexperto  asador, Dr. Aquiles Lanza representando al Partido Colorado, hizo leña de varios árboles caídos, con la cual contribuyó a carbonizar una carne de exportación (demasiado tierna y nutritiva para consumo local): organizó y difundió megarecitales de rock; no sólo creó concursos para nuevas bandas, también les entregó premios. Al mismo tiempo que la Policía (de particular, en la mayoría de los casos) escupía el asado mientras distribuía, de manera caprichosa, las brasas con su inquieto garrote.

De inmediato, desde distintos ámbitos, se alzaron voces en contra del rock criollo. Por lo general, provenientes del canto popular, con Jorge Bonaldi a la cabeza, quien con un entusiasmo exacerbado advirtió al ingenuo pueblo oriental que el asado con cuero no sólo olía a quemado sino que también tenía un pésimo sabor imperialista. Se generaron grandes debates (con violentas manifestaciones) sobre el rock que hoy resultan, increíblemente, anacrónicos y surrealistas, pero que reflejan la agitación y confusión de la época: «los músicos de canto popular van a morir ahorcados por una cuerda Fender», dijo Omar Herrera mientras hacía todo lo posible para evitar su empalamiento en el Obelisco. Fines de la Guerra Fría, un tiempo en donde el teléfono de línea, 4 canales de TV, sumados a nuevas emisoras de FM (adjudicadas de forma directa por la dictadura en 1984) y el Correo Nacional, reinaban las comunicaciones, cuando una guitarra distorsionada era moderna y vanguardista.

“Realmente estamos muy sorprendidos porque es la primera vez que alguien piensa que lo que nosotros hacemos es cultura”, dijo el veinteañero tecladista de Los Abuelos de la Nada, Andrés Calamaro, en la conferencia de prensa previa a los festejos por la asunción de Julio María Sanguinetti como Presidente de la República Oriental del Uruguay, el primero de marzo de 1985. La dictadura militar terminaba de forma oficial y la Comisión de Festejos del Partido Colorado planeó un evento a todo color, con dos recitales de perfiles bien disímiles.

En el escenario A, sito en la explanada de la Intendencia (entonces Municipal) de Montevideo, actuaron dos de los máximos exponentes de la trova cubana: Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, además del Grupo Nacional de Danza de Cuba sumados a los hermanos nicaragüenses Luis Enrique y Carlos Mejía Godoy. Del lado uruguayo marcaron presencia Larbanois-Carrero, Canciones Para No Dormir La Siesta y Los Olimareños, que cerraron la fiesta a las cuatro de la mañana. En el escenario B, ubicado en la Plaza Fabini, se presentó José Luis Perales, con más de 20 músicos del Sodre, los rockeros argentinos GIT, Nito Mestre, Charly García (que interpretó canciones de su disco más reciente, por aquel entonces, Piano Bar) y Los Abuelos de la Nada. Por el lado local se presentaron José Carbajal con Jaime Roos y Eduardo Darnauchans. Es curioso la falta de grupos de rock locales. En 1981 Omar Herrera tenía editado su primer simple por Sondor, Orfeo había editado, en 1983, «Devuelvan el futuro a los soñadores» primer LP de Desolángeles, El Cuarteto de Nos tenía en las bateas su primer trabajo discográfico a medias con Mandrake Wolf, editado por Ayuí al igual que «El viento en la cara» de Fernando Cabrera. También en 1984, la nueva banda de Romancho Berro, B de Luxe, tenía editado un simple por el sello de La Batuta, y Jorge Nasser tenía su primer trabajo discográfico «Era el mismo» editado por Sondor,  mientras que Los Estómagos, Los Tontos, Los Traidores, Zero, ADN, Ácido y Crisol estaban en actividad, si bien todavía no tenían material editado de forma oficial.

Según explicó Sanguinetti, en su momento, trataron de darle a la restauración democrática el mejor marco posible y la mayor presencia popular: «Que la gente sintiera que el país estaba realmente empezando otra cosa y que era muy importante emblematizarlo. Por eso mismo se buscó la colaboración de todos esos artistas. Si mal no recuerdo, ninguno cobró». «En el mundo de hoy es muy importante la creación de espacios institucionales encargados de promover políticas culturales». «Salimos de una época oscura en donde todo representante estatal es enemigo de la juventud». “Tomaremos medidas para que el Estado garantice la necesidad lúdica y de esparcimiento de los jóvenes y de esa manera recuperar la convivencia y la esperanza». Muchos de los que suscriben a la teoría de que el auge del rock uruguayo de los ’80 se debió a una elucubración magistral del gobierno colorado de turno, con el objetivo de frenar un inminente ascenso del canto popular (vinculado históricamente con la izquierda) toman estas declaraciones de prensa del primer mandatario como pruebas. También argumentan que este primer festival «democrático» separado por género musical fue el inicio de la maquiavélica estrategia con fines políticos. Ahí se le tomó la temperatura a la situación en donde se tuvo en cuenta el gran poder de convocatoria (con enorme adhesión de público joven) del escenario rockero. Otro argumento esgrimido es que con el cambio de color (en 1989), de Intendencia y Gobierno, el rock uruguayo se desvaneció, dado que administraciones frenteamplistas y blancas, respectivamente, le restaron apoyo. De todas formas, de confirmarse esta teoría conspirativa, quien la ideó, evidentemente se habría quedado en Woodstock, pues no tenía en cuenta la tremenda carga viral y contestataria del rock de fines de los ’70, principal influencia del rock vernáculo de los ’80. Thomas Lowy (Director del Departamento de Cultura de la IMM por aquellos años) y sus secuaces, jamás imaginaron un «Torturador» de Los Estómagos, un «Policías» de Los Tontos y ni hablar un «Buenos días Presidente» de Los Traidores. Cuesta creer como este tema de Los de Persia junto a «Barrio Rico», «Viviendo en Uruguay» y «Montevideo Agoniza» (que dejaban al canto popular como un puñado de canciones de cuna) fueran auto-censurados por el sello discográfico Orfeo, quien tenía como director responsable a Alfonso Carbone, conocedor de primera mano de la revuelta ocasionada por Sex Pistols en UK gracias a la enorme habilidad comercial de Malcolm Robert Andrew McLaren, capaz de mercantilizar a gran escala, el caos y la transgresión. Lo cierto es que en San 2019, «la cuerda Fender» de Omar Herrera se oxidó y los únicos «ahorcados» adornan los cuadernos escolares mientras los funcionarios de los organismos censores, guardianes del respeto y la convivencia pacífica (otrora Educación Moral y Cívica), engrosan el índice de desocupados.

Hugo Gutiérrez