El rock, la literatura, lo social y lo político se unen en los textos de Niko Pérez. Textos que reflejan una visión alternativa y revolucionaria, propia del mejor rock de todos los tiempos: el verdadero.
Esta mañana desperté con una noticia, una de esas noticias abruptas, inesperadas y que duelen, que duelen como si se tratara de un familiar. El portador era mi amigo y compañero de radio, el Gallego Mondelo. El mensaje el WhatsApp era un escueto “se murió Robe, Niko, ¿te enteraste?”. Me caló el alma, y lo único que pude responderle fue un “no jodas”.
Las flores de hibisco abrazadas entre las ramas y las rejas de hierro
podrido
Soportan el peso de un murciélago chillón
Mientras, esta primavera maldita
derrama por las aceras nocturnas
su perfume
de hembra fatal…
Que reo este viento sucio que dejó la tormenta
castiga las ramas flacas de mi anacahuita
Lo miro a través de mi ventana,
casi me quemo un dedo, apagó el cigarro en un platillo
viejo,
la ceniza blanca me hace pensar
verla
es como recordar la brasa ardiente del pucho
como ver un carbón
recordando un fuego
majestuoso
“…en un pernó mezcló a París con Puente Alsina
Fuiste compadre del gavión y de la mina
Y hasta comadre del bacán y la pebeta
Por vos shusheta, cana, reo y mishiadura
Se hicieron voces al nacer con tu destino
¡Mezcla de faldas, querosén, tajo y cuchillo
Que ardió en los conventillos y ardió en mi corazón…!”
“Son cuatro sombras en la humedad
Nunca hubo besos ni lindos juegos
Son cuatro brujas con cara de niña
De pronto el fuego cambiará sus caritas”
Llueve,
vomita, escupe el cielo indómito
su furia en forma de agua.
Llueve.
Y patinan sobre el tejado, en carrera mortal,
gotas, precipitándose hacia el pavimento.
Majestuosas, gordas, suicidas.
Revientan, se transforman en flores por un segundo.
El cielo negro está siendo apuñalado por estrellas de puntas brillantes como navajas.
Contemplo el espectáculo entre el ladrido de los perros, en mi jardín.
Aspiro fuerte el aire nocturno.
Y me intoxica el perfume de los jazmines mojados.
Una llovizna fría, intermitente, zumbona, caía sobre Montevideo.
Aquel otoño extraño, extraño como yo.
Las luces de los autos alumbraban las esqueléticas siluetas de los árboles.
Alumbraban también a algunas chicas.
Esas que paran siempre en la misma esquina y muchas veces contra su voluntad.
Para en la misma esquina con frío, calor, tristeza, golpes, hijos, desamor y soledad.
Paran en la misma esquina a venderle un rato de cariño a algún estúpido.
Estoy cascado como esas rocas solitarias golpeadas por olas marrones.
Estoy rasgado como el musgo arañado por gaviotas sucias hambrientas.