En este moderno siglo XXI parece ser que la inteligencia artificial amenaza con terminar con los últimos restos que nos pueden quedar de humanidad, o por lo menos eso es lo que se nos quiere hacer creer. La música en general y el rock en particular no están exentos de la amenaza… ¿o sí? Veamos…
El ahora famoso Chat GPT y otros similares parecen ser el inicio de la aceleración final que nos mete en una espiral inevitable de sucesos que no se sabe si nos beneficiarán en algún sentido o será la condena final de la sociedad a la que estamos acostumbrados. Las alertas ya fueron disparadas desde varios ámbitos y habrá que ver, con el correr del tiempo, dónde nos deja este tren de locura cuyas vías son bien puestas y dirigidas hacia un fin determinado. Aunque a veces no nos quede muy claro desde el inicio, esta movida de la inteligencia artificial no es un hecho aislado en el mundo, sino que seguramente forma parte de algún o algunos planes.
Pero yendo estrictamente a lo que tiene que ver con el rock, el hecho de que ahora la dichosa inteligencia permita crear música, parece generar la incertidumbre con respecto a la continuidad de los seres humanos músicos en su rol tan fundamental como otros tantos, pero sobre todo en lo que tiene que ver con la creación. Si éste es el punto, esta historia no nace ahora. Sus semillas pueden identificarse en los teclados o sintetizadores capaces de reproducir todo tipo de sonidos, o en las cajas de ritmo y baterías programables. En todos esos casos, la ¿intromisión? de esos instrumentos ya fue aceptada hace tiempo y sin mayores trastornos. Todos conocemos la historia de algún músico que se opuso inicialmente y luego terminó trabajando con alguno de esos recursos.
¿Cuál sería el problema, entonces? Que la inteligencia artificial termine desplazando por completo a los creadores, seguramente. Y así como las telas sintéticas han intentado desplazar por completo a las fibras naturales, por citar un ejemplo al azar, es posible que eso pase, en cierta medida. También será muy factible que haya un público que consumirá esos productos de laboratorio perfectamente diseñados para ser consumidos, pero sin alma. Porque esa creo que es la gran diferencia: no hay ninguna posibilidad de que herramienta alguna pueda sustituir la carga emotiva y creativa de un artista humano, y por consiguiente, su resultado que es la creación de su obra. Podrá la inteligencia artificial crear una canción que pueda sonar hermosa e incluso con un sonido único, como puede haber sido Jimi Hendrix, pero nunca será Jimi Hendrix. La canción podrá ser la más perfecta, pero no dejará de ser un producto hecho por un software diseñado por algún humano.
Por lo tanto, se plantea la cuestión de si lo que importa es el proceso creativo con su resultado final o la obtención de un producto final perfectamente creado para su éxito y consecuente consumo. Desde la perspectiva del escucha y su búsqueda de identificación con quien busca transmitir un sentimiento, no existe ningún punto de comparación entre una creación que sale del alma de un artista y una receta perfecta emitida por cierta herramienta artificial a la cual se la tilda de inteligente.
Así como una impresión a color en la mejor de las resoluciones de la Mona Lisa no será nunca el cuadro pintado por Leonardo Da Vinci, cualquier creación que pueda hacer una máquina (inventada y alimentada por humanos, en definitiva) podrá igualar la creación de un artista. Y lo más triste de la historia es que es el propio ser humano quien debe crear un método de inventar y reproducir para suplir las carencias propias de quienes no son artistas y que no les permiten realizarse como tales.
Cada uno de nosotros elige si cuelga en su pared una pintura original o una reproducción. En la música, cada uno elegirá si la creada por una inteligencia artificial llega a colmar sus expectativas y su necesidad espiritual, o si por lo contrario, será necesario buscar esa conexión con los artistas que sólo se da con creaciones salidas del alma, y que cuando se aprecia en vivo y en directo, se hace evidente la espiritualidad del artista conectada con lo que esté reproduciendo. Y si el rock es actitud, como en definitiva la mayoría estamos de acuerdo, será imposible para la inteligencia artificial tener esa actitud por el solo hecho de lo que representa. Es más, si llegara a tomar alguna actitud por fuera de los parámetros introducidos en esa “inteligencia”, nunca sería la del rock.
Ariel Scarpa