Un domingo, temprano a la mañana, en una de las perpendiculares a Tristán Narvaja, lo encontré sobre un mantel en el piso, rodeado de libros, tuercas y Selecciones del Reader’s Digest. Alexa contemplaba unas esculturas de madera, en el puesto de enfrente, mientras yo no salía de mi asombro: tenía en mis manos, 20 años después de su edición, el Metal Machine Music. Este disco doble de Lou Reed, de 1975, ha sido calificado como uno de los peores álbumes de la historia. Casi siempre, todo lo que provenga producto del amor y la pasión genuina, lleva esa etiqueta.
Todo está allí , desde un zumbido provocado por un acople de guitarra, pasando por un cosquilleo eléctrico interrumpido por un altavoz que apuñala el aire; hasta un desfile de chillidos agudos que recuerdan a un enjambre de avispas, contaminadas con agrotóxicos, revoloteando en círculos sobre un panal deshecho. A partir de ahí, se pliega una ráfaga resonante; un caos inestable de armónicos impares se estremecen como impulsos nerviosos que transitan enroscados por la médula espinal. Reed podría, a mediados de 1975, ser llamado una estrella de rock exitosa. Lo que explica porqué su próxima elección fue tan desconcertante.
MMM está envuelto en un profundo misterio, en parte porque Lou Reed lo hizo solo. La naturaleza de la música no requería un estudio o un ingeniero, por lo que la grabó él mismo en su loft de Manhattan. Aunque colocó una larga lista de instrumentos, filtros y especificaciones técnicas en la contraportada del disco, nada de eso tuvo algo que ver con la grabación. Las tomas reales sólo involucraron guitarras, con afinaciones abiertas, apoyadas contra un par de amplificadores, algunos micrófonos y una máquina de cinta. Cuando se enciende un amplificador, la vibración del sonido estimulará las cuerdas y las pastillas de una guitarra cercana, generando lo que conocemos como retroalimentación. La información armónica de la misma, tendrá una calidad particular que variará con las afinaciones, y con dos guitarras ocupando el mismo espacio, las interacciones entre los instrumentos pueden crear armónicos adicionales. Reed experimentó con configuraciones y ubicaciones de guitarra y luego mezcló los resultados en cuatro piezas separadas de 16 minutos, cada una de las cuales tiene información completamente diferente en cada canal estéreo.
Se desconoce el estado mental de Reed durante el proceso, ya que no había nadie más en el set de grabación y el propio Reed, confundido por el abuso crónico de metanfetamina, actuó como un narrador poco confiable. Lo cual dejó una puerta abierta para que proliferaran las fábulas. ¿Fue un púdrete gigante a RCA y a los fans hiteros? ¿Fue un mecanismo de defensa? De cualquier manera, sabía claramente que el álbum causaría un gran alboroto producto de varias provocaciones, como las legendarias notas jocosas e incoherentes de los créditos, donde dice: «A la mayoría de ustedes no les gustará esto, y no los culpo en absoluto. No es para ustedes”. En 2007, Reed declaró : “El mito es mejor que la verdad. El mito es que lo hice para salir de un contrato de grabación. La verdad es que yo no haría eso, porque no me agradaría que compraras un disco que no me gusta, con el que solo estaba tratando de hacer algo legal. La verdad es que me encantó hacerlo”.
En el momento de su salida, MMM fue recibido con confusión y burla. Algunos críticos musicales, como John Rockwell para el New York Times, tomaron el registro en serio y trataron de evaluarlo por sus propios méritos, pero quedaron perplejos. En el Boston Globe, William Howard lo llamó «una estafa espantosa». En su reseña de fin de año, Rolling Stone lo calificó como el «peor álbum que un ser humano haya hecho”.
Muchas de las copias que se vendieron inicialmente, se devolvieron rápidamente y el disco se retiró casi de inmediato de las tiendas. Después de esa ola inicial de absoluto despiste, Metal Machine Music fue tristemente olvidado, sacado a relucir periódicamente para alguna lista de «peor disco de todos los tiempos». Dado que no hizo la transición de los ’80 al CD, MMM se convirtió en una pieza de museo.
Los coleccionistas de discos encontraron copias de vinilo usadas de MMM que habían sido terriblemente escasas dada la enorme tasa de retorno inicial del álbum. Recién en el 2000, Metal Machine Music se publicó en CD, con notas del periodista musical David Fricke. También en la última década de vida de Reed, interpretó variaciones de la idea central del disco como Metal Machine Trio; la obra fue compuesta para instrumentos acústicos y grabada por la banda experimental Zeitkratzer. Reed siempre decía que encontraría su lugar, y tenía razón.
En Metal Machine Music, la indulgencia está integrada al concepto. Es el sonido de la electricidad enamorándose de sí misma, un cúmulo de energía que nunca cesa. En una escucha casual, parece estático, sin embargo, el álbum cambia constantemente y nunca es el mismo de un segundo a otro. Si escuchás la música a volúmenes bajos, es como una cascada, interminables partículas de sonido-materia se estrellan y nunca aterrizan de la misma manera. Si lo escuchás a volumen alto, es como una explosión que se mantiene en el momento de su pico de conmoción.
La clave para entender MMM es su aspecto físico. Reed ha subrayado su conexión con el cuerpo, lo que le otorga una utilidad “funcional” que la desmarca del extremo más cerebral de la composición experimental. La escucha se disfruta mejor con audífonos, no sólo por la panoramización extrema, sino porque muy pocas personas tienen una situación de vida que les permita reproducir una hora de música ruidosa a través de los parlantes. Caminar por las calles con MMM sonando fuerte en tus auriculares te impide enfocarte en el presente. Puedes sentir que tu pulso se acelera porque el ruido dispara una alerta en tu cuerpo, pero luego te das cuenta que cuando tus sistemas sensoriales te advierten del “peligro”, no siempre es correcto. La liberación hormonal que proviene de experimentar el ruido, juega de manera socarrona con tus nervios. Sin necesidad de alucinógenos, ves cosas y podés aislar sus formas y colores mientras tus oídos se dedican a procesar una abrumadora abstracción. La emoción masoquista del disco cuando lo escuchás al palo, es que no sólo suena como algo que dañará tu audición, es el sonido del daño en sí mismo.
El mayor detalle conceptual de MMM podría ser el hecho de que tiene «un final» y nunca termina. Después de 64 minutos de ruido punzante, en donde lírica y melodía quedan huérfanos, en sus últimos segundos, un estruendo grave suena casi como una percusión. Es en ese instante que el álbum se desliza hacia el surco cerrado circular creado por el ingeniero de masterización Bob Ludwig. Un quejido visceral lo suficientemente apretado como para establecer un patrón de ritmo que da vueltas y vueltas durante el tiempo que quieras. Si tenés el vinilo, podés seguir escuchando MMM hasta que tu bandeja resista. Ese domingo, a la tarde, Alexa, con mi remera puesta, me dijo: “hasta el infinito y más allá”; hacía 6 horas que el MMM giraba en mi MK2. Ese mismo loop mecánico, ha estado sonando durante 27 minutos mientras termino de escribir estas líneas. Ramona sigue debajo de la cama.
Lic. Hugo Gutiérrez