Mal Uso Del Tiempo Libre

Recuerdo un ajetreado viernes de diciembre de 1989, en la mañana había salvado, en el tercer intento, el examen de Matemáticas de sexto año de Bachillerato del IAVA y por la noche tocaba La Tabaré Riverock Banda en La Tramoya, pequeño pub regentado por gente del teatro. Todo pintaba para una gran jornada. Era la época del Rocanrol del Arrabal que, desde el miércoles anterior, reposaba en las bateas de las disquerías capitalinas. Me había enterado de dicho show sorpresa gracias a la agenda de espectáculos del diario La Hora (órgano de prensa del PCU) que el padre de Andrés religiosamente compraba.

La tarde del viernes, con Fernando, la pasamos en la casa del Cura, estábamos terminando, hectógrafo mediante, el primer número del fanzine “Mal uso del tiempo libre” (término y causa de detención acuñado por la policía de los ’80). El Cura vivía atrás de la casona donde funcionaba el liceo 12 viejo. Las veredas de esa zona se caracterizan por ser muy angostas, incitando al peatón a caminar por la calle. El reloj con calculadora de Fernando daba las 21 horas. Al terminar de pasar la última hoja por la plancha de gelatina, salimos rumbo al centro. Una cuadra antes de llegar a Av. Rivera, dobló, a toda velocidad, un ropero policial, el cual hizo que subiéramos a la estrecha acera, para evitar que nos pasara por arriba. “¡Contra la pared! ¡Documentos, pichis de mierda!”, gritó un rati, con cara de pocos amigos, al descender del vehículo.

Las cervezas vespertinas desbordaban mi aparato urinario, así que cuando el recio botón metió la mano en mis genitales, se me escapó un chorro de orina sobre sus delicados dedos. Con la misma mano meada me propinó un roscazo atrás de la nuca, mientras exclamaba: “este hijo de puta me meó”. En etapas terminé de vaciar mi vejiga, al igual que los bolsillos de mi campera, de donde extraje un casete del Nicaragua Rock (con un tema inédito de La Polla Records) que terminó bajo su bota recién lustrada. “¡Qué música de mierda escuchás!”, me dijo después de aplastar, contra una baldosa floja, el TDK prolijamente copiado del vinilo original. Además de la subversiva cinta no encontraron nada más que nos pudiera comprometer, así que, “nos dejaron” seguir viaje, previo cambio de pantalón, a esa altura el orín llegaba a mis tobillos.

El nombre de la revista subterránea que acabábamos de imprimir, certificaba que, esa noche, la suerte pateaba para el mismo arco que nosotros. Después de cuarenta minutos de caminata, arribamos al sótano de Julio Herrera y Obes esquina Canelones. En la puerta del local nos preguntaron cómo nos habíamos enterado del recital, ya que era para allegados. Disfrutamos, junto a 20 personas, de uno de los mejores shows que La Tabaré haya dado en sus 35 años de actividad ininterrumpida. La formación incluía a Pájaro Ogara en guitarra, Rudy Mentario en bajo, Rubén Ottonello en bata y Andrea Davidovics más Tabaré en vocales. Tocaron completo su primer disco, de 1987, Sigue Siendo Rocanrol y su flamante Rocanrol del Arrabal. Lo que más nos impactó fue la energía de la banda en vivo, suministrada, en gran medida, por el batero que le pegaba con un caño a unos baqueteados parches sin amplificar. También quedamos encandilados con las caderas de Andrea y la virulenta verborragia del querido Taba, que empezaba a convertirse en el padre de la contracultura uruguaya. Fue una patada en el pecho (el único lugar de mi cuerpo que no estaba meado).

Regresamos al barrio con la certeza que La Tabaré pasaba a ser nuestra banda de cabecera (toda la escena Graffiti, para ese entonces, se había disuelto). Las siguientes décadas lo corroboraron, arrancando los ’90 con “La Ópera de la Mala Leche”, que sería el puntapié inicial de una serie de geniales operetas que marcarían a generaciones enteras.

En febrero del 2020, La Sangre de Verónika, compartió el escenario del Antel Arena con los míticos La Polla Records y, como si fuera poco, nos dimos el lujo de invitar a Tabaré Rivero a cantar “Somos vuestro semen”, tema de LSDVK que, hace 17 años, él se encargara de transformarlo en clásico.

He aquí la moraleja: ningún milico tiene la autoridad suficiente como para cambiar tus gustos musicales.

Hugo Gutiérrez