40 años después, la ciudad de Londres rinde pleitesía a un disco doble, que marcó el comienzo de los ’80, con una exposición gratuita en el museo de la ciudad, que exhibe en sus vitrinas migajas de un banquete punk. Entre la nostalgia y el justo tributo, el punk vuelve a entrar por la puerta de atrás de un museo.
«This is London calling…”. Así comenzaban sus emisiones los valientes locutores de la BBC en los países ocupados durante la II Guerra Mundial. Una muletilla en el éter que aprovechó The Clash para acuñar otro llamado, también urgente, que venía a filtrar la desesperanza de toda una generación.
London Calling fue en realidad una respuesta, en pleno corazón de la metrópoli, al elevado índice de desocupados, las crecientes tensiones sociales y el recorte del presupuesto público. El crisol de estilos musicales, que propone el London Calling, fue la banda sonora perfecta de una hipotética insurrección bastarda. Augurios de revuelta que terminaron convertidos en remera, en la vidriera de un local de Harrods, tapando los turgentes senos de un maniquí de procedencia china.
London Calling fue lanzado al final de un año muy recordado en Gran Bretaña. En 1979, Margaret Thatcher ganó su primera mayoría Tory, poniendo fin a la era de la política de consenso de postguerra reemplazándola por un régimen antiproteccionista, responsable de la desnacionalización y la destrucción de las industrias tradicionales británicas. La división de clases, que tendía a desaparecer de la sociedad británica desde 1945, sería fomentada con descaro por el gobierno de «La Dama de Hierro» que dejaría que la economía de libre mercado hiciera destrozos: «un precio a pagar» (3 millones de desempleados).
En ese contexto, The Clash ya había perdido su posición de la banda más anticomercial del movimiento cuando firmaron contrato con una multinacional, o cuando tuvieron como productor a Sandy Pearlman para grabar su segundo álbum, Give ‘Em Enough Rope, quien intentó (con su sonido) conquistar el mercado estadounidense. La banda se sintió «dañada por la experiencia» y por las críticas que enfrentaron, dice el cineasta Don Letts, quien lo documentó en su convincente The Last Testament – The Making of London Calling (2004). Letts agrega: «Había una sensación común: necesitaban redefinir cómo debería sonar The Clash».
Letts entró en contacto por primera vez con la banda en el oeste de Londres a mediados de los años setenta, cuando conoció a dos chicos blancos, flacos y solitarios (Simonon y Strummer) en un club de reggae. Los reconoció, meses después, cuando entraron en la tienda de ropa en la que trabajaba en King’s Road, Acme Attractions, pero fue su entonces novia, Jeanette Lee, quien primero lo llevó a verlos tocar en un local en el noroeste de Londres. La energía de la banda en el escenario no se parecía a nada que hubiera visto antes.
A partir de entonces, sus carreras se entrelazaron: Letts fue el DJ en el Roxy en Covent Garden, donde The Clash tocó en Año Nuevo de 1977, y fue uno de los primeros cronistas de la banda en Super-8. Filmó los videos de «White Riot», «Tommy Gun» y, en 1979, la famosa promoción del sencillo «London Calling» (que llegó al número 11 en el Reino Unido).
Letts con Hugo Gutiérrez
El álbum, señala Letts, fue un rechazo a lo que otras personas pensaban de cómo la banda debería sonar, y señaló que sólo tocaban lo que les gustaba, ya fuera rock, reggae, pop o blues. Escaparon de sus maravillosos tres acordes iniciales. Había piano, guitarra acústica, muchos ritmos de batería diferentes. «No podrían haber hecho ese álbum sin el baterista Topper Headon», dice Letts. «Él podía tocar cualquier cosa». Para Letts, el disco no es importante por la grandeza de sus canciones sino por la yuxtaposición de estilos musicales.
London Calling ni siquiera fue el álbum más radical del Reino Unido de 1979. The Slits lanzó Cut, el Metal Box experimental de PiL abrió con 10 minutos y medio del casi insondable «Albatros», The Pop Group inició una reacción post-punk en cadena con Y, mientras que Joy Division inclinó sutilmente el rock sobre su sombra con sus placeres desconocidos. Mientras tanto, en Coventry, el movimiento Two-Tone estaba produciendo bandas multirraciales que hacían algo más que rendir homenaje a la música jamaiquina.
Pero London Calling tenía algo único. Era un rayo en una botella. El productor Guy Stevens había captado todos los matices de la música de The Clash: ira, pasión, arrogancia, furia política, heroísmo romántico, angustia, temor, esperanza, inocencia, humor y euforia. Además de textos inteligentes tenía la desfachatez callejera. En el último testamento, Mick Jones, se esforzó en señalar que las canciones ya habían sido escritas, los arreglos ya estaban compuestos durante un período sostenido de escritura intensa y ensayos en Vanilla Studios, detrás de un garaje en Pimlico, antes de que Stevens llegara a la escena. Pero el productor era un famoso alcohólico errático, cuyas técnicas, como muestra la película de Letts, eran poco convencionales. Rompiendo sillas, vertiendo vino sobre un piano mientras Strummer tocaba, balanceando violentamente una escalera alrededor de su cabeza, Stevens capturó el espíritu de The Clash. Como dijo el ex manager de la banda, Kosmo Vinyl, en una cita de la exposición del Museo de Londres: «Guy Stevens quería hacer un disco que sonara como marcar un gol en una final de Copa en Wembley».
El curador de «The Clash: London Calling, la exposición», Robert Gordon McHarg, recuerda haber escuchado el álbum cuando era un adolescente en Canadá. McHarg se mudó a Londres en 1983, conoció a Simonon en el Carnaval de Notting Hill en 1989 y a Strummer poco después. Ahora se ocupa de los 20.000 artículos que integran el archivo de Joe Strummer, de los cuales se exhibirán tesoros como la letra original de «Ice Age» antes de convertirse en «London Calling», junto a otros objetos como las baquetas de Headon, camperas, guitarras o el bajo roto de Simonon de la portada del álbum, fotografía de Pennie Smith. El diseño gráfico de la portada, por cierto, basado en el álbum debut de Elvis de 1956 fue la gota que colmó el vaso para algunos punks, que habían tomado el «no Elvis, Beatles o Rolling Stones» desde el lado B de «White Riot» como premisa.
Las fotos elegidas por el diseñador Ray Lowry para el insert de la funda original se verán por primera vez. Se obtuvieron, dice McHarg, de los negativos de casi 40 rollos. «Sólo las fotos hacen que valga la pena venir a la exposición», concuerda la curadora principal del Museo de Londres, Beatrice Behlen quien además agrega: “Es increíble como las letras del álbum siguen vigentes, condición que se hace extensiva a toda la escena punk».
La exposición, continúa McHarg, «es una experiencia divertida, pues consta de una mesa de mezclas donde podés escuchar las pistas individuales de guitarra, bajo, batería y voz que componen las canciones».
London Calling descuartizó la ortodoxia punk. Artistas tan diversos como U2, Bruce Springsteen, Metallica o Beastie Boys han versionado sus canciones. Incluso Neil Tennant, de Pet Shop Boys, ha profesado su amor por la banda. La revista Rolling Stone tiene a London Calling codeándose con Dylan y The Beatles en sus 10 mejores álbumes de todos los tiempos. Ahora es literalmente una pieza de museo, pero su espíritu rebelde continúa clamando.
Hugo Gutiérrez