Fuck Spotify Wrapped

Cada diciembre llegan dos acontecimientos que alteran la pasividad montevideana: La Bajada y el Wrapped de Spotify, rituales colectivos tan inevitables como patéticos que nos recuerdan quiénes somos. A La Bajada ya le dediqué una columna entera por lo que en esta oportunidad me centraré en el Wrapped, resumen que Spotify ofrece a cada usuario con sus canciones más escuchadas del año, datos y conclusiones por doquier.

Un exhaustivo informe presentado de manera encantadora, con cifras que a nadie le interesan, mal llamado “mi resumen anual”, porque, en realidad, no es tuyo. Una maqueta elaborada a partir de meses de vigilancia minuciosa. O sea, atrás de una ingenua celebración de la música se esconde el espionaje perpetuo de una plataforma. Una festividad dedicada a la estupidez humana, a la vanidad musical, que en verdad oculta un dantesco plan de disciplina: al hacernos creer que nuestra vida cabe en un celular, menos nos preocupa quién decide, cómo y qué escuchamos. Otra operación memética, disfrazada de evento cultural, diseñada por institutos de ingeniería social, para desviar nuestra atención.

Spotify Wrapped se convirtió en una herramienta de adhesión masiva incluso cuando la plataforma atraviesa el peor año desde su creación, debido a las polémicas generadas por: inversiones de su CEO en la industria armamentista; invasión de bandas fakes creadas por IA; exilio de importantes artistas sumado a los millones de escuchas infladas en granjas de bots. Por otro lado, paradójicamente, mientras bachateros latinos dominan el ranking de artistas más escuchados en la plataforma, circulan anuncios del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de EE. UU. entre sus contenidos.

Nada de eso importa (ni siquiera los niños masacrados en Gaza), porque al activarse el Wrapped, todo se olvida; inmunidad absoluta durante un par de semanas. Durante ese lapso, la indignación política y el boicot desaparecen. Es difícil resistirse, participar eufóricamente es casi obligatorio para no quedar desconectado, presión social que beneficia a la empresa, ya que millones de usuarios generan publicidad gratuita, millones de artistas agradecen posiciones que, en la mayoría de los casos, apenas compensan una precaria visita al supermercado.

Ni los “digitalizadores compulsivos” (responsables de desvalorizar la música) ni las plataformas de streaming protegen el acervo cultural de un país (a nadie se le ocurre comparar una primera edición de Onetti con su respectiva versión en PDF). Lamentablemente, esa función, debido a la peste globalista y a la inoperancia de los gobiernos de turno, hoy, de forma poco ortodoxa, la cumplen los coleccionistas de formatos físicos, batallando contra dos enemigos acérrimos: el inescrutable paso del tiempo y los japoneses, quienes se llevan todo lo que huela a Fattoruso.

La propia plataforma alega que fomenta la diversidad. “Ningún Wrapped es igual”, argumentan. Un relato conmovedor que nos hace sentir diferentes y exclusivos. Spotify es la empresa menos indicada para hablar de diversidad cuando su modelo algorítmico nos empuja hacia lo uniforme y homogéneo, prioriza lo funcional, pulveriza la identidad local, al tiempo que termina de transformar la ceremonia de escuchar música en un acto individual, inmediato e intrascendente. Es tan vergonzoso aplaudir un secuestro como festejar tu Top 5 por una razón muy sencilla: Spotify invierte cifras millonarias en sistemas operativos capaces de reemplazar a esos cinco artistas por contenido sintético descartable. Wrapped nos revela la mayor de las perversidades: la facilidad con que hemos aceptado hipotecar nuestra libertad y delegar nuestra memoria a una interfaz de control.

Lic. Hugo Gutiérrez