Pico y pala
La brigada
De noches de terror
Mira chanfles
Su mirada
Pidiendo compasión
Esto parece un viaje de ida, mi dios
Pasado de despedidas a todo dolor
Cuidando anzuelos
Y carnadas
Que es su único amor
De papelitos
Yokohoinadas
El culo se le llenó
Esto parece un viaje de ida, mi dios
Pasado de despedidas a todo dolor
La Brigada Segunda Parte – Taquito
En el apartamento de “Taquito” no existía espacio en las paredes libre de frases y dibujos pintados de todas maneras, salvo atrás del armario y del ropero. Era un apartamento con living comedor, cocina, cuarto, baño y un pequeño balcón interior. Las frases rozaban la locura y parecía la casa de Charly García en los ’90. En la casa nunca faltaba el salamín y el queso para una picada. Y el escabio podía ser un vino, una caña, un Espinillar o alguna petaca de whisky barato.
Taquito tenía unos 27 años cuando lo conocí. Éramos vecinos. Pero fue en una jam en el Faro de Ingeniería donde lo vi cantar y se me ocurrió formar la banda que siempre quise. Yo me había mudado a una casa con un lugar como para ensayar y ya tenía todos los instrumentos. Salvo la caja acústica y consola que él luego supo llevar cuando pasó a ser el vocalista.
Luego de una reunión en una plaza donde le presenté con la guitarra algunos temas, el abrió los ojos muy grandes cuando le presenté la canción “Che jeringa”. Igual de título que la canción de Melingo. El muy hdp pensó “¿cómo sabe este pibe todo eso?”. La canción hablaba de penas en la mañana con la jeringa entre las venas, básicamente.
Al día siguiente pasó por casa y charla va, charla viene; voy al baño y me encuentro con un lagarto (raya grande) de merca en el pote del shampoo Head and Shoulders. Ni le pregunté porqué hizo eso y me la zampé pa’ la ñata de una con un billete de cien pesos. Vuelvo al living y le comento. Me dice es pa’ presentar algo y amenizar. Taquito era un fisurado de la música y de la cocaína.
Una cuchara doblada, jeringas en sus respectivos sobres, algodón o filtros y una vela chica no faltaban nunca en el apartamento. Eso lo guardaba en una especie de “neceser” donde calzaba perfecto todo. Taquito era pincheto… y yo un roto, pero no me piqué nunca. Luego de algunos ensayos y compartir algunas charlas, la amistad surgió y la noche fue una constante en ese apartamento que era el “achique”… Él pico y yo pala.
La primera vez que vi la maniobra de chutarse una vena fue en casa, donde yo nunca lo había dejado picarse pero esa vez me dio curiosidad. Me lo explicó en cuatro figuras. Figura uno, prender la vela; figura dos, agua y un saque de merca en la cuchara; figura tres, calentar la cuchara y echarle un filtro que era un algodón (según recuerdo); figura cuatro, llenar la jeringa con el filtro para que no pase ninguna porquería… cinturón en el brazo apretado con los dientes, resalta la vena y tacazo.
Desde ese día ya no me causaba problema que se picara y mantuvimos una rutina de día por medio yo tomar merca y él picarse. Sin olvidar la pasada por la cantina a tomar; yo vino o cerveza y él whisky… algunos saques en el baño y pa’l achique a continuar con el clorhidrato. Esta rutina de día por medio duró un año aproximadamente. La banda siguió tocando sin mí por mis problemas de pánico escénico (pánico que era producto del consumo de sustancia y alcohol)… hoy ya no tengo pánico y sigo tocando. Pero esa situación rompió la amistad que luego retomaríamos.
Hoy en día nadie sabe en que anda Taquito.
Rodrigo Zaragoza
