
«Abre la puerta que soy el diablo que vengo con perras;
abre chiquilla,
las piernas que vengo a clavarte semillas.
Como cada día en el infierno me aburría
me fui de bar en bar;
vi a la virgen María, cansada de ser virgen,
metida en un portal.
Si llega la policía no es pecado, vida mía,
ponerse a disparar,
guardé la artillería, es que me estoy haciendo viejo
Y ya empiezo a razonar…»
Un viento helado hacía bailar las hojas de los árboles, estoicos y viejos que forman un túnel en la calle 12 de Octubre.
El movimiento de las hojas me susurraba un canto fantasmal e indescifrable que empujaba mi corazón hambriento a través de ese pasadizo vacío.
Será que como cada noche me aburría y me fui de bar en bar, como cantaba el Robe.
También guarde la artillería, no por viejo, por empezar a razonar o a bajar cobardemente la ladera de la vida. Será un impulso de supervivencia que nos da fuerza a subir desde el precipicio con los dedos blancos por el esfuerzo. Ese precipicio que miramos demasiado, desde jóvenes, ya que nos devolvió la mirada.
Me senté en la parada del ómnibus, encendí un cigarrillo y el humo se mezcló con el vapor frío. A lo lejos, entre los árboles, rompiendo la oscuridad con sus luces, lento y taciturno se acercaba el 115. Subí, pagué y me senté contra la ventanilla.
La niebla poblaba de misterio fachadas ordinarias, los autos viejos. Abrí la ventanilla y me llené los pulmones de noche y aire helado. Sólo quebraba el silencio el ladrido de los perros callejeros, peleándole a la soledad de este páramo de sombras que es mi barrio. Me robaron una sonrisa. Cerré los ojos, me recosté y como las hojas me dejé arrastrar por el viento hacia ningún lugar…
«Vi a la virgen María, cansada de ser virgen,
metiendo en un portal.
Si llega la policía no es pecado, vida mía,
ponerse a disparar,
saqué la artillería y me falló la puntería
y le metí al dueño del bar.
Desde los cuatro puntos cardinales
me llegan todos los vientos
no sé lo qué me pasa
que tengo todos los aires metidos en el cuerpo…»
Niko Pérez

