Cuando las cosas se tienen que dar, no hay con qué darle. En palabras de ese gran filósofo Murphy: Si algo va a pasar, va a pasar. No hay fuerza de la naturaleza, antinatural, del más acá o más allá, espiritual, macumba, sarabá o sesión de tacto rectal que impida que ocurra.
Este pasado sábado 21 de setiembre en las preparadas instalaciones del pub Clash City Rockers, la noche estaba dispuesta para que pudiéramos apreciar, como plato principal y fuerte de la noche, a los experimentados Rudos Wild. Pero de entrada teníamos un hecho inusual en nuestro mundillo y que significaría que luego de 22 largos años se volvían a juntar para tocar Los Pobres Angelitos. Esto, que dicho así nomás no suena a mucho, en principio implica la vuelta a los escenarios de pubs, teatros y estadios de una banda de nuestra movida under punk, rock.
Surgidos en épocas liceales en los primeros años de la década de los ’90, sus primeros pasos fueron, como todo impúber, bastante erráticos ya que pretendían incursionar por el oscuro ambiente “panqueque” sin bajista pero con tecladista. Luego que enmendaron este error, pasaron al cuarteto que son hoy en día con los músicos e instrumentos imprescindibles. Desde ese momento y hasta el presente, Andrés Pardo en guitarra y voz, Aldo “Zorrito” Casiraghi en guitarra y coros, Ignacio “Popey” Sarotto en bajo, voz y coros, más Carlos “Pipo” Castelar en batería, conforman este conglomerado rockero.
Veintidós años después y el tiempo parece que no les afecta en lo más mínimo, ya que están frescos como una lechuga a pesar de los sinuosos caminos que cada uno emprendió. Andrés y su periplo por México, nada sencillo, ya que debió escapar de un constante acoso del cantante Luis Miguel para que sea el guitarrista de su banda, quien con mensajes explícitos como: “No sé tú, pero yo…. te necesito, porque aquí en la playa cuando calienta el sol, aún así y por debajo de la mesa, sentirás sabor a mí, y aunque “punkillo” te creas, sé lo suave que eras”.
Ignacio y la recorrida por el mundo con sus charlas motivacionales acerca de “cómo transcurrir las décadas y permanecer como de 20 años”, dando soluciones como no cambies de “dealer”, compartamos un jugo “detox” o no tengas hijos. Carlos y su permanente búsqueda todos estos años del nuevo récord Guinness acerca de cómo ejercitarse para estar “cuadrado”, literal, o sea, medir lo mismo de alto que de ancho. Y finalmente, Aldo, bue… qué decir; un muchacho que amplió sus proyectos musicales hasta sonidos inimaginables, lo cual redunda en que adquirió mucha experiencia. Eso sí, adquirió, adquirió y se la guardó, al mejor estilo oso que hiberna.
Lo bueno es que y más allá de todas esas vicisitudes padecidas, musicalmente siguen enchufados a la distorsión, rapidez y punk bien alocado, ese de los Social Distortion, NOFX, Green Day, Pixies, entre otros. De igual forma las letras de sus canciones reflejan los acontecimientos de hondo contenido social vividos por estos músicos en tiempos pretéritos de su adolescencia.

A pesar de no tener formalmente grabadas y editadas sus canciones en una placa, por aquellos primeros años del grupo circulaban entre los fans los viejos y queridos cassettes a través de los cuales podían hacerse escuchar y tener un mínimo de difusión. Y en esta noche repasaron todos sus éxitos. Comenzaron con “Bochincheros”, siguieron con “La vaca”, “Llame ya” y “Los niños”. Tuvieron de invitado al Peyo para cantar “The KKK took my baby away”, el clásico de los Ramones para luego continuar brindando a todos la energía necesaria para mover alguna que otra articulación (el que podía, ya que la osteoporosis pegó duro en algún presente). A sabiendas que el público embravecido iría en contra de la salud psicofísica de los músicos, éstos, en esos cortos pero lúcidos momentos de genialidad, no dejaron de tocar temas como “Sábado”, “Superman”, “Pajarito amarillo”, “El barco de Chanquete” y cerrar con un drama psicosocial muy de los jóvenes, “Mi novia”. En resumen una vuelta para estos Pobres Angelitos que aún soportando sobre sus hombros el paso del tiempo medido en décadas, siguen siendo aquellos mismos y más vigentes que nunca.
Acto seguido subieron a escena los Rudos Wild. La ya legendaria banda dirigida en guitarra y voz por Claudio “Peyo” Barrios y que dio un show de mucha calidad escénica total. Con su clásico sonido punk y retoque de rock ‘n’ roll, lo que Peyo suele denominar como un estilo punkabilly, la banda surfeó por varios de sus temas y aprovechó la oportunidad para presentar uno nuevo, ya que están por grabar y prontamente lanzar un nuevo disco.
Rudos brinda un espectáculo que incluye muchas facetas. Principalmente por la verborragia de Peyo, quien constantemente antes de cada tema hace una intro, detalla de qué va la canción, mete un chiste, dialoga con el público y no para un instante. Igual es mientras canta y toca la guitarra, ya que baila, se mueve por todo el escenario y alienta a que los espectadores no sean meramente eso, sino que armen un ambiente bien ameno y de mancomunión con la música. Se suma a esto el resto de la banda en conjunto y en una reciprocidad y complicidad con su público. Porque si bien es sabido que estos dos elementos pesan a la hora de establecer un buen ambiente, en esa noche de sábado se logró un clima muy especial donde las estrofas coreadas por los presentes llegaron a emocionar.

Se notó la entrega que hizo la banda toda; más allá que el estandarte lo lleve el Peyo por su despliegue físico, los restantes músicos tienen lo suyo, ya que el bajista también se mueve y salta por doquier, mientras que el batero, un poco más apartado por su instrumento, igual es palpable la energía que desprende. Es un gran desempeño en general de la banda toda con destacada y bien calibrada intervención de todos, incluidos los invitados. Un espectáculo desbordante de rock, en el marco de lo que el propio Peyo genera con su personalidad, lo que redunda en la música, las letras y canciones con su marca registrada. Los Rudos Wild haciendo pleno honor a su nombre demostraron nuevamente todo su oficio sobre el escenario, toda la potencia y la versatilidad para ofrecernos muchas facetas y sonidos y climas siempre enmarcados por el rock. Una entrega total donde el público desde un principio quedó completamente conectado a ellos y disfrutando al máximo en una noche donde el reencuentro, la cofradía y el rock se dieron cita al festejo.
Un show que quedará en el recuerdo de todos quienes tuvimos la suerte de estar presentes, por un gran disfrute personal debido al reencuentro con viejos amigos y por la obtención de exquisitos registros que quedarán plasmados en cuerpo y alma de todos los felices agasajados.
Tomás Cámara
