
«El amor es un perro del infierno» decían los Buitres Después De La Una, desde su segundo álbum La Bruja, y no erraban en nada.
Hoy quiero hacerles partícipes involuntarios, como lo fui yo también, de una historia de amor trunca (o eso creo): la historia de Ruben y su interés romántico, a quien llamaremos la Señorita X. Todo comenzó sin saberlo, una noche cualquiera en casa, meses atrás. Quizás fue un sábado, aunque no puedo precisarlo con certeza. Tras la cena con mi esposa, no sé a santo de qué, comenzamos a hablar sobre viejas canciones de nuestra adolescencia y a buscar en YouTube sus videos correspondientes. Fueron pasando temas y más temas, mientras íbamos activando nuestros recuerdos y comentando sobre cada uno de ellos. Y así llegamos a Bravo…
Bravo, banda argentina de glam, hard rock y pop, recordada por sus apariciones en Ritmo de la Noche, el programa de Tinelli, entre otros, muy en el estilo de Bon Jovi, Poison y bandas afines. Con Cae, como su cantante, cumplían a rajatabla con todos los clichés del género.
Tuvieron en su momento más mediático dos temas insignia: «Te recuerdo», y el tema que es el hilo conductor de este relato, «Desierto sin amor». Editada como parte de su álbum debut en 1991, «Desierto» supo ser N°1 en los rankings argentinos y, a su vez, sonar fuerte aquí en las radios uruguayas.

Volviendo a casa, y a esa noche en particular, nos encontrábamos con mi esposa recordando y cantando «Desierto sin amor», riéndonos del hecho de que, a pesar de tantos años y lejos de lo que habitualmente escuchamos, recordábamos perfectamente la letra (con sus gemidos incluidos, jajaja). Mi performance cantándola, debo ser honesto, fue digna de un cantante de avería en el peor karaoke de cualquier ciudad. Y así fue como nos juramentamos, entre risas, con Jimena, que ese disco, en su versión LP, debía ser parte de nuestra colección.
Al tiempo, viajamos a Buenos Aires de vacaciones, y debajo del apartamento donde nos quedamos, había -y hay- dos disquerías, una a cada lado del edificio. Apenas llegados, bajé a ver qué tenían ambas disquerías para ofrecer y, secretamente, con ese disco de Bravo en mente. En la segunda disquería, en un cajón bajo el nombre de «Primeras Ediciones», bien al fondo, lo hallé. El disco no tenía precio fijado, y, como sonseando, consulté al disquero por ese ejemplar. Me dijo que debía ver, porque como era primera edición, debía fijarse bien su costo. Al otro día llevé a mi esposa a ver in situ el disco en cuestión, y ya tenía un precio marcado. Caro, o mejor dicho, a un costo que no se justificaba. Convengamos que no es un disco muy solicitado ni tampoco creo que haya tenido una segunda edición, por así decirlo. Tampoco era el Sgt Pepper, London Calling, Nevermind ni el Dark Side Of The Moon, o cualquier otro álbum emblemático.
Seguramente el disquero vio mi aire de turista y calculó que podía hacerse la tarde conmigo y mi potencial compra. El hecho es que desistimos de comprarlo, y en su lugar, decidimos comprar algo más cercano a nuestros gustos.
Pasó el fin de año, pasó enero, llegó febrero, y más precisamente, el Día de los Enamorados. Jimena, mi esposa, me escribe a la mañana diciéndome que tenía un regalo para mí, y que es algo que ambos queríamos. Descarté que el regalo fuese 1 millón de dólares por ser una opción poco probable, y también le dije que tenía un regalo para ella. Al llegar a casa, intercambiamos regalos y adiviné la forma de un LP dentro del papel de regalo. Desconocía qué disco podía ser, porque hay aproximadamente 4.632 discos que me gustaría sumar a nuestra colección. Lo abro, y sí… era el disco de Bravo en LP, ¡¡¡versión uruguaya!!!
Para mí, el hecho de escuchar un disco, y más si es un nuevo disco, tiene mucha cosa de ritual. Me preparo un mate, pongo el disco en la bandeja, y me siento no sólo a escucharlo, sino también a ver y leer todo el arte, el insert -si lo tiene-, y cualquier info que ese álbum contenga. Estaba en esos menesteres, cuando Jimena se pone a leer el insert, mientras yo oficiaba de cebador designado, y me dice que en el insert del disco había una dedicatoria (!!!): «PARA CUMPLIR TU FANTASÍA DE DESIERTO DE AMOR, TE ADMIRO. RUBEN – 17/9/92 ❤️”

Algunos detalles que surgen de esta dedicatoria:
– Ruben es el nombre del obsequiante.
– Esto ocurrió en setiembre de 1992.
– Desconocemos el nombre de la Señorita X.
– Ruben utilizó el nombre de la canción para dedicar el disco a la Señorita X, objeto de su admiración.
Yo doy por sentado que era para una dama este disco, pero puedo estar errado, obviamente. Como si con esto no bastase, sorprendidos ante el hallazgo, al girar la carátula, desde dentro de la misma, ¡¡¡cae una foto de Ruben!!! Una foto de época, con su nombre, pero sin dedicatoria, y que nos permitió ponerle un rostro a todo este material.

Este cúmulo de acontecimientos que se dispararon, nos llevaron a varias preguntas que fueron surgiendo y no hemos podido dilucidar aún: ¿Ruben fue correspondido? ¿Quién fue la Señorita X? ¿Podría ser la dedicatoria para un amigo o amiga a quien Ruben admiraba? ¿El disco fue recibido y descartado? Si así fue, ¿por qué? ¿Qué caminos siguió este disco durante más de 30 años para terminar en mi casa? ¿Quizás Ruben fue correspondido, y la Señorita X es hoy la Señora X de Ruben? Un final abierto, un final sin final.
Si bien hoy el disco es parte de mi colección, me gustaría poder encontrar a Ruben y que nos cuente qué pasó, y así saber la trama detrás de esta historia que hoy quería compartirles. Mientras… sigue girando Bravo en la bandeja.
Leo Peirano

