El Sentido Ontológico Del Rock En Su Búsqueda Del Ser

Prólogo

En tiempos de indefinición, de incertidumbre semántica, de exploración y cierto desfondamiento intelectual, el rock se ve inmerso en dicha confusión y sufre al menos una crisis identitaria, naufragando en la tempestad de los acontecimientos vertiginosos, en el mar de las dudas camufladas a veces de certezas, escudadas en la diversidad tolerante y complaciente que puede resultar más excluyente y fragmentaria que lo que se promueve en lo discursivo, donde sólo parece haber un lugar para la oda de la diversión, lo ecléctico se devora a lo disruptivo y la inmediatez desterritorializa la dimensión entre cultura y entretenimiento.

En ese escenario de lo improbable, el rock no parece encontrar su lugar, o peor aún, equivoca los caminos y en pos de pertenecer o no quedar marginado de la gran caja de Pandora que ofrece la lógica del capital, toca la puerta tímidamente pidiendo entrar y ocupar al menos un rol funcional y secundario que no le es propio ni mucho menos justo, renunciando a aspectos esenciales como el propio fuego, el grito, el carácter, el entramado que engloba una serie de actitudes y conductas que construyeron su verdadero ser.

Si la oposición y la contracultura como elementos inherentes no tienen cabida en esta supuesta reformulación, cabe entender que no hay resignificación posible, por lo cual, si la “misión” es devolver al rock a un sitio de credibilidad, será menester reconocer cuáles son los aspectos primordiales que éste no puede perder, comprendiendo por sobre todas las cosas, que el rock aún es cosa seria.

1.El sentido filosófico del rock

En la entelequia de lo perdido y lo ganado transmutan y coexisten de forma organizada códigos, convenciones, pautas, ideas, creencias, mitos, que forjan pautas de convivencia basadas en dudas, imposiciones, también convicciones, patrones de conducta, relaciones jerárquicas, de dominación y poder implícitas o explícitas, donde la civilización moderna en una dialéctica entre élites y masas proyecta arquetipos y ampara, mediante contratos sociales, el paradigma de una época, estableciendo márgenes de corregibilidad, reproduciendo así el discurso hegemónico; sin embargo como parte de una lógica tumoral o autoinmune, estos organismos generan anticuerpos que se salen de las normas y provocan rupturas que el propio contrato social acepta por decantación o por asimilación indirecta, pero que resultan verdaderas bocanadas de liberación. Sin dudas, más allá de ser un género musical plenamente identificable, el rock resultó desde sus orígenes una de esas bocanadas fuertes que en tiempos en modo braudelianos son apenas de índole coyuntural, pero que en términos weberianos son sacudones del espíritu social moderno. El rock es, en definitiva, esa entelequia que nos cuesta definir pero que reconocemos ontológicamente, deambulando entre lo profano y lo sagrado, ritual primitivo y a la vez complejo, portador de sentido que ubica a las masas y la entidad en una sinergia de horizontalidad, donde emisor y receptor se funden en una interacción vital cuyo canal es la música.

El Yo eléctrico se desprende de casi todos sus sentidos y los vuelca en dicha interacción, donde el deseo y la pulsión transforman la posibilidad de subjetivación. El rock es, ante todo, una apropiación del ser, el “ser ahí” haideggeriano como sujeto que proyecta y ambiciona permanentemente y vive a partir de la posibilidad. El rock proyectó bajo sus coordenadas una forma propia de asumir el mundo y en esa dinámica evolutiva cimentó sus bases sólidas basadas en la amplitud, en no limitarse como línea de coherencia, siendo esa riqueza la que le permitió desde la elocuencia de un Chuck Berry al magnetismo de los Stones o el endurecimiento de Zeppelin o la virulencia de Metallica, pues ahí yace la verdadera cualidad del rock; evolucionar en el sentido más amplio de la amplitud sin perder el foco de sus ambiciones, asimilando la popularidad o cierta noción de éxito como un medio o como una consecuencia, no como una meta.

2.Reinventar el concepto

La hegemónica lógica algorítmica que establece los parámetros actuales de la agenda musical, pretende implícitamente (o no) mostrarnos a bandas o proyectos musicales como Tame Impala, Imagine Dragons o Maneskin como los supuestos “salvadores” en clave renovadora del rock, en lo que a mi modesto entender no deja de ser una idea falaz a través de una representación de cualidades y objetivos más de índole estético que musical, sin desconocer sus posibles valores en esa área, pues su virtud no deja de completar las fórmulas ya preestablecidas.

La intención forzada de incorporar al rock en esa lógica mencionada, teniendo que ser funcional a esos parámetros cuantitativos, dinámicos y estereotipados, reproduce y naturaliza de forma peligrosa una dinámica que justamente nada tiene que ver con el rock y su valor inherente de proponer, desde el plano de la contracultura, una alternativa con valores netamente artísticos más allá del virtuosismo de la propuesta.

Por ende, yace aquí uno de los principales déficit en cuanto a su proceso de reinvención o renovación, y tiene que ver con la idea de encajar sí o sí en esas fórmulas preestablecidas que no terminan de cuajar, ya que se definen desde un lugar de superficialidad poco creíble, que poco aporta al rock y su causa (entiéndanse por su causa mantener los aspectos cualitativos por encima de los cuantitativos).

Sin ánimo de hacer comparaciones categóricas, percibo como expresiones más genuinas y valederas posibilitando el forjamiento de un nuevo paradigma, a bandas como Idles o Fontaines D.C., las cuales carecen tal vez del respaldo de la maquinaria algorítmica feroz pero tienen mucho más para aportar desde lo musical y la influencia que pueden ejercer en otros circuitos. La reformulación del rock puede plantearse desde axiomas nuevos que se aparten de los nuevos mandamientos comunicacionales o no, pero lo que no puede es desconocer sus elementos esenciales que le permitan seguir reconociéndose como tal; el mensaje antecede al medio, es decir, no sentir la estricta necesidad de apegarse a los lineamientos de la inmediatez y el shock visual y sonoro que impone la industria de hoy como principal estandarte.

El rock puede sonar más suave o más fuerte, más o menos afinado, puede tener elementos pop, soul o country o incluso electrónicos o carecer de ellos, puede transitar por mil variables, pero lo que no puede es dejar de ser rock; es decir la aspiración debe ser cualitativa y lo cuantitativo sólo un válido medio.

Es por eso que desde su lugar, sea desde el mainstream o el ámbito alternativo, el rock no debe rendir pleitesía a nadie, ni rogar o mendigar un lugar de visibilidad o respeto en la escena musical, rellenando carteleras o programas inverosímiles, con coparticipaciones poco creíbles. Es decir, no hago referencia a la rica conjunción de estilos y corrientes que ha hecho del rock una expresión tan sólida y heterogénea sino a esa tendencia de ubicar al rock en una suerte de formula programática basada en converger con propuestas que nada tienen que ver con él, únicamente con la finalidad de figurar, no perder supuesta vigencia o sumar posibles adeptos que no serán más que turistas ocasionales del rock que poco aportarán a su verdadera causa.

Hace poco en este prestigioso medio para el cual escribo se planteaba la premisa de si el rock discriminaba o ignoraba otros estilos musicales. Pues sin entrar de manera invasiva en dicho análisis ni con la idea de superponerlos, creo que al menos sería de considerar la posibilidad de invertir ese axioma y tal vez pensar si es necesario tener vinculación con todos los estilos o todos los públicos, o aún más, si no es hoy por hoy justamente el rock el discriminado y el apartado que lucha erróneamente por un lugar en la concepción musical dominada por la urgencia envasada al vacío, sin darse cuenta muchas veces que esa no es justamente la batalla que debe librar.

3.Resignificación del rock

En esta suerte de crisis identitaria es preciso entender que remover las estructuras del rock y lanzarse al vacío de lo que propone la aventura de la I.A. o cualquier expresión tecnológica que se presente como innovadora, no implica fortalecerlo ni aportar elementos valiosos a su causa, pues el rock tiene una esencia, como ya se ha marcado, que se compone de dos factores macro fundamentales más allá de los tiempos o las corrientes. Uno es la esencia musical, algo que si bien bordea lo metafísico no entra tanto en el plano de lo abstracto sino más bien de lo tangible. Si bien este componente ha evolucionado en una lógica de aleación amalgamando una serie de estilos y nomenclaturas, y de ahí una de sus cualidades claves, la lava volcánica que resulta de ese proceso -la metáfora que mejor define la misma- que en términos más tangibles trata de elementos como la distorsión pero también el sonido artesanal y de ahí radica su grandeza, Neil Young o Johnny Cash son tan (o más rock) que Black Sabbath o AC/DC, más allá del 4×4 como variable cuasi inalterable, el cual pude alternar con compases de hasta 7×8, ya sea desde métricas más o menos regulares o afinaciones más o menos estándar, el rock se define desde su impronta como un “estilo musical popular que hasta cierto punto no le importa si es popular” (B.Wyman). (Bill Wyman, ex bajista de The Rolling Stones, en entrevista para el sitio Vulture (2016)).

La esencia musical proyecta la pulsión del ser eléctrico que se conmueve desde el ruido lleno de sentido, aunque sea desde el plano de la armonía o el grito o desde la lírica más afinada, el rock es una expresión que ahonda e interpela al ser de distintas maneras. Es una experiencia basada en su rol de portador de sentido que semióticamente reúne las tres características a la vez; es simbólico, es indéxico y a su vez es icónico, es decir reproduce la idea de que algo significa algo para alguien y es el receptor quien le da el significado y la trascendencia a ese sentido inicial, ejercicio de dialéctica que alcanzó con el rock un nivel de síntesis como pocas veces una expresión cultural o artística logró alguna vez.

El otro gran componente, además del aspecto estrictamente comunicacional y semiótico, es el de su sentido conceptual, su noción de idea contracultural, de oposición, compromiso y de rebeldía que ubican al rock como una postura filosófica con preceptos ideológicos no del todo definidos pero con estandartes claros en cuanto a su rol como expresión cultural o artística transformadora que escapa únicamente de la producción meramente estética. Esa postura asume un sentido político, entendiendo a la política como una cualidad universal que se asume en formas y actitudes, que no se propuso modificar las condiciones materiales y estructurales del mundo pero de algún modo lo hizo, en cuanto a que cambió al menos la percepción del mismo a través de distintas expresiones dependiendo de las coyunturas, las urgencias y las generaciones pero con claves que resultaron siempre innegociables: la trascendencia como prioridad, lo cualitativo por encima de lo cuantitativo como objetivo y el mensaje por encima del medio, sin ir en detrimento de lo segundo pero entendiendo que lo cuantitativo y lo mediático pueden ser canales válidos y relevantes pero vistos como un medio y no como un fin en sí mismo.

El pulso rítmico cuasi perfecto de Bonham en “Good times, bad times”, el riff eterno de Angus en “Back in black”, el solo inmortal final de Gilmour en “Confortambly numb” o el riff de bajo de Deacon en “Another one bites the dust”, no fueron hechos ni pensados buscando la popularidad masiva más allá de que la misma podía ser bienvenida como eco del reconocimiento y el fortalecimiento del ego personal. La gloria y la trascendencia fue el motor de esa búsqueda, ingresar en el olimpo de la inmortalidad artística, más allá de luego vender millones de discos, lo que equipararía en el lenguaje de hoy a obtener millones de “likes”, que fue tan solo una consecuencia o reacción a la acción primaria.

En síntesis, el rock puede manifestarse de mil formas distintas pero su búsqueda y su fin definen y fortalece su aspecto identitario. Estos dos componentes macros basados en lo musical y lo conceptual no están unidos de forma indivisible, ya que al rock no lo define únicamente una postura filosófica; es decir, si bien representa una manifestación contracultural, rupturista y de respuesta, no alcanzaría únicamente con el compromiso social o la postura o coherencia filosófica o ideológica de un artista si la propuesta no está acompañada de una coherencia musical que se apegue a los cánones amplios del rock, pues la cultura del establishment actual busca forjar una idea de parámetros confusos donde el relativismo cultural se acapara de todos los nexos posibles y cae en un eclecticismo donde todo es rock y a la vez nada es rock, o convirtiendo al rock en una suerte de muletilla que en algunos casos puede resultar conveniente, pero más por lo que aún vende como marca–concepto, que por tratarse de rock verdaderamente. Si bien existe una rica historia que une al rock con profundas causas y compromisos sociales que va desde Bob Dylan, Crosby, Stills, Nash and Young, como también Lennon ya más en su etapa solista, legado que continuaron grupos como The Clash o Rage Against The Machine o System Of A Down más hacia la actualidad, pero no es menos rupturista sin plantear una propuesta por ahí tan explícita en ese sentido un David Bowie o The Doors, ya que la cuestión radica en la esencia de la propuesta; es decir, mensaje y contenido para plantear una dimensión alternativa.

El rock como postura filosófica de compromiso social y respuesta contracultural, debe estar acompañado por una expresión musical acorde constituyendo una nomenclatura monolítica equilibrada… Esa forma de expresión puede, como ya se ha dicho, manifestarse de múltiples maneras, porque en eso se basa su elocuencia y es justamente lo que no debe perder como norte… No fue menos rock Dylan cuando “abandonó” la acústica por la eléctrica (aunque algunos lo hayan tomado como una suerte de traición) ni fue más rock Lennon que Macca únicamente por apoyar causas sociales de forma más explícita; en todo caso fue más rock (si es que lo fue) por formar un grupo como Plastic Ono Band mientras el otro formaba Wings.

4.Conclusiones de este humilde servidor

“Salvar” al rock o esa fantasía en clave de utopía que se ha convertido muchas veces en una especie de cliché, no implica encajar en la galería del ensueño que nos propone el instantáneo menú de la posmodernidad, ni tampoco embarcarnos en una crucifixión en pos de mantenerlo alejado de posibles vicios. Lo que sí es imprescindible es preservar y reconocer los aspectos fundamentales de su identidad, a los cuales se ha hecho referencia a lo largo del artículo.

“Salvar” equivaldría a salvaguardar su cualidad de expresión artística honesta, su autenticidad, su independencia y que no se entienda esto como un arrebato de vigilancia ética ni como un derroche de cátedra moral, tan sólo hablamos de que el rock pueda conservar su lugar a partir de entender cuál debe ser ese lugar y por lo tanto actuar en consecuencia.

Gonzalo Guido