Luna En Los Charcos

Casi las diez de la noche de un viernes cualquiera, antes de que cierren sus puertas los supermercados de barrio. Y se  extienda como una colcha azul luminosa la otra noche de Maroñas. La de los paseos perdidos, buscando una pitada mortal que nunca llega, la droga de la eterna fisura, la angustia sintetizada. Los coches de alta gama desentonan sobre el pavimento partido, frenan, aceleran, queman gomas, se ríen, la nueva clase social del Montevideo desdentado y duro.

Casi las diez de la noche y el mandadero cabezón de un dealer amigo compra una botella de Johnny negro, en efectivo, mientras la vecina avejentada compra arroz y atún para hacerle el tupper a su esposo, que irá a trabajar 12 horas por un sueldo de lástima a 10 km de acá. Entro al súper y me ve la chica linda del liceo, hace 28 años atrás; la saludo y me pide 10 pesos, le sonrío, llega mi turno y me pido dos botellas de Don Pascual Tinto, «es para cuidarme un poco, ¿sabés, Fernanda?», le digo a la cajera, mientras en mi billetera late una bolsa con caspas del diablo que me retuerce las tripas y me pone inquieto. Me distraigo pensando qué música voy a escuchar en casa, mientras me adelantan dos taxis vacíos que quién sabe a quién irán a buscar, aún no hay tiros en la noche negra.

Los árboles se menean con el viento, desde niño juraba que querían decirme algo, ahora lo sé, el viento me cuenta cosas, abrazo a Carlitos y al Colo y abro el portón de casa. Casi las diez de la noche de un viernes cualquiera y todo sigue igual, pero con la diferencia que ahora pienso más en eso y en los años en que fuimos ángeles de intestinos llameantes y en los charcos cada noche había una luna. Me siento en el sofá, sirvo una copa y suena…»Spitting in a wishing well, blown to hell… crash… I’m the last splash…». Kim Deal nunca falla, y yo tampoco…

Niko Pérez