
«El punk fue mal interpretado por oportunistas de clase media y alta”. A 67 años del nacimiento del infame Rotten.
Un 31 de enero de 1956 nacía un tal John Joseph Lydon en el seno de una familia muy pobre de ascendencia irlandesa. A los 7 años contrajo una meningitis aguda a causa de las ratas: jugaba con barquitos de papel en los charcos cerca de casa donde estos animales dejaban sus excrementos. Despertó de un coma después de varios meses que lo dejó amnésico, no reconocía ni a sus padres: “Y por eso no miro el pasado con nostalgia. Desde entonces recuerdo todo tal y como fue”. Los médicos aconsejaron a sus padres que intentaran mantenerlo enfadado, porque esa excitación podría devolverle parte de la memoria: “Y ese ha sido mi motor. Quien piense que la rabia o la ira tienen que ver con el simple odio, es un ignorante”.
En esa época se fraguó su furia hacia instituciones como la iglesia: las monjas de su colegio lo llamaban “tonto” y le decían que su zurdera era cosa del diablo. Años después, cuando se tiñó el pelo, su padre lo echó de casa. “Mi padre pensaba que yo lo culpaba por mi enfermedad y yo pensaba que era él quien me culpaba a mí. Pero nos hicimos amigos”, explica. La herida familiar quedó atrás cuando en 2001 fue a recoger el Q Award junto a su padre; su progenitor orgulloso colocó el galardón en el guardafango de su camión.
Los Sex Pistols tuvieron un impacto social y cultural imposible de emular: incluso se debatió sobre ellos en el Parlamento, donde algunos diputados quisieron aplicarles la Ley de Traidores y Traición (penada con la horca) a finales de los setenta. Lydon vivió toda la aventura de los Sex Pistols entre los diecinueve y los veintidós años, y casi de inmediato pasó a escribir el material de PiL. Grupos como Wire, The Fall y Gang of Four ya habían comenzado a experimentar con las nuevas posibilidades sonoras que el punk había abierto, un movimiento etiquetado como «post-punk». El gusto de Lydon por la música siempre había corrido hacia lo ecléctico y experimental: Can, Captain Beefheart, reggae y dub, y sonidos exóticos de Asia y Medio Oriente, así fue como Public Image Ltd. le dio la oportunidad de conjugarlos todos.
“El punk fue mal interpretado por oportunistas de clase media y alta que querían defender sus tesis. No tienen ni idea. No somos hámsters. Somos el motor de nuestra maldita cultura”, afirma sobre Jon Savage, el autor de «England’s Dreaming», la biblia sobre el punk británico. Aunque su fugaz y salvaje peregrinaje con los Pistols lo elevó al rango de hito, de la misma manera él dejó al descubierto el lado más sórdido de una banda que si bien fue pionera en su tierra en lo que llamaron despectivamente “punk”, también fue un producto ideado por el dueño de una tienda, el cerebro de todo, Malcolm McLaren.
Las posturas y escandalosas declaraciones de Lydon a través de los años, son una de sus características principales, y aunque no siempre atina, causa revuelo de vez en cuando. A principios del verano de 1977 la compañía discográfica que había firmado a los Pistols fletó un barco para que tocaran frente a Westminster y el Parlamento navegando por el Támesis. Era una burla a la procesión prevista por la Reina para dos días después y acabó con la policía ordenando atracar el barco y deteniendo a los miembros del grupo. Lydon al ser arrestado dijo: «No lo entiendo. Lo que intentábamos era destruirlo todo».
Entre el sarcasmo y la burla de Rotten subyace una carga de honestidad. Se le ha querido tomar literalmente, pero aunque parece tosco y trivial, no lo es tanto. «De alguna manera las letras de los Pistols siguen vigentes, no sólo funcionaron entonces, sino también ahora porque el mundo está repitiéndose continuamente. La mayoría de los jóvenes tienen una aversión al conocimiento, simplemente no quieren tenerlo. Veo la educación como parte de la institución, del enemigo. Mala idea. De niño iba a las bibliotecas porque eran gratis y para mí era una maravilla saber que podía abrir un libro y encontrar todo el conocimiento del mundo dentro. Quizá las monjas que tanto me jodieron tenían razón y soy diferente. Siempre he tenido problemas para comunicarme.
Aprendí a leer y escribir a los cuatro años -mi madre me enseñó- pero a los cinco años olvidé todo por la meningitis, y tuve que luchar para aprender otra vez desde el principio. Mi vida ha sido una lucha continua. Por eso no me gusta mentir a la gente, no quiero que ellos pasen por el dolor que yo sufrí. Bueno, y lo de ser zurdo también me dificultó todo. Al regresar a la escuela después del hospital, sin ninguna memoria, me castigaban diariamente por mi condición de zurdo, mintiéndome, diciéndome que jamás había sido zurdo, que eso no era cierto. Fue un castigo físico continuo, con lo que mi fe en los adultos quedó anulada. Mi niñez no fue ideal y mucho de lo que hice de joven es consecuencia de ello. Ahora veo las cosas con otra actitud. Todavía, practico lo que digo y no espero que nadie haga algo por mí. Lo que veo es un gran grupo de gente luchando por estar en el poder, ser parte de eso. Cuanta porquería».
Se declara amante de la naturaleza y seguidor de Gandhi. Entre broma y broma asegura que «si un hombre mata a otro por una causa política, no tiene causa»; algo que también ha hecho, según el músico británico, la religión, porque «la religión primero es política».
Ha hablado asimismo de la música, de lo poco que le importan las listas de éxitos, aunque agradece cuando le llega «el cheque» que, irremisiblemente, suele venir acompañado de «muchas facturas».
Lydon siempre nos remitirá a esa cólera y desparpajo que hizo del punk lo que fue. A pesar de cualquier cosa, él hizo lo que hizo como quiso, y cuando no estuvo conforme abandonó todo y empezó de nuevo a su manera. Odiado, amado, subestimado y sobrevalorado, él sigue siendo uno de los grandes íconos de ese movimiento que hizo visible a los marginados, a los execrados, a los señalados, que luego se convertiría en moda. No importa, y es ahí donde las palabras de Rotten dan en el clavo: «Todo sigue siendo un gran montón de basura»…
Niko Pérez

